25 años del gran fiasco del Mosad: de envenenar a un líder de Hamás a entregarle el antídoto
Israel pasó de intentar asesinar a Jaled Meshal a salvarle la vida y excarcelar al jeque Yasín, en una operación en Amán en la que falló todo lo que podía fallar
Hace 25 años, el líder del buró político de Hamás, Jaled Meshal, pasó en pocos días de rozar la muerte en un hospital de Amán, por el veneno que le introdujeron agentes del Mosad a través del oído, a burlarse ante la prensa del archifamoso servicio secreto de Israel en el exterior, ya curado gracias al antídoto que le proporcionaron, obligados, los mismos que habían tratado de asesinarlo, en uno de los mayores fiascos ―conocidos― de las décadas de historia del Mosad.
En vez de acabar con el dirigente islamista palestino, el embarazoso magnicidio frustrado del 25 de septiembre de 1997 ―en la calle y a plena luz del día― se saldó con la entrega del antídoto y la excarcelación de unos 70 presos palestinos, entre ellos el líder espiritual de Hamás, Ahmed Yassín, para apaciguar la crisis diplomática que generó con Jordania. El rey Hussein, que se sentía “apuñalado por la espalda” por el intento del Mosad de matar en su país a escondidas, ni siquiera quiso recibir en palacio las disculpas del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Mandó a su hermano, el entonces príncipe heredero Hasán. Además, Canadá llamó a consultas a su embajador en Tel Aviv (los espías usaron pasaportes falsificados de ese país) y la figura de Meshal salió reforzada.
Israel y Jordania habían firmado la paz tres años antes, a raíz de los Acuerdos de Oslo. El horizonte entre israelíes y palestinos tardó poco en ensombrecerse, con atentados frecuentes, principalmente de Hamás y la Yihad Islámica; la expansión acelerada de los asentamientos judíos en territorio ocupado; y, como punto de inflexión, el asesinato en Tel Aviv por un ultranacionalista israelí del entonces primer ministro y artífice de Oslo, Isaac Rabin. En 1996, el derechista Netanyahu ganó las elecciones con un mensaje de dureza hacia los palestinos.
Un año más tarde, dos terroristas suicidas de Hamás mataron a 16 personas en el principal mercado de Jerusalén, Mahane Yehuda. Fue la gota que colmó el vaso para Netanyahu, que pidió al jefe del Mosad, Danny Yatom, una lista de objetivos de Hamás para dar un golpe de efecto. El elegido fue Meshal, una figura en ascenso entonces de 41 años que vivía en Amán.
El Mosad optó por una fórmula inédita para asesinarlo: echarle un agente nervioso en la nuca con un ingenio ajustado a la palma de la mano. La URSS se había desintegrado pocos años antes y, entre los cientos de miles de judíos que emigraron entonces a Israel, se reclutaron varios científicos.
Como el objetivo era actuar con discreción y que los agentes volviesen a Israel antes de que trascendiese el asesinato, se escogió el lofentanilo, un opioide 100 veces más fuerte que la morfina. La dosis estaba pensada para provocarle un profundo sueño y, en 48 horas, la muerte, en lo que parecería un derrame cerebral o un ataque al corazón. Salvo que se busque en concreto, el lofentanilo no aparece en la autopsia. Un asesinato discreto y sin rastro.
El plan era que uno de los agentes abriese frente a Meshal una lata de refresco previamente agitada y el otro aprovechase la confusión para envenenarlo. El truco de la bebida se probó antes en las calles de Tel Aviv con varios viandantes.
La tarea correspondía a una célula de Kidón, la unidad de élite responsable de operaciones especiales, formada principalmente por veinteañeros con una meticulosa preparación física, mental y armamentística. Su operación más famosa es Cólera de Dios, la campaña de asesinatos en venganza por el atentado palestino contra el equipo olímpico israelí en 1972 que Steven Spielberg llevó all cine en Múnich. Volaron a Amán por separado como turistas desde distintas ciudades. Los dos encargados del envenenamiento llevaban pasaportes canadienses falsos.
Una operación apresurada
A partir de ahí, casi todo lo que pudo salir mal, salió mal. El plan era recopilar datos sin prisa sobre las rutinas del dirigente islamista hasta que, en la jerga interna, la operación estuviese “madura”. Al final, tuvieron que apresurarse a hacerlo en la mañana del 25 de septiembre, en la que Meshal iba a la oficina con tres de sus siete hijos, que el chófer iba a acercar luego a la peluquería. Los espías ni sabían que a veces acompañaba a sus hijos ni los podían ver ese día desde el coche porque no sobresalían del asiento trasero.
Al llegar a la oficina, Meshal se fijó en dos hombres con gafas de sol a la entrada que le resultaron sospechosos. “Sentí que algo no estaba bien [...] Dudé entre salir o irme en el coche. Fue una elección al 50%”, cuenta en Kill Him Silently, el documental sobre el envenenamiento de la cadena Al Jazeera. Se bajó del vehículo y su hija corrió a despedirlo de nuevo. Cuando se giraba hacia ella, uno de los agentes le introdujo la sustancia en el oído, en vez de en la nuca, mientras el otro luchaba sin éxito por abrir la lata de refresco. Meshal notó una especie de “zumbido en el oído, seguido de una descarga eléctrica en el cuerpo”, como lo describió posteriormente.
Justo entonces, apareció de casualidad otro de sus guardaespaldas, Mohamad Abu Seif, entrenado en combate cuerpo a cuerpo en los campamentos de muyahidín en Afganistán. Corrió hasta el coche, apuntó la matrícula, el modelo y el color, y paró el primer vehículo que pasaba para perseguirlos. Cuando los israelíes trataron de deshacerse del coche, los alcanzó y comenzó una horrible pelea en una zanja, en la que Abu Seif y uno de los espías pronto tenían la cara cubierta de sangre. Cuando el segundo agente se disponía a aplastar la cabeza del guardaespaldas de Meshal con una gran roca, apareció Saad Al Jatib, un exmiliciano del Ejército por la Liberación de Palestina que iba en taxi a ver a su madre y se bajó casi en marcha al ver la pelea. Los agentes del Mosad, ya sin superioridad y temerosos de acabar linchados por la multitud que se había ido arremolinando, se resignaron a acabar en comisaría.
Allí se ciñeron a la coartada de que eran meros turistas canadienses agredidos sin motivo en plena calle y telefonearon a “unos familiares” que en realidad eran sus superiores. El cónsul canadiense se desplazó a comisaría, les preguntó dónde habían crecido y si apoyaban a un popular equipo de hockey del país. “No sé de dónde son, pero de Canadá, no”, dijo al salir, cuenta Ronen Bergman en su libro Rise and Kill First: The Secret History of Israel’s Targeted Assassinations (Levántate y mata primero: la historia secreta de los asesinatos selectivos de Israel).
“Todos tuvieron la culpa del fiasco”, explica por teléfono Yossi Melman, el conocido periodista del diario Haaretz especializado en asuntos de inteligencia y autor del ensayo Espías contra el Armagedón: Dentro de las guerras secretas de Israel. “Bibi [el apodo de Netanyahu], porque quería una respuesta al sentir que perdía a la opinión pública; Yatom, por no oponerse y enviar agentes que estaban preparados para actuar en países europeos, pero no en uno árabe, algo que requiere una preparación distinta; y los agentes, porque fallaron en la comunicación y no abortaron la misión, como tenían que haber hecho. También hubo mala suerte”, explica.
De la calma al hospital
Al principio, Meshal se encontraba bien. Entendió desde el principio que fue un intento de asesinato, pero como no oyó “disparos ni una explosión”, pensó que había fracasado. Horas después, fue hospitalizado cansado, mareado y con dificultad para respirar.
Con el dirigente islamista ya en coma y con respirador, los dos espías entre rejas y otros cuatro miembros de la célula refugiados en la Embajada israelí en Amán, comenzó el tiovivo de desplazamientos y llamadas entre Israel, Jordania y Estados Unidos. Netanyahu explicó lo sucedido al enviado del presidente Bill Clinton para Oriente Próximo, Dennis Ross, quien le respondió: “¿En qué estabas pensando?”, según relató Ross en sus memorias. Al jefe del Mosad le tocó volar a Amán de urgencia en helicóptero para contar la verdad al rey de Jordania. En sus memorias relata que rezó dos veces durante la operación: una para que muriera Meshal y otra, para que sobreviviera.
Hussein ordenó rodear la Embajada y amenazó con asaltarla si no recibía el antídoto ese mismo día. “Si Meshal muere, también muere el acuerdo de paz”, advirtió el rey a Clinton, según su entonces jefe de gabinete, Ali Shukri. El presidente de Estados Unidos acabó la conversación con una mención a Netanyahu: “Este hombre es imposible”.
Un Netanyahu “casi en pánico” ―en palabras de Melman― cedió, consciente además de que sus dos agentes arrestados serían condenados a muerte si Meshal perecía. El precio final: la entrega del antídoto, la liberación del jeque Yasín (que fue recibido con besos por el rey jordano y por Yasir Arafat) y de otros 70 presos palestinos ―algunos de ellos involucrados en atentados―, y la promesa de nunca más actuar en Jordania sin luz verde, como había acordado Rabin con el rey Hussein. En el camino al acuerdo, todos desconfiaron de todos: los dirigentes de Hamás, del traslado de Meshal al hospital de confianza del rey; los jordanos, del antídoto (lo testaron y no dejaron que los acompañasen los israelíes); y los israelíes, de desvelar a los jordanos el veneno empleado, que consideraban un secreto de Estado.
El 1 de octubre, siete días después del envenenamiento, el ciego y tetrapléjico Yasín (sobre el que pesaba una cadena perpetua) aterrizaba en camilla en Amán mientras un helicóptero militar devolvía a Israel a los espías. Siete años más tarde, el ejército israelí asesinó a Yasín en Gaza con un misil. Meshal sigue vivo, en Qatar.
La operación minó la imagen del Mosad, con hasta tres comisiones de investigación en las que nadie salió bien parado, pese a que no era la primera ―ni sería la última― en salir mal. En 1973, el equipo que vengaba el atentado de Múnich asesinó por error a un camarero marroquí, Ahmed Bouchiki, cuando volvía del cine con su mujer en la localidad noruega de Lillehammer. Ocho años antes, Eli Cohen, un mito en Israel, se coló hasta la cocina del liderazgo sirio en los años sesenta y pasó información que resultaría clave en la Guerra de los Seis Días, pero fue descubierto y ahorcado. En 2004, Nueva Zelanda pilló a dos agentes israelíes tratando de obtener pasaportes de forma fraudulenta.
Muchos en Israel recordaron el episodio de Amán cuando agentes del Mosad mataron en 2010 en un hotel de Dubái a otro dirigente de Hamás, Mahmud al Mabhuh. Buena parte de la operación fue captada por las cámaras de seguridad, en un acto quizás de chapucería, quizás de jutspá (descaro) israelí que alimentó la imagen del Mosad como esa máquina letal con capacidades ilimitadas de la que se puede huir, pero nunca escapar. Una reputación alimentada durante décadas por la propia institución, para generar intranquilidad en sus enemigos allá donde estén; por sus operaciones más audaces y por el mito antisemita de la ubicuidad del poder judío.
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