Biden se presenta como el candidato de la libertad
El presidente presenta su campaña como una batalla moral que se centra en los valores y “el alma de la nación”, frente a las amenazas a la democracia y a los derechos que identifica con Trump
Hay una frase que el presidente de Estados Unidos le escuchaba decir a su padre y que repite con frecuencia: “No me compares con el Todopoderoso, compárame con la alternativa”. Joe Biden la dijo este martes en un hotel de Washington pocas horas después de hacer oficial que se presentará a la reelección en 2024. La alternativa, por supuesto, y salvo sorpresa, es Donald Trump, y Biden cree que está en condiciones de volver a ganarle: “Puede que no sea el único, pero le conozco bien. Y sé el peligro que representa para nuestra democracia. Y ya hemos pasado por esto antes”, dijo esta semana en una rueda de prensa en la rosaleda de la Casa Blanca.
La frase de la “alternativa” forma parte de un puñado de mensajes que Biden repite una y otra vez literalmente, de forma casi obsesiva. Le funcionaron en la campaña de las presidenciales de 2020, de nuevo en las elecciones de mitad de su mandato y ahora las rescata para la reelección en 2024. A ese repertorio machacón se ha añadido una nueva consigna que el presidente de Estados Unidos ya ha pronunciado decenas de veces: “Terminemos el trabajo”. Y se abre paso también un principio que solía estar más en boca de sus rivales republicanos: “Libertad”.
Esa es la primera palabra que pronuncia Biden en el vídeo del inicio de la campaña, justo después de imágenes de la turba asaltando el Capitolio. En ese vídeo se insiste también en otra de sus ideas: “Cuando me presenté a presidente hace cuatro años dije que estábamos en una batalla por el alma de esta nación. Y todavía lo estamos. La cuestión a la que nos enfrentamos es si en los próximos años tendremos más libertad o menos libertad. Más derechos o menos”.
Su primer anuncio televisivo de campaña va en la misma dirección: “Por la libertad. Por la democracia. Por América”, concluye. Biden centra su mensaje en los valores más que en los logros de su gestión. Asegura que ha dedicado su primer mandato a luchar por la democracia y que es hora de nuevo de defenderla de Trump y sus aliados extremistas, “los republicanos MAGA” [por Make America First Again (Hagamos que América vuelva a ser grande), el lema del expresidente].
Biden va a hacer campaña de Gobierno y oposición a la vez. La presidencia le concede una ventaja indudable. Puede dedicarse a recorrer el país y vender su gestión en actos institucionales, sobre todo, las leyes de infraestructuras, las de impulso a las inversiones en microprocesadores y la ley de Reducción de la Inflación, que es en realidad un paquete climático, fiscal y sanitario. Pero al tiempo que aprovecha la ventaja que da ser inquilino de la Casa Blanca, puede hacer oposición a Trump.
Al 70% de los votantes (incluido el 51% de los demócratas) no les gusta que Biden se presente a la reelección. Pero el 60% tampoco quiere ver en la papeleta a Trump, gran favorito en las primarias republicanas. Y, lo que es más importante, de aquellos que están en contra de ambos, la mayoría prefiere a Biden. Los demócratas han cerrado filas con Biden, incluido el izquierdista Bernie Sanders, porque creen que es el que tiene más posibilidades de derrotar a Trump. Es una campaña a la contra. Biden contra Trump. Trump contra Biden.
El presidente no solo cuenta con la ventaja de ocupar el cargo, sino también con la avalancha de escándalos y causas judiciales de Trump. Biden anunció su candidatura el martes y tuvo un acto con gremios y sindicatos de la construcción. El miércoles tuvo la visita de Estado del presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol. El jueves hizo de abuelo simpático de niños que visitaban la Casa Blanca. Y el viernes participó en un acto con militares.
La agenda de Trump ha sido diferente. El lunes, la fiscal de Atlanta que investiga la interferencia en las elecciones de 2020 en Georgia pidió a la policía refuerzos para cuando este verano anuncie si presenta cargos contra Trump y sus colaboradores. El martes empezó el juicio contra Trump por una demanda civil por violación presentada por la periodista E. Jean Carroll. El miércoles, ella declaró en el juicio: “Estoy aquí porque Donald Trump me violó”. El jueves Carroll siguió testificando, pero además el exvicepresidente Mike Pence declaró ante un gran jurado que investiga si Trump cometió delitos al tratar de subvertir el resultado electoral de 2020. Esa noche, el primer presidente o expresidente imputado en la historia de Estados Unidos decidió ponerle a Biden el mote de “corrupto”.
Lo otro que hizo Trump es burlarse de Biden por alguno de sus lapsus, una forma de cuestionar su capacidad. Biden es el primer presidente octogenario en la historia de Estados Unidos y acabaría un segundo mandato con 86 años. Pero si Biden tendrá 81 años en las elecciones del 5 de noviembre de 2024, Trump tendrá 78. No es ningún jovencito.
Más allá de conceder protagonismo a la vicepresidenta, Kamala Harris, Biden ha optado por restarle importancia a la edad e incluso ha decidido burlarse él mismo. En el acto con el presidente de Corea del Sur dijo que ni siquiera se le queda grabada la edad que tiene. El jueves, con los niños en la Casa Blanca le preguntaron por qué quiso ser presidente: “Bueno, ya sabes, cuando era más joven, hace 120 años...”, dijo provocando risas de los asistentes. “Mi hermana era tres años más joven que yo. Ahora es 20 años más joven que yo”, bromeó de nuevo. Y el viernes, con los militares, volvió a la carga: “Hace unos 65 años, durante el discurso a la primera promoción de la Academia de las Fuerzas Aéreas, el Presidente Eisenhower —yo no estaba allí, no importa lo que diga la prensa—...
Biden se presentó por primera vez a las primarias presidenciales hace 35 años, en 1988. Fracasó ese año y también en 2008, cuando Barack Obama lo rescató para la vicepresidencia. Ahora tiene el campo despejado, con rivales de poco peso en el Partido Demócrata, y puede pensar directamente en los republicanos antes de la última gran batalla de su larga carrera política. Si sigue el guion de la campaña de la reelección de Barack Obama en 2012, dejará los mítines para el final y mientras ejercerá de presidente-candidato.
Trump, mientras, es el favorito republicano, pero su campaña ha empezado a gastar dinero para atacar a Ron DeSantis, gobernador de Florida, al que percibe como principal rival en las primarias. DeSantis se ha desinflado en las encuestas, pero se espera que lance su candidatura en la primera mitad de junio. A Trump, paradójicamente, le ha beneficiado entre las bases republicanas la imputación de hace unas semanas. Sin embargo, queda año y medio de campaña salpicado de escándalos, comparecencias judiciales y posibles imputaciones adicionales y es difícil que eso le ayude con los votantes moderados e independientes, los que inclinan la balanza en unas presidenciales.
A esos es a los que apela Biden. “Es muy sencillo: Os necesitamos. Nuestra democracia os necesita porque se trata de nuestras libertades. Los republicanos MAGA están tratando de hacernos retroceder, pero juntos no vamos a dejar que lo hagan”, señalaba esta semana en otro acto.
El presidente asegura —de nuevo— que Estados Unidos está en un punto de inflexión que definirá el futuro. Jill Biden, la primera dama, ha entrado también en campaña: “Cada pocos años, decimos a los americanos que estas son las elecciones más importantes de sus vidas. Y cada año, tenemos razón... Porque la lucha por la libertad no tiene fin. La lucha por la democracia, por América no tiene fin”.
La inflación erosionó la popularidad de Biden en la primera mitad de su mandato, aunque ha empezado a ceder. El paro ha ya tocado los mínimos en medio siglo, pero los economistas temen una recesión a finales de este año que podría tener impacto en las urnas. En el lanzamiento de su campaña, sin embargo, Biden ha preferido presentar las elecciones como una batalla moral.
“De una manera extraña, todo lo que tenemos que hacer es señalar, en muchos casos, y compararnos con lo que estos tipos quieren hacer”, dijo este viernes en un acto con los grandes donantes, los que deben financiar la campaña presidencial más cara de la historia. Los reunió en el lujoso hotel Salamander de Washington, que tiene inigualables vistas sobre el monumento a Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores, paladín de la libertad.
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