Turquía pone una pica en Siria
El Gobierno de Ankara emerge como ganador tras la caída de El Asad y despliega su influencia en Damasco. Erdogan consolida una posición de ventaja geoestratégica y económica en el tablero regional
Apenas cuatro días después de la huida nocturna del presidente Bachar el Asad de Siria el pasado 8 de diciembre, el nuevo hombre fuerte del país árabe, el líder islamista Ahmed al Shara ―anteriormente conocido como Abu Mohamed al Julani― conducía un vehículo por el centro de Damasco con Ibrahim Kalin, director de la Organización Nacional de Inteligencia (MIT) turca, en el asiento del copiloto. Seis días más tarde, la bandera de Turquía era izada de nuevo en la Embajada en la capital siria, que había permanecido cerrada durante 12 años. Y solo dos semanas después del colapso del régimen, el jefe de la diplomacia de Ankara, Hakan Fidan, se convertía en el primer ministro de Exteriores en visitar a Al Shara, líder de Hayat Tahrir al Sham (HTS), que fue visto con traje y corbata de forma inédita. Todo un alarde de imagen de gobernante moderado para el jefe de la milicia que forzó hace un mes, en una ofensiva relámpago de solo 12 días, la fuga de El Asad a Moscú tras un cuarto de siglo en el poder.
En la culminación de una estrategia de expansión neootomana en parte de su antiguo imperio, Turquía se ha apresurado a poner una pica en Siria. Un despliegue sin precedentes de espías, diplomáticos, agentes de seguridad y guardaespaldas ha sido visible en las calles y los hoteles de Damasco. Ankara envió además a 120 miembros de los equipos de rescate del servicio de emergencias del Ministerio de Interior para intentar localizar calabozos subterráneos ocultos en la siniestra cárcel de Saidnaya, símbolo de las atrocidades de medio siglo de dictadura de la familia El Asad en Siria. Decenas de reporteros turcos han seguido de cerca los pasos de todos ellos en uno de los mayores despliegues internacionales de los medios de ese país, con la masiva presencia de los equipos de emisión en directo de las televisiones en los puntos de interés de la capital siria.
Máximo líder político de Turquía desde 2002, el actual presidente, Recep Tayyip Erdogan, ha tenido que aguardar para que su apuesta en favor de la oposición siria y contra el régimen de El Asad haya emergido como ganadora tras más de 13 años de contienda civil, destrucción y barbarie. A Turquía le ha costado revertir el destino de potencia relegada que la deriva de la guerra le había asignado.
El derribo por la fuerza aérea turca de un avión de combate ruso Su-24 en noviembre de 2015 en la frontera siria, calificado por el presidente Vladímir Putin de “ataque a traición”, disparó la tensión con Moscú, que impuso duras sanciones económicas a Ankara. Erdogan tuvo que pedir perdón siete meses más tarde y aceptar el dominio de Rusia ―y de sus aliados de Irán y las milicias chiíes― en los campos de batalla del país árabe. También se avino a someterse al proceso negociador de Astaná, tutelado por Rusia de la mano de Irán en la capital de Kazajistán, en detrimento de las conversaciones de paz auspiciadas por Naciones Unidas en Ginebra.
Un dirigente tan poco proclive al eufemismo como Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, se ha dado prisa en señalar que “Turquía tiene ahora la llave de lo que ocurra en Siria”. El líder republicano, que en su primer mandato entabló una fluida relación con el presidente turco, parece dispuesto a apuntalarla ahora. “Me llevo muy bien con Erdogan”, ha asegurado Trump, “que ha construido un ejército muy fuerte y poderoso”.
“La crisis siria ha redefinido el papel regional e internacional de Turquía”, sostiene un reciente informe del Real Instituto de Estudios Internacionales de Londres, más conocido por el nombre de su sede, Chatham House. El análisis de este centro de investigación británico destaca que la firmeza del apoyo de Erdogan a la oposición siria ha reforzado las expectativas de aumentar su influencia en Damasco.
“Pero la caída de El Asad afectará también a las relaciones de Turquía con Rusia e Irán, y previsiblemente contribuirá a un acercamiento a Occidente”, apunta Chatham House. En presencia de la presidenta de la Comisión Europa, Ursula von der Leyen, que acudió a visitarle a Ankara con un cheque suplementario de 1.000 millones de euros para aliviar la carga de los refugiados sirios, Erdogan reclamó “una inmediata y tangible mejora de las relaciones entre Turquía y la Unión Europea”. Tras 25 años de candidatura turca a la adhesión a la UE en estado de hibernación, Ankara exige, por el momento, un nuevo acuerdo de Unión Aduanera que sustituya al de 2005 y la eliminación de visados para sus nacionales en el espacio Schengen.
La influencia de Turquía en Siria parece haber alcanzado su cota máxima con el desmoronamiento del régimen de El Asad. Ya desde el comienzo de sus sucesivos mandatos ―como primer ministro y luego como presidente, siempre con plenos poderes ejecutivos―, Erdogan estrenó en Siria la vía diplomática neootomana, mediante relaciones de interdependencia económica con los países que formaron parte de su antiguo imperio. Con 900 kilómetros de frontera común en la histórica ruta de la seda, los lazos comerciales, el turismo y la cooperación entre ambos países florecieron hasta 2011, cuando Erdogan tomó partido por las fuerzas de oposición y rompió relaciones con Damasco tras el estallido de la Primavera Árabe.
Turquía respaldó en particular a las milicias islamistas situadas en la órbita política de los Hermanos Musulmanes, movimiento surgido hace un siglo en Egipto, que acabaron integrando el llamado Ejército Nacional Sirio (ENS, antes Ejército Libre Sirio). Estos grupos se convirtieron en la fuerza de choque esgrimida por Ankara contra los combatientes kurdos asentados en la frontera común, asociados a EE UU en la lucha contra el yihadismo del ISIS. Han contado también con implantación en sur del país, en los límites con Jordania y los Altos del Golán sirios ocupados desde 1967 por Israel, que ha aprovechado la caída del régimen para ampliar el territorio bajo su control.
Aunque Ankara consideraba a Hayat Tahrir al Sham como grupo terrorista por sus orígenes en la red de Al Qaeda, ha mantenido durante la guerra el control en la frontera de los suministros de armamento y de la ayuda humanitaria que entraban en Idlib, el último gran reducto de la oposición islamista en el noroeste de Siria.
Las relaciones turcas con HTS no han dejado de estrecharse. Tras la ofensiva final contra El Asad ―en la que Ankara niega haber participado directamente, aunque resulta difícil de imaginar sin al menos su anuencia―, la presencia e influencia turca ha aumentado en Siria. El papel que le reserva un futuro cercano se intuye ya como preponderante.
En pleno conflicto civil, Ankara envió fuerzas de interposición al enclave de Idlib, asediado durante años por el ejército gubernamental y sus aliados. Los flamantes vehículos y uniformes de las nuevas fuerzas de seguridad sirias surgidas de HTS, que ahora patrullan en el área de Damasco y en Homs (centro), proceden de Turquía. Y junto a los altos funcionarios que se ocupan de la gestión ordinaria de las administraciones locales, no resulta raro observar la presencia de asesores políticos retornados a sus ciudades de origen desde Idlib, elegantemente vestidos a la moda de Estambul de inspiración italiana.
Sin embargo, para recoger el saco de oro de la reconstrucción para sus grandes empresas, Turquía deberá gastar, a la espera de los programas internacionales de ayuda, una bolsa de plata. Los gigantes de la construcción que cotizan en la Bolsa de Estambul abrieron con ganancias de hasta el 10% la primera sesión tras la caída de El Asad. El Ministerio de Transportes ya ha diseñado un plan para la reparación de carreteras y puentes, y la puesta en servicio de los aeropuertos, de los que solo están operativos de forma precaria los de Damasco y Alepo (norte). La consolidación de la estabilidad siria es un imperativo urgente para Turquía, país de acogida de más de 3,5 millones de refugiados sirios.
Vía alternativa a la cuestión kurda
En las tres últimas semanas, Turquía y sus aliados sirios han forzado el repliegue al este del río Éufrates de las Fuerzas Democráticas Sirias, milicias de base kurda emparentadas con el separatista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), alzado en armas en el sureste de Anatolia hace cuatro décadas contra el poder central de Ankara. El nuevo escenario surgido en la Siria sin El Asad, del que los kurdos del país salen aparentemente debilitados, abre, sin embargo, la puerta a una eventual salida política para la vieja cuestión kurda en Turquía. La propuesta del líder ultranacionalista Devlet Bahçeli, socio parlamentario de Erdogan, de excarcelar al jefe del PKK, Abdulá Öcalan, condenado a perpetuidad en 1999, si ordena el fin de la lucha armada y decreta la disolución de la guerrilla, está ya sobre la mesa con un primer paso efectivo.
Por primera vez desde el fallido proceso de paz de 2013 entre el Gobierno turco y el PKK, calificado como grupo terrorista, diputados nacionalistas kurdos turcos han podido visitar a Öcalan, de 76 años, en el penal de Imrali, en una isla del mar de Mármara. “Estoy dispuesto (...) a hacer el llamamiento [a la disolución del PKK]”, aseguró Öcalan en una nota publicada el pasado domingo en la web del partido DEM (izquierda prokurda de Turquía), citada por Efe. “Los acontecimientos en Gaza y Siria han demostrado que la solución de esta cuestión, que las intervenciones externas han tratado de convertir en un problema crónico, no puede demorarse más”. El conflicto interno kurdo se ha cobrado 45.000 vidas en Turquía desde 1984.
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