Viaje por la meca del ‘turismo rojo’: los 75 años de China desde Shaoshan, cuna de Mao Zedong
La República Popular celebra este martes sus tres cuartos de siglo, mientras Pekín aún venera el pensamiento de su fundador como una guía a seguir
La señora Hu nació el mismo año en que Mao Zedong, al frente de las tropas comunistas, llegó a Pekín y proclamó la República Popular China desde la plaza de Tiananmén el 1 de octubre de 1949. Este martes se celebra el 75º aniversario. Y la señora Hu, que celebró el suyo hace unos meses, cree que China ha cambiado mucho: “La economía ha crecido, hay progreso, infraestructuras, trenes de alta velocidad…”. Ella nació en una familia de campesinos, aprendió sola a leer y a escribir: “casi todas las mujeres que nacieron en 1949 no pudieron ir a la escuela”. Durante la Revolución Cultural, la década de caos y purgas que dejó, según cálculos de los expertos, cerca de dos millones de muertos, fue la actriz principal de la compañía de teatro de su pueblo. Tararea una de las “canciones rojas” que interpretaba: “El Ejército Rojo no teme las pruebas de la Larga Marcha… mil riscos y torrentes son bastante fáciles para ellos…”.
Su voz flota sobre el estanque cubierto de hojas de loto, y sobre los tallos amarillos de los arrozales, donde se retratan los turistas a los pies de la casa donde nació Mao en 1893. La vivienda, reconstruida, es de adobe; cada minuto la atraviesa un río de personas; cuesta detenerse en las estancias sin ser empujado por la masa. En la cocina, amplia y humilde, compuesta por un hogar de piedra y unos pocos muebles sencillos de madera, un letrero explica que allí Mao reunía a su familia: “Les animó a entregarse a la causa de la liberación del pueblo chino”.
La señora Hu acaba de terminar la visita y descansa en una sombra con su marido y su hija en Shaoshan, la cuna del dirigente: una aldea en la provincia de Hunan enclavada en un valle rodeado por colinas frondosas con arces, alcanfores y ginkgos. Es una de las mecas del “turismo rojo”. En 2023, recibió más de siete millones de visitantes. En este lugar la propaganda y la historia se funden y producen una exaltada hagiografía, con toques nacionalistas y tintes de parque temático. Aquí casi todo confluye en ese 1 de octubre de 1949: es el punto álgido del museo, donde se reproduce con muñecos de cera el instante en que Mao se asoma al balcón de Tiananmén y pronuncia su discurso; es el final épico de los dos espectáculos musicales propagandísticos que recorren la vida del líder (uno de ellos dirigido por el cineasta Zhang Yimou).
Sin Mao no existiría la China actual
Sin Mao no existiría la China actual, se caería el edificio. Su figura admite la crítica menor, pero no un cuestionamiento total. “La Revolución Cultural fue un error”, admite por ejemplo el señor Hu. “El juicio final es que sus logros superan a sus errores”, interviene su esposa. Ambos lo consideran “un líder espiritual”, dice la hija. Y sus ideas sostienen el Partido-Estado tres cuartos de siglo después. “El pensamiento de Mao Zedong es la preciosa riqueza espiritual de nuestro Partido, que guiará nuestras acciones durante mucho tiempo”, dice la inscripción de Xi Jinping, el presidente actual, en caracteres rojos sobre mármol blanco, que cierra el museo dedicado a la vida de Mao.
“Somos muy afortunados de vivir en esta era”, opina la hija, que nació en los setenta y trabaja como contable en Chengdu, la capital de Sichuan, adonde se mudó la familia en los ochenta. Con Mao muerto en 1976, el nuevo líder, Deng Xiaoping, lanzó la política de apertura y reforma, renegó del culto a la personalidad, trajo contrapesos al liderazgo del partido, permitió los negocios privados y catapultó el crecimiento meteórico de las décadas siguientes. Cerca de 300 millones de personas migrarían del campo a las ciudades. Sobre los hombros de esta generación se sustentan las siguientes: la nieta de la familia Hu, de 23 años, vive en Pekín y estudia en la universidad de Tsinghua, una de las más prestigiosas. “Es la mejor de las épocas”, dice su madre. Si acaso, los Hu se quejan porque les gustaría una China más fuerte, y por las “restricciones” que les imponen otros países. Léase: Occidente.
En Shaoshan hay un fervor casi religioso. Un par de turistas se arrodillan ante la inmensa escultura de Mao erigida en la plaza; otro grupo junta las palmas y se inclina, le ofrendan flores, dan vueltas a su alrededor igual que los budistas circunvalan las estupas. “Vivimos en los tiempos más pacíficos en los 5.000 años de nuestra historia”, dice Huo Xing Chao, un exmilitar, a los pies de la estatua. “Si logramos mantener el país en paz, superaremos a Estados Unidos un día”.
Exaltación patriótica
El regreso del mensaje antiimperialista y de exaltación patriótica son rasgos de la China de hoy, cuentan Mario Esteban, investigador principal del Real Instituto Elcano, y Rafael Martín, doctor en Historia Contemporánea y especialista en Relaciones Internacionales de Asia Pacífico, en su reciente Introducción a la China actual (Alianza editorial). También perciben fenómenos que “apuntan hacia un incipiente totalitarismo” desde que Xi tomó el poder en 2012, como el culto a la personalidad, una concentración de poder y la intensificación del control, la propaganda y la educación ideológica. “Todo ello para crear un sentido de unidad y lealtad al régimen”.
Pero reconocen los altos niveles de apoyo al Gobierno: el 89% de los chinos confía en que las autoridades hacen lo correcto, según la encuesta World Values Survey de 2022. “Esta legitimidad se basa en el éxito del Partido para presentarse como la organización política capaz de mejorar las condiciones de vida de la población y convertir a China en una gran potencia internacional”. En las tres últimas décadas, añaden, ha sido el único país capaz de pasar de un nivel bajo a un nivel alto en el Índice de Desarrollo Humano, y de ser un paria internacional tras la represión del movimiento estudiantil de Tiananmén a ser considerada unánimemente como la segunda mayor potencia internacional, solo por detrás de Estados Unidos.
“Para decirlo sin rodeos: hacemos dinero gracias a Mao”, dice Xiao Xiping, de 62 años, dueña y fundadora con su marido de la mayor fábrica de esculturas de Mao de bronce de Shaoshan. Las producen de todos los tamaños, las venden por todo el país, no sabe ni cuántas fabrican: “Decenas de millones al año”. Comenzaron a vender recuerdos en 1992 junto a la casa de Mao. En 1996 montaron la fábrica. Compraron la licencia para producir la escultura oficial. Al parecer, el mercado de reproducciones está fuertemente regulado. Se especializaron en la que representa al Mao con el brazo en alto, arengando a las masas de Tiananmén hace 75 años.
Los gobiernos y las empresas están entre sus clientes habituales. Y la dueña reconoce que les afecta el pinchazo de la burbuja inmobiliaria: antes, cuando alguien compraba una casa en la provincia, solía comprar una estatua de Mao para que les diera su “bendición”. Pero las ventas de inmuebles arrastran meses de caídas. “La tensión económica, definitivamente, nos impacta”. Este, dice, es uno de los grandes retos actuales del país.
La lucha contra la pandemia, que mantuvo a China bajo la férrea política de covid cero, supuso también un golpe severo. La señora Tang, fundadora de un imperio de restaurantes conocidos como Mao Jia (Casa Mao), se vio obligada a cerrar un centenar de las 400 sucursales que tenía por toda China. Esta anciana de 96 años, dicharachera y enérgica, recibe en el salón de su casa, ubicada sobre el conocido local de Shaoshan. Lo fundó en 1984, durante el período de apertura, y en él sirve los platos que le gustaban a Mao. Su favorito era la panceta de cerdo roja estofada, cuyos pedazos de carne gelatinosos se resbalan de los palillos. Ella asegura haber cocinado a menudo para él. Trataba mucho a la familia. Al líder lo conoció en 1959, cuando regresó a Shaoshan 32 años después. La estancia está llena de imágenes de Mao, al que dedica incluso un altar, y en su discurso intercala numerosas frases de adulación: “¡Es el número uno!”.
Verla manejarse con el teléfono es quizá el mejor resumen de China 75 años después. Sus dedos huesudos se deslizan por la pantalla mientras busca en su canal de Douyin, la versión china de TikTok, una de las aplicaciones con las que el gigante asiático se ha expandido por el globo, y objeto de una de sus pugnas tecnológicas con Estados Unidos. Tiene más de 224.000 seguidores. Por fin encuentra el vídeo: es ella chillando consignas contra Nancy Pelosi, la expresidenta de la Cámara de Representes estadounidense que visitó Taiwán. Pekín consideró el gesto una afrenta, desplegó ejercicios militares y rodeó la isla autogobernada. Acumula más de 7.000 likes.
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