Netanyahu niega la hambruna en Gaza en una Asamblea de la ONU casi vacía como protesta por la masacre
El primer ministro israelí dice que no permitirá “el suicidio nacional” de aceptar un Estado palestino y critica la “vergüenza” de que países como Francia y el Reino Unido lo reconocieran

Un desafiante Benjamín Netanyahu clamó este viernes en el desierto de la Asamblea General de la ONU, prácticamente vacía tras abandonar la sala la mayoría de las delegaciones, en un gesto insólito y revelador del aislamiento internacional de Israel. Algunas europeas, entre ellas la española, ni siquiera llegaron a asistir a la sesión, en una acción concertada para marcar distancias con Israel. Casi todos los representantes de países árabes y musulmanes —Indonesia, con la mayor población musulmana del mundo, lo reconoció en X— salieron de la sala, junto con los de varios países africanos y algunos países europeos. España había decidido no acudir de acuerdo con sus socios, según fuentes diplomáticas oficiales.
Pero el primer ministro israelí no pareció acusar los generalizados abucheos ni el patente desprecio de decenas de delegaciones en fuga en medio de los ruidosos aplausos de una clac proisraelí que llenaba la tribuna de invitados. Al contrario, en un tono enérgico y amenazante, aseguró que su ejército aniquilará a Hamás en Gaza y que su país “no cometerá el suicidio nacional” de permitir la creación de un Estado palestino, criticando duramente a los países que lo han reconocido durante esta Asamblea General. “Esto será vergüenza indeleble para todos ustedes”, dijo, citando, entre otros, a Francia, el Reino Unido, Australia y Canadá, a quienes acusó de enviar el mensaje a los palestinos de que “asesinar a los judíos vale la pena”.
Netanyahu también rechazó que Israel esté cometiendo un genocidio en Gaza, como ha señalado una comisión independiente designada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, y aseguró que la hambruna que organizaciones humanitarias, con la ONU a la cabeza, están denunciando en Gaza desde agosto no existe, gracias a la entrega israelí “de dos millones de toneladas de alimentos, 3.000 calorías al día” por palestino. Hamás, añadió, “ha robado el 80% de los convoyes” de ayuda para venderla y poder financiarse.
El jefe del Ejecutivo más extremista de la historia de Israel se dirigió a través del micrófono a los rehenes que aún siguen en Gaza, 48 en total, de los que se estima que solo sobrevive una veintena. Gracias a los altavoces desplegados por el ejército en la Franja, Netanyahu nombró a los supervivientes y aseguró que si Hamás los devuelve, la guerra puede terminarse en el acto. Este es un mensaje difícil de conciliar con su afirmación de que Israel acabará el trabajo con Hamás, y no solo en beneficio de Israel, sino del resto del mundo.
“Israel está haciendo el trabajo sucio”, asumió, al defender que la lucha contra Hamás, y en los otros seis frentes regionales —contra Hezbolá, los rebeldes hutíes de Yemen, Irán, Irak, etcétera—, beneficiará a todo el mundo. El jefe del Ejecutivo israelí se jactó de las victorias en todos esos frentes, salvo el de Gaza, una tarea —más que un trabajo, una misión, a juzgar por el tono de sus palabras— en curso.
Permitir la creación de un Estado palestino contiguo a Israel, subrayó, “sería como darle un Estado a Al Qaeda en EE UU después del 11-S. Y eso no lo vamos a hacer”, continuó Netanyahu. Por eso, como salvador del mundo civilizado frente al oscurantismo medieval que supone la amenaza terrorista en Oriente Próximo, en esa guerra con siete frentes en la que se apuntó seis victorias —por encima de todas ellas, la de supuestamente neutralizar a Irán—, arremetió contra los críticos de Israel, acusando a los líderes mundiales de ceder “cuando las cosas se pusieron difíciles” para su país, “doblegados por la presión de unos medios de comunicación sesgados, de electorados islamistas radicales y de turbas antisemitas”.
“¿Genocidio? Es lo contrario”
Netanyahu usó un mapa que ya utilizó en su discurso del año pasado, el del eje del mal que irradia de Irán, además de unas cartulinas con un infantil juego de preguntas sobre las amenazas del citado eje a Israel y el mundo. No hizo ninguna referencia específica a la orden de arresto del Tribunal Penal Internacional (TPI) que pesa contra él, que obligó a su avión desviar la ruta para evitar el espacio aéreo de España y Francia, pero sí a las acusaciones de genocidio por parte de la comisión independiente del Consejo de Derechos Humanos. “¿Genocidio? Es lo contrario”, aseguró tajante, ya que el porcentaje de bajas entre la población civil por los bombardeos de su ejército, aseguró, “es uno de los más bajos, de dos a uno, más bajo que en Afganistán”.
Los casi dos años de guerra se han cobrado 220.000 víctimas, como recordó el jueves el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, entre ellas más de 65.000 muertos. Pero para Netanyahu no se puede ni debe hablar de genocidio, porque Israel ha enviado “miles de folletos y de mensajes de texto a los móviles [gazatíes] pidiendo a los civiles que abandonaran Ciudad de Gaza, y Hamás les dijo que no, que se quedaran. ¿Un país que comete genocidio pediría a la población civil a la que supuestamente quiere destruir que se vaya? ¿Pidieron los nazis a los judíos que se fueran?”, se preguntó retóricamente, agarrándose a la que probablemente sea la única coartada moral e histórica que le queda a Israel, la memoria del Holocausto. “Cualquier baja civil es una tragedia, pero para Hamás es una estrategia”.
Si la seguridad era ya extrema durante la semana de la Asamblea General, la manifestación convocada este viernes en el centro de Nueva York, que ha reunido a miles de personas, ha multiplicado la presencia policial. La protesta no es ninguna novedad, sino el culmen de dos años de movilizaciones, a favor y en contra de Netanyahu, que han provocado un cisma en la importante comunidad judía estadounidense.

Netanyahu anunció el lunes que se pronunciará oficialmente sobre el reconocimiento masivo de Palestina por parte de una decena de países a su regreso a Israel, tras participar en la ONU y reunirse con el presidente de EE UU, Donald Trump. Muchos prevén que esa respuesta sea la anexión de facto de Cisjordania, ya yugulada por un creciente número de asentamientos ilegales, pero que, de producirse, enterraría para siempre la posibilidad de un Estado palestino al privarle de continuidad territorial. Trump aseguró esta semana a líderes de países árabes y musulmanes que no permitirá ese movimiento. Según diversas fuentes, Netanyahu pulsará la opinión de Trump el lunes en Washington, en la cuarta reunión bilateral que mantendrán desde la llegada al poder del republicano.
Porque el Estado paria en que se está convirtiendo Israel en el seno de la comunidad internacional, puesto de manifiesto por el gesto de rechazo de la Asamblea este viernes, se resarce en EE UU, donde la confluencia de intereses de la poderosa comunidad judía y los cristianos evangélicos respalda la política de su Gobierno. Como detalle, el embajador de EE UU en Israel, Mike Huckabee, niega la existencia de Cisjordania, a la que se refiere con los nombres oficiales que usa el Estado judío: Judea y Samaria. Los nombres que utilizó Netanyahu en su desafiante discurso para pasar por encima del otro foco de tensión, el de la violencia desatada de los colonos en Cisjordania.
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