Georgia se juega su futuro en la Unión Europea
Las elecciones parlamentarias del sábado han sido definidas por la oposición como “un referéndum” entre Europa y Rusia, mientras el Gobierno de Sueño Georgiano, cada vez más autoritario, acusa a Occidente de querer arrastrarlo a la guerra
En pocas ciudades, quizás con la excepción de Bruselas, se ven tantas banderas de la Unión Europea como en Tbilisi, la capital de Georgia. La enseña azul marino con sus estrellas aparece pintada en los muros de la ciudad, colgada de establecimientos comerciales, ondeando en edificios oficiales. Está en la propaganda electoral y en los mítines de los partidos de la oposición y la formación gubernamental. El sueño europeo está incluso grabado en la propia Constitución del país: “Los organismos constitucionales deberán tomar todas las medidas dentro de sus competencias para asegurar la completa integración de Georgia en la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte”. Pero esta aspiración, que según las encuestas comparten más del 80% de los georgianos, corre peligro. Y este sábado se somete a examen en las urnas.
El pasado diciembre, Georgia recibió el estatus de país candidato a la adhesión. Sin embargo, este verano, Bruselas decidió congelar el proceso ante las sucesivas leyes del Gobierno del partido Sueño Georgiano (SG) que van en dirección contraria al espíritu comunitario —como la ley de agentes extranjeros similar a la vigente en Rusia, la eliminación de cuotas para mujeres en política y la Administración, y la ley contra la “propaganda LGBT”— y ante la percepción de un progresivo alineamiento del país con Rusia y China. Al mismo tiempo, Estados Unidos ha decretado sanciones contra dos altos cargos del Gobierno georgiano —por su papel en la represión de las protestas proeuropeas de esta primavera— y prepara un nuevo paquete para después de los comicios.
Por ello, la presidenta del país, Salomé Zurabishvili, que fue elegida en 2018 con el apoyo de SG, pero que ahora está enfrentada al Ejecutivo por esa deriva antioccidental, ha definido las elecciones parlamentarias del próximo sábado como un “referéndum” entre Rusia y Occidente.
“La razón por la que Georgia recibió su estatus de candidato, como han dejado claro las autoridades europeas en sus declaraciones públicas, no fue por el Gobierno y sus reformas, sino por la actitud e identidad proeuropeas de su población. Y la UE ha dicho claramente que son las acciones del actual Gobierno las que están minando este proceso”, afirma el académico y político retirado Sergi Kapanadze, del think tank Grass.
El sábado, 3,5 millones de georgianos están llamados a las urnas en unas elecciones parlamentarias en las que Sueño Georgiano vuelve a partir como favorito tras 12 años en el poder, pero en las que el principal enigma es si será capaz de revalidar su mayoría absoluta o, en caso contrario, si la oposición obtendrá los escaños suficientes para arrebatarle el poder.
Con todo lo que hay en juego, SG ha colocado de número uno en sus listas a su fundador y presidente honorario, el oligarca Bidzina Ivanishvili, quien, tras ocupar la cartera de primer ministro durante un año entre 2012 y 2013, se había retirado a gestionar el poder desde la sombra. Según Transparencia Internacional, Ivanishvili es, con mucho, el hombre más rico de Georgia: posee más de 4.500 millones de euros (equivalente a una sexta parte del PIB del país), la mayoría amasados en Rusia —donde aún mantiene propiedades— en el caótico periodo que siguió al derrumbe de la Unión Soviética. Según varios testimonios de la época, apoyó y financió al Gobierno prooccidental surgido de la Revolución de las Rosas (2003), aunque finalmente usó su riqueza para unir a la oposición y desbancar al presidente Mijaíl Saakashvili, cuyas reformas neoliberales, creciente autoritarismo y enfrentamiento con Rusia lo habían hecho cada vez más impopular (y que fue encarcelado tras regresar a Georgia en 2021).
Desde que inició su primer mandato en 2012, Sueño Georgiano se ha ido deshaciendo de sus antiguos aliados y cooptando las instituciones del país, que tras su independencia de la URSS se había preciado de ser el más democrático de entre sus vecinos. Y el país ha comenzado a coquetear con Rusia —que mantiene presencia militar en las regiones separatistas de Abjazia y Osetia del Sur, oficialmente territorio georgiano— y a firmar acuerdos de cooperación con China, lo que es visto con preocupación desde Bruselas y Washington, ya que en los últimos 20 años Georgia se había convertido en un baluarte de la influencia occidental en el Cáucaso y por su territorio pasan tuberías como el oleoducto BTC y el gasoducto del Cáucaso Sur, claves para que Europa reduzca su dependencia energética de Moscú.
“Somos un país pequeño, con una economía abierta, así que buscamos firmar acuerdos de libre comercio con todos los países que podamos, tenemos también con la UE, India, Emiratos Árabes Unidos. Queremos diversificar el comercio”, justifica Nikoloz Samkharazde, presidente del comité de Asuntos Exteriores del Parlamento y diputado de SG. “Pero eso no significa que abandonemos nuestro camino europeo”, añade, poniendo como ejemplo que fue su gobierno el que incluyó en la Constitución la disposición transitoria sobre la adhesión a la UE y la OTAN.
En este aspecto, el Gobierno de Sueño Georgiano parece querer aplicar una política similar a la ambigüedad estratégica de su vecina Turquía, miembro de la OTAN, candidato a la UE, pero que mantiene buenas relaciones con la Rusia de Putin. “Para nosotros esto no funciona así. Turquía es un país muy influyente por su propio peso. Nosotros somos un país pequeño y si hemos elegido aliarnos con la UE y la OTAN es porque resulta necesario por nuestra propia seguridad nacional”, critica Alexandre Crevaux, portavoz de Exteriores del principal partido de la oposición, el Movimiento Nacional Unido (MNU), para quien los acuerdos con China solo han supuesto “deudas” para Georgia y la llegada de dinero chino y ruso para “financiar medios de desinformación”.
Teorías de la conspiración
Buena parte de las marquesinas de las paradas de autobús de Tbilisi están cubiertas por carteles propagandísticos en los que aparece una foto en blanco y negro de un edificio ruinoso (hasta hace unas semanas eran edificios ucranios destruidos por la invasión rusa, pero las quejas de Kiev hicieron que se cambiasen). A su lado, una fotografía similar en color muestra los progresos de los últimos 12 años. Bajo la fotografía en blanco y negro, acompañada de los logos de la oposición, un mensaje dice “No a la guerra”. Bajo la fotografía en color y el logo de Sueño Georgiano, “Elige la paz”.
Si al partido gobernante le parece mal que las elecciones se planteen como un plebiscito entre Occidente y Rusia, en cambio no ha tenido reparos en plantearlas como un referéndum en el que los votantes elegirán entre la guerra y la paz. El miércoles, en su último mitin de campaña en Tbilisi —para el que se bloqueó todo el centro de la capital y se trajo a cientos de personas en autobuses de todos los puntos del país—, Ivanishvili compareció en un estrado aparte al del resto de los dirigentes de SG, protegido por una mampara antibalas, e insistió en el mismo mensaje que lleva repitiendo su Gobierno en los últimos meses: si gana la oposición, Georgia se verá arrastrada a la guerra. “La paz debe ser protegida, especialmente ahora, cuando los enemigos externos e internos intentan abrir un segundo frente [en la guerra de Ucrania]”, afirmó.
Es lo que diversos dirigentes de Sueño Georgiano apodan “el Partido de la Guerra Global”, una teoría según la cual laboratorios de ideas financiados por Occidente, diplomáticos de la UE y partidos de la oposición conspiran para que Georgia declare la guerra a Rusia, tome por la fuerza las regiones separatistas de Abjazia y Osetia del Sur y así abra un segundo frente que desvíe la atención de Moscú sobre Ucrania. Otra de las teorías que ha repetido continuamente es que Occidente prepara un golpe de Estado o una revolución contra SG en caso de que la oposición pierda las elecciones.
No es algo baladí. En su corta historia como Estado independiente, Georgia ha sufrido tres guerras: una civil (1991-1992); la de Abjazia (1992-1993), en la que perdió el control de esta región; y la de 2008, en la que perdió el control de Osetia del Sur y fuerzas rusas ocuparon su territorio. Así que estas amenazas despiertan miedo en la población. “Queremos Europa, por supuesto, pero también queremos vivir en paz, por eso apoyo a este Gobierno”, explica David, un gestor de proyectos asistente al mitin del miércoles que rehúsa dar su apellido.
“Queremos Europa, queremos un futuro europeo, pero no del modo que nos dictan desde fuera. No seremos vasallos de nadie, no obedeceremos las órdenes del exterior, no renunciaremos a nuestros intereses ni a nuestra soberanía ni a nuestra independencia y libertad, que hemos conquistado con sangre”, dijo, desafiante, el alcalde de Tbilisi, Kakha Kaladze, en el mitin de SG. Estas declaraciones son miel sobre hojuelas para el Kremlin, que ve en las autoridades georgianas a dirigentes receptivos con sus posturas como Viktor Orbán en Hungría o Robert Fico en Eslovaquia. Como premio, Rusia se ha ofrecido a mediar entre Georgia, Abjazia y Osetia del Sur para normalizar sus relaciones (algo a lo que las autoridades separatistas siempre se han opuesto).
El pasado lunes, los ministros de Exteriores de 13 países de la UE, incluidos Francia y Alemania, publicaron una carta abierta en la que denunciaban que la Unión y sus miembros están siendo “insultados y acusados sin prueba alguna de planes golpistas y asesinatos” por parte de miembros del Gobierno georgiano. “La puerta [a la adhesión de la UE] está abierta y seguirá estándolo”, subraya la misiva, pero advierte: “Georgia no se convertirá en miembro de la UE si sus autoridades no cambian de ruta”. El embajador alemán en Tbilisi lo resumió sucintamente: “Georgia puede hacer lo que le venga en gana. Lo que no puede es hacer lo que le venga en gana y unirse a la UE. Vosotros decidís”.
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