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La política económica de Erdogan empobrece a los turcos

El Gobierno exige sacrificios a la población para impulsar el potencial exportador, pero los precios suben y aumenta la brecha entre ricos y pobres

Andrés Mourenza
Erdogan turquía
Una mujer compraba pan a precio subvencionado, el pasado viernes en Estambul.YASIN AKGUL (AFP)

Saygin se levanta temprano cada día para hornear pan, bollos y simit. Pero cada día lo hace con menos convencimiento. “Estoy harto. Hay gente que no puede comprar pan y parte se queda sin vender. Así que al día siguiente haces menos. Y al día siguiente menos. Si esto sigue así, tendré que cerrar”. En su horno trabajaban ocho personas. Ahora ya solo quedan él y un maestro panadero a media jornada. “El año pasado vendía la barra a 1,5 liras. La semana pasada a 2,5. Esta semana a tres. La próxima, quizás a cuatro. Cuando sube el dólar, las fábricas suben el precio de la harina [se ha incrementado un 200% en un año] y yo tengo que subir el pan”.

Al incrementarse el precio de un producto tan esencial, también se han extendido las colas de personas que cada día esperan bajo la lluvia y el frío a que abran los quioscos de IHE, una empresa del Ayuntamiento de Estambul que ofrece pan a precios subvencionados (1,25 liras).

Tras estas imágenes de crisis hay una razón: el completo descalabro de la lira turca (pese a la asombrosa subida del martes, desde febrero ha perdido la mitad de su valor) a raíz de la política monetaria del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan, que pretende bajar los tipos de interés a toda costa. A inicios de diciembre, el presidente turco anunció su “nuevo modelo económico”, que equiparó a los emprendidos por China y otras economías asiáticas en los años ochenta y noventa. Su objetivo es abaratar el crédito para las empresas y aprovechar la devaluación de la lira y la caída del precio de la mano de obra para convertir a Turquía en una potencia exportadora y hacerla, así, menos dependiente de la financiación extranjera. Además, pretende que su modelo dé resultados en menos de un año.

“Ni hay modelo ni hay nada. Erdogan no puede controlar la situación y se ha inventado esta historia del nuevo modelo económico”, critica el economista Mustafa Sönmez. “Claro que existen este tipo de modelos, pero no se pueden aplicar en este contexto de inestabilidad en el que nadie sabe cuáles van a ser los precios o el tipo de cambio de la semana que viene, lo que provoca que nadie pueda planificar su economía”, añade el experto.

Erdogan sabe que la economía será su punto débil y que en ello se jugará la reelección en 2023. En las últimas semanas, tres youtubers que preguntaban en la calle por la situación financiera familiar fueron detenidos y se les ha ordenado arresto domiciliario; un señor que descolgó un retrato de Erdogan y lo arrojó al suelo ha sido encarcelado, y otro hombre, en este caso del pueblo del que procede la familia del presidente, fue detenido tras quejarse en una entrevista de la situación económica, luego tres vecinos le propinaron una paliza y, finalmente, el Ayuntamiento le ha cortado el agua corriente, según informó el diario Birgün. Son respuestas implacables ante simples ciudadanos que sufren la crisis en sus carnes, pero que ponen de manifiesto el temor que despiertan en el Gobierno quienes ponen en duda la narrativa victoriosa del presidente.

En un país que vive pegado a las pantallas de cotización de divisas, el presidente ha pedido a los turcos que dejen de fijarse en el tipo de cambio y ha prometido que compensará a los ahorradores cuando caiga la divisa turca. “Nuestra moneda es la lira, no el dólar”, dice Erdogan. Pero Sönmez recuerda que la economía turca, incluida su industria exportadora, necesita importar para producir, y esas importaciones se tienen que pagar en dólares, euros u otras monedas fuertes, lo que al final redunda en una subida de precios.

Esto lo saben los economistas en las universidades, y lo saben también los tenderos de las pollerías: “Si sube el dólar, sube el precio del pollo. Los piensos que comen son importados y se pagan en dólares. En un mes, el kilo de pechugas ha subido de 30 a 45 liras, así que la gente compra la mitad que antes”, se queja uno que prefiere no dar su nombre.

Para contrarrestar la tremenda pérdida de capacidad adquisitiva que han sufrido los turcos, el Gobierno ha anunciado un incremento del 50% del salario mínimo —que cobran casi la mitad de los trabajadores turcos— hasta las 4.253 liras (294 euros), aunque resta saber cuánto tardará la galopante inflación en devorar este aumento. Según la oficina de estadística de Estambul, los precios han crecido un 50% en el último año, cifra que aumenta hasta casi el 59% según los cálculos del grupo de académicos ENAG.

El Banco Mundial ha alertado en un informe del “incremento de la pobreza” en Turquía. También las desigualdades: al mismo tiempo que crecen las “colas del pan”, los restaurantes y bares de moda de Estambul, la ciudad más cara del país, están a rebosar. “La brecha entre ricos y pobres es más grande que nunca. Porque la inflación afecta mucho más a quienes viven con un salario mínimo o a quienes trabajan por un jornal diario”, explica Sevval Sener, de la ONG Deep Poverty Network. Solo en Estambul, se calcula que hay unos 1,3 millones de trabajadores sin contrato ni protección social entre vendedores callejeros, recogedores de basura, obreros que trabajan en negro... que no se podrán beneficiar de la subida del salario mínimo. “Durante la pandemia, muchos perdieron su trabajo. Ahora, aunque trabajen, no ganan lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas debido al alza de precios. Así que muchos se saltan comidas o recogen alimentos de la basura”, apunta Sener.

Problemas de abastecimiento

El hundimiento de la lira también ha llevado a problemas de suministros. En algunos supermercados se ha limitado la cantidad de productos no perecederos que pueden comprar los clientes, para evitar que agoten existencias, y en las farmacias es cada vez más habitual que, al llegar con una receta del médico, los farmacéuticos señalen algunas de las medicinas y digan: “De esta marca no queda en el mercado”. El gremio de farmacéuticos ha alertado de que resulta imposible hallar centenares de medicamentos. El Ministerio de Sanidad determina los precios de las medicinas que importa a un tipo de cambio fijo (el actual es tres veces inferior a la cotización real), y dada la pérdida de valor de la moneda turca, las grandes farmacéuticas se niegan a vender a Turquía.

“Todos los productores [nacionales] se están enfocando en la exportación porque cada vez resulta menos rentable producir para el mercado turco”, explica el analista Yavuz Barlas en el canal de televisión Habertürk. Esto es palpable, por ejemplo, en la construcción, donde cada vez resulta más difícil hallar cemento pese a ser Turquía el sexto productor mundial. “Si quieres cemento, hay; pero tienes que pagarlo a precio de exportación”, explicaba en octubre el promotor de una obra. La subida de precios y la dificultad para conseguir materiales lastra uno de los sectores más potentes de la economía turca, que da trabajo a dos millones de personas.

Para Erdogan, los problemas de inflación y abastecimiento son producto de los “especuladores” y “enemigos de Turquía”, así que ha enviado a inspectores a multar a cadenas de supermercados, concesionarios de automóviles y otras empresas a las que acusa de “acaparar provisiones” para venderlas cuando suban los precios. “Trabajar más, producir más y exportar más”, pidió el pasado jueves en un discurso en el que exigió “sacrificios” a fin de vencer lo que ha bautizado como “guerra de independencia económica” contra las “fuerzas externas” que conspiran contra Turquía.

El panadero Saygin, cuyo negocio está situado en un barrio de trabajadores leal a Erdogan, es también partidario de esta tesis, que continuamente alimentan los medios progubernamentales: “La lira cae porque [el presidente de EEUU, Joe] Biden quiere derrocar a Erdogan”. Muchos partidarios del partido de Erdogan, el islamista AKP, o a su socio de Gobierno, el ultranacionalista MHP, comparten esta teoría, si bien cada vez más votantes del campo oficialista atribuyen la mala situación económica a la gestión del Ejecutivo (el 17% de los votantes del AKP y el 27% del MHP según una encuesta de la empresa AREA). Un sondeo de Metropoll muestra que el apoyo al AKP entre los turcos más pobres se ha reducido en mayor medida que entre los grupos con rentas más altas. El propio Saygin, votante de Erdogan, comienza a dudar: “Yo también tengo quejas sobre las políticas de este Gobierno”.

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