Trump, el primer expresidente imputado en la historia de EE UU
Antes que él, media docena de presidentes o vicepresidentes se vieron inmersos en juicios políticos o se les relacionó con delitos
Donald Trump ha sido el primero en muchas cosas como presidente o expresidente, y unas cuantas de ellas poco ejemplares. Ahora ha vuelto a batir un récord: es el primer antiguo inquilino de la Casa Blanca que es imputado. Pero no es el único jefe de Estado de EE UU que ha tenido problemas con la ley a lo largo de la historia: un puñado de presidentes o vicepresidentes se vieron inmersos en juicios políticos o se les relacionó con delitos.
Un gran jurado en Nueva York ha votado a favor de presentar cargos contra el exmandatario y actual candidato presidencial en relación con el caso que investiga la fiscalía de Manhattan por el pago de 130.000 dólares (unos 120.000 euros) que el entonces abogado de Trump Michael Cohen desembolsó para comprar el silencio de la actriz porno Stormy Daniels poco antes de las elecciones que en 2016 convertirían al magnate inmobiliario en presidente de Estados Unidos.
El primer mandatario estadounidense que se vio sometido a un juicio político fue Andrew Johnson (1865-1869). En su caso, no porque hubiera dudas sobre su historial de buen ciudadano, sino por razones únicamente políticas: su mandato se vio dominado por un constante enfrentamiento con el Congreso acerca de sus iniciativas de reconstrucción tras la Guerra de Secesión (1861-1865). Johnson, demócrata del sur, del Estado de Tennessee, había permitido que los Estados secesionistas se reintegraran rápidamente a la Unión. Había indultado a soldados confederados. Y vetó proyectos de ley que el Congreso había adoptado para proteger los derechos de los esclavos que acababan de recuperar su libertad. Cesó a su secretario para la Guerra, Edwin Stanton, que se oponía a su benevolencia hacia los antiguos Estados confederados.
Los enfrentamientos llegaron a su apogeo en 1868: la Cámara de Representantes le abrió el proceso de impeachment. La sangre no llegó al río. Aunque la Cámara baja concluyó que debía ser cesado, el Senado le absolvió. Pero Johnson no quiso presentarse a un segundo mandato.
Su sucesor, Ulysses Grant (1869-1877), tuvo problemas de otro tipo: cuando iba subido a su coche de caballos le gustaba correr. Fue detenido una vez por ir demasiado rápido, pero la policía le dejó marchar tras imponerle una multa.
Habría de pasar casi un siglo para llegar al que, hasta ahora, ha sido el mayor escándalo y más célebre en la política estadounidense: el Watergate, que le costó el puesto a Richard Nixon (1969-1974). El presidente republicano, que aseguró que no era un delincuente, dimitió en 1974 antes de que comenzara un juicio político contra él. Aunque un gran jurado le había nombrado como uno de los participantes en el caso, nunca se llegaron a presentar cargos contra él. Su sucesor en la Casa Blanca, su antiguo vicepresidente, Gerald Ford, le indultó.
El caso, llevado al cine en la película Todos los hombres del presidente, protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman, había estallado después de que miembros del comité para la reelección de Nixon irrumpieran en la sede del Partido Demócrata en las oficinas del complejo Watergate, sobre el río Potomac, para instalar escuchas y robar documentos. Los micrófonos no funcionaron, así que cinco de ellos regresaron para cambiarlos. En ese momento fueron descubiertos.
Inicialmente, Nixon quiso encubrir su implicación, hasta el punto de que llegó a destituir al fiscal especial independiente que investigaba el caso. El escándalo se elevó al Tribunal Supremo, que dictaminó que el presidente debía hacer públicas las grabaciones que mantenía de todas sus conversaciones. Esas cintas le implicaban.
El mandato de Nixon se vio también salpicado de otros escándalos políticos. Su vicepresidente Spiro Agnew había dimitido en 1973 tras aceptar una acusación de evasión de impuestos. El cargo formaba parte de una investigación más amplia relacionada con supuestos sobornos que había recibido durante su etapa en la política local del Estado de Maryland, donde llegó a ser gobernador.
Pero si el caso del presidente republicano que restableció las relaciones diplomáticas con la China de Mao Zedong marcó un antes y un después en la política estadounidense contemporánea, el del demócrata Bill Clinton (1993-2001), el mayor escándalo sexual en la historia de la política estadounidense, no fue menos mediático.
En 1998, la Cámara de Representantes sometió a Clinton a un juicio político por perjurio y obstrucción a la justicia, después de que el presidente intentara encubrir su relación con la exbecaria de la Casa Blanca Monica Lewinsky, entonces de 24 años. Como había ocurrido 130 años antes, el caso no prosperó y el presidente quedó absuelto por el Senado. Pero el proceso de impeachment y el desgaste que supuso para la popularidad del presidente hicieron que su segundo mandato fuera el de un líder desprestigiado, sin capacidad para sacar adelante proyectos ambiciosos.
Los problemas de Clinton habían comenzado en el Estado del que fue gobernador, Arkansas, donde había dejado sospechas sobre su implicación en el pelotazo inmobiliario Whitewater. Y una funcionaria estatal, Paula Jones, le había demandado por acoso sexual. El demócrata se convirtió en el primer presidente en testificar en defensa propia ante un jurado.
Como parte del caso, los investigadores llamaron a declarar a la exbecaria por su relación con el presidente. El 26 de enero de 1998, Clinton pronunciaba una de las frases que marcarían su presidencia: “No tuve relaciones sexuales con esa mujer, la señorita Lewinsky”. La clave del proceso de impeachment fue, precisamente, determinar si el presidente, que había mantenido sexo oral con la joven, había cometido perjurio al negar la aventura y si obstaculizó a la justicia al alentar a Lewinsky a desmentir la relación.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.