Chelsea Manning: “Puede llegar alguien muchísimo peor que Trump”
La exanalista del Ejército de EE UU ejerce ahora de activista LGTBI después de pasar siete años en una prisión estadounidense, hasta que Obama le concedió el perdón presidencial
Chelsea Manning (Oklahoma, 34 años) aparece al otro lado de la pantalla con una camiseta de tirantes blanca y el pelo recogido en una coleta. Ha concedido una entrevista a este periódico con motivo de su presencia, esta semana, en el Culture and Business Pride de Tenerife, donde se debaten las cuestiones actuales que afectan a la comunidad LGTBI. “Tengo ganas de ir. No he estado en España desde 2004. Solía ir de adolescente, como una turista más”. A su lado, escuchando la conversación, está su asistente personal, quien vigila que no se toque el único tema intocable: las filtraciones a Wikileaks de miles de documentos clasificados de las guerras de Afganistán e Irak que hicieron cobrar notoriedad global a esta exsoldado y analista de inteligencia del Ejército de Estados Unidos. Condenada por su osadía ―para unos alta traición, para otros valentía― a 37 años de cárcel, recibió maltrato en prisión, según Amnistía Internacional, al que se unió el calvario mediático que sufrió tras iniciar un proceso de transición de género. Manning, que ingresó en prisión en 2013, consiguió salir finalmente gracias al perdón extraordinario que le concedió Obama justo antes de pasarle el testigo de la presidencia a Trump. Entonces dijo: “Yo solo pedía otra oportunidad. Y ya la tengo”.
Pregunta. El movimiento LGTBI tiene como leit motiv principal la libertad, pero esa palabra tiene un significado muy especial cuando se trata de usted. ¿Cómo disfruta de su recuperada libertad?
Respuesta. Es muy difícil enfocarse en la idea de libertad cuando hay esta avalancha de problemas que se nos vienen encima. Particularmente, como residente de los Estados Unidos, donde cada día salen por lo menos 12 propuestas y contrapropuestas para perseguir a la comunidad trans en algunos Estados. Hay una opresión constante, que en muchos casos forma parte de la cultura y que va mucho más allá de la legislación. Aunque ahora ya no estoy metida en una caja de hormigón, sigo sintiendo que estoy sometida a un escrutinio enorme. Es difícil ignorar esa especie de sombra que se cierne sobre mí y mi comunidad.
P. Usted ha dicho que cuando escucha hablar sobre “la guerra contra el terror” no piensa en lo que convencionalmente se supone que eso significa, sino en el terror que los Estados infligen a sus ciudadanos. ¿Cuándo fue la última vez que sintió ese miedo?
R. Puedo pensar en unas cuantas ocasiones en los últimos años. Por ejemplo, cuando estuve en la cárcel. Pero también, al ir a una manifestacion o a ciertas partes de Nueva York. Ha habido un aumento de la seguridad, que no sirve para nada en absoluto, y que se ha convertido en un aspecto inherente a nuestras vidas. En Brooklyn, eres consciente constantemente de que nos vigila el cuerpo de policía más grande de Estados Unidos y del mundo. Creo que hay unos 90.000 oficiales de la NYPD (siglas en inglés de Departamento de Policía de Nueva York), que es el tamaño de los ejércitos de muchos países medianos.
P. Así que, esta mañana salió de su casa y había policía.
R. Por supuesto, hay cámaras de la policía fuera de mi casa. No me vigilan específicamente a mí, sino a todos: a una persona negra, a un inmigrante…
P. Nada más salir de la cárcel, dijo que sentía que había sido institucionalizada. ¿Sigue sintiendo lo mismo?
R. Sí, sigue siendo así. Puedo sentirlo aún en las decisiones que tomo diariamente, tengo problemas por ejemplo para organizar mi propia agenda. Mi asistente personal, Austin, se ocupa de que me ajuste a unos horarios más o menos rígidos, lo cual me gusta. Creo que eso tiene que ver con haber sido institucionalizada: la idea de no saber con certeza qué va a pasar mañana, me genera ansiedad. A eso me refiero con haber sido institucionalizada. En la cárcel sabes cómo va a ser el día siguiente; en el exterior no sé qué va a pasar, en quién voy a poder confiar, cómo van a cambiar las cosas, qué va a funcionar y qué no. No sé qué nivel de riesgo afronto ni las certezas que manejo. Aunque estoy mucho mejor, comparativamente, sigo viendo como una ventaja la rutina de la cárcel.
P. ¿Quién ha sido su principal red de apoyo en estos años?
R. Me he apoyado muchísimo en la comunidad trans y queer de Nueva York, también en mi familia de Maryland. Además, tengo buenos amigos repartidos por todo el mundo: en EE UU, pero también en Berlin, Londres, París o Barcelona. Se trata de gente que ha estado ahí; que me ofrecen buenos consejos, conversaciones interesantes; y en los que me puedo apoyar si estoy cansada o triste. Es una red muy diversa, donde hay activistas políticos, periodistas, músicos, artistas, cineastas, youtubers…
P. ¿Qué formas de afecto ha descubierto en los últimos tiempos?
R. La comida saludable [risas]. Ha sido importantísimo para mí mantenerme en forma, especialmente durante la pandemia, para aplacar la ansiedad de los últimos años. Es una forma de autoamor que tiene que ver con estar saludable.
P. Afirma que nuestras sociedades no padecen un problema de información sino de acción. ¿Ocurre también en el movimiento LGTBI?
R. Creo que es diferente. En el caso particular de la comunidad gay y trans hay muchísima conciencia de que existimos, pero no creo que esa conciencia se traduzca necesariamente en seguridad. Uno de los problemas que tenemos en la comunidad trans es que se nos ha concedido tanta visibilidad que nuestras propias voces no se tienen en cuenta.
P. ¿Se involucra la comunidad LGBTI en debates estériles?
R. Sin duda. Ahora creo que pasa menos, pero hace unos años había mucho empeño en lo de ser respetable. Había esa idea de que si nos presentábamos de esa manera podíamos hacer que la gente heterosexual se sintiese más cerca de nuestra causa y nos aceptasen. He estado muy en contra de esa noción siempre. Hasta 2015, en EE UU se aceptó la idea de que el matrimonio entre dos personas del mismo sexo es igual al de dos heterosexuales. Esa noción no explora los problemas de la monogamia, la poligamia, ni tampoco la posibilidad de una estructura familiar no convencional. Es una idea que beneficia a unos cuantos gais y lesbianas blancos de buena posición.
P. Y si tuviese que resumir cuáles son los puntos principales de su lucha, ¿qué diría?
R. Tengo dos puntos. Uno, y creo que representa a la comunidad trans, queremos que nos dejen en paz. Estamos muy cansadas. Agotadas. La gente que quiera apoyarnos y ayudarnos, por favor que nos deje en paz porque hemos pasado por un calvario. Lo segundo ―y esto es especialmente crítico para la parte no binaria de la comunidad en los Estados Unidos―, tenemos que estar preparados, sobre todo, después de la potencial prohibición del aborto. Tenemos que pensar cómo nos vamos a proteger y cómo nos vamos a defender, en una lucha similar a la que ya libramos en los ochenta, cuando con la pandemia del VIH se puso en marcha una gigante campaña de estigmatización. Pinta muy mal porque hemos tenido un cierto margen para construir la comunidad y vivir más tranquilos en un periodo políticamente más progresista, como fueron los finales de los noventa y principios de los 2000, pero hay que mirar más allá. Tenemos que reconstruir nuestra capacidad de lucha y defendernos con métodos no convencionales.
P. Usted ha sido muy crítica siempre con la inteligencia artificial. ¿Qué rol cree que juega en esta regresión de la que habla?
R. Sin duda, los algoritmos, en particular los que alimentan las redes sociales, han incentivado una retórica con puntos de vista cada vez más radicales para convertir cualquier asunto de la agenda política en una enorme polémica. Una de las cosas que más clicks consigue es la polémica informativa. Es exactamente el mismo concepto que se llevaba a las audiencias televisivas en los años noventa y en los dos mil, pero ahora extremo, al microsegundo. La cantidad de datos que se recopila sobre la conducta de los usuarios es demencial. Además, estos temas controvertidos aparecen en nuestros móviles, nos generan ansiedad y miedo solo para que volvamos una y otra vez a los teléfonos a dejar nuestra información personal. En 1995, encendías la televisión, pero podías apagarla un rato. Personalmente, tengo que ser muy proactiva en mi higiene digital. Así que sí: creo que muchos de los problemas que afectan a la comunidad LGTBI vienen de nuestra absoluta dependencia de la tecnología, y de que todo es una estrategia de una industria que explota la inteligencia artificial para hacer que la gente se enganche a sus servicios.
P. Dijo que la victoria de Trump no era tan grave ya que si Estados Unidos se había convertido casi en un Estado fascista no era por él, sino como resultado de su historia reciente. Ahora, con Biden en el poder, ¿mantiene esa idea?
R. Sí. Este presidente no ha cambiado nada; ha frenado un poco los desmanes, pero la tendencia es a favorecer a la extrema derecha. Creo que la política de Estados Unidos en realidad está dirigida por una corriente subterránea conservadora y que Trump ganase las elecciones no es una aberración, sino la conclusión inevitable del surgimiento en los últimos 40 años de la ultraderecha como institución. Sé que alguna gente piensa que Biden es profundamente antiestablishment y quizá lo sea en su estilo, pero los candidatos del Tribunal Supremo que eligió, la agenda legislativa que ha puesto en marcha, todo está alineado con posiciones estandar propias de la derecha. Y aunque los progresistas de verdad se oponen a muchas posiciones de la derecha, los demócratas de centro están en total sintonía con ellas, así que esas ideas avanzan más y más. Tras George W. Bush la gente solía decirme: ‘Oh, es el presidente más derechista que vamos a tener nunca’. Yo contestaba con escepticismo. Luego apareció Donald Trump. Y ahora creo que puede llegar alguien muchísimo peor que él.
P. Ha dicho que en 2030 probablemente nos reiremos de los problemas de 2022…
R. Totalmente.
P. ¿Se felicita por no haber conseguido triunfar cuando intentó hacer carrera electoral? [Se presentó al Senado por Maryland en 2018]
R. ¡En absoluto! Aprendí muchísimo de esa experiencia. Va a sonar a locura, pero creo que la gente debería plantearse presentarse a las elecciones. A mí se me dio la oportunidad única de ser candidata en Maryland y me encantaría que más gente pudiera vivirlo; aunque es duro, intenso y angustioso, es una experiencia que te abre los ojos a los problemas de la política americana. Me metí pensando que sabía más de lo que en realidad sabía. Fue un aprendizaje incalculable. Aunque no me sometería a eso otra vez.
P. Era la siguiente pregunta que iba a hacerle.
R. No descarto que en un futuro pueda presentarme a unas elecciones, pero no va a ser pronto. Creo que es algo más apropiado para cuando llegue a los 40 que ahora.
P. La experiencia en la cárcel y la soledad, ¿le hicieron tener una relación diferente con su cuerpo y tomar la decisión de hacer la transición?
R. Tuve que convertir mi relación con mi cuerpo en un asunto judicial y, de alguna forma, eso me obligó a convertirlo también en un asunto público. No tenía otra opción. ¿Habría preferido más privacidad? Sin duda. Pero tomé la decisión de luchar contra el sistema legal, lo que me obligó a airear asuntos extremadamente íntimos. Una de las cosas más fabulosas de haber hecho la transición es que ya no es un tema del que tenga hablar. Ahora simplemente hago mi vida. Me preocupo por pagar impuestos y esas cosas, pero ya está.
P. Una de las condiciones para esta entrevista es que no se le preguntase por las filtraciones. ¿Qué le diría a quien piense que, comparado con revelar secretos militares que afectan a la seguridad mundial, la causa LGTBI no es importante?
R. Les diría que todo está conectado. El mundo está empezando a afrontar la crisis climática, que al principio de los años dos mil se discutía en términos teóricos. Desde mi propia experiencia, después de ir a la frontera polaca con Ucrania para ayudar a salir a refugiados trans e intentar que pudieran llegar a Berlín, está claro que todas las causas se superponen. Lo que se habla a escala geopolítica acaba impactando a las comunidades más vulnerables.
P. Quizá en Rusia o en Ucrania existan ya las nuevas Chelsea Manning…
R. Claro que ya existen.
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