Muere Frederik de Klerk, el presidente blanco que ayudó a desmantelar el ‘apartheid’ en Sudáfrica
El controvertido líder pasará a la historia como el artífice de la liberación de Nelson Mandela y promotor de la transformación del país hacia un Estado democrático
La Fundación FW de Klerk anunció este jueves mediante un escueto comunicado el deceso Frederik De Klerk, el último presidente blanco de Sudáfrica en su casa de Fresnaye (Ciudad del Cabo) tras luchar contra un cáncer durante los últimos meses. Al poco tiempo se multiplicaron los mensajes y comentarios en redes sociales y medios de comunicación. Había división de opiniones sobre episodios como la violencia ejercida contra la mayoría negra que no controló al acceder a la presidencia en 1989, cargo en el que permaneció hasta 1994. Pero sí hay consenso al reconocer que fue una figura clave para acabar con el régimen de discriminación racial conocido como apartheid y la transición pacífica a través de las urnas, en las primeras elecciones democráticas accesibles a todos los sudafricanos de 1994.
Frederick Willem de Klerk (Johannesburgo, 1936) nació en una familia conservadora afrikáner que militaba en el Partido Nacional —la formación que instauró en 1948 el apartheid—, su padre fue senador y una influencia importante en su educación. Ejerció como abogado durante poco más de una década y en 1972 ocupó por primera vez un escaño en el Parlamento. De forma discreta, pero con la contundencia que más tarde describirían los analistas que analizaron cada uno de sus movimientos a principios de los noventa, De Klerk ocupó varias carteras ministeriales antes de suceder a Pieter W. Botha en la presidencia de la República.
Desde que accedió al poder, De Klerk fue consciente de lo que debía hacer para mantener la estabilidad del país. Así protagonizó un momento histórico cuando en febrero de 1990 tomó la palabra en el Parlamento para levantar la prohibición al Congreso Nacional Africano (CNA, en sus siglas en inglés) que pasó a ser una formación reconocida, y anunció que Nelson Mandela recuperaría la libertad 27 años después de ser encarcelado. Ese fue un acto de sacrificio político, porque las imágenes de Mandela saliendo de la isla de Robben mostraban que los días de De Klerk al mando del país estaban contados.
En 1993 recibió junto a su “enemigo político” el Nobel de la Paz como reconocimiento a haber logrado “el milagro” de que Sudáfrica fuera a celebrar sus primeras elecciones al año siguiente. En la ceremonia que se celebró en Oslo, el entonces presidente De Klerk aseguró: “Hace cinco años la gente habría puesto en duda la salud mental de cualquiera que hubiera predicho que el señor Mandela y yo recibiríamos conjuntamente el Premio Nobel de la Paz”. Al año siguiente, aceptó los abrumadores resultados en los que el CNA logró una holgada mayoría y accedió a ser uno de los vicepresidentes, junto a Thabo Mbeki, del aclamado Mandela. La victoria del primer mandatario negro de Sudáfrica puso fin a 342 años de dominio blanco y a 46 de régimen de discriminación racial conocido como apartheid.
Pero las diferencias en asuntos clave como la nueva Constitución y los desacuerdos constantes hicieron que De Klerk decidiera sacar al Partido Nacional del Gobierno de unidad en 1996 para que pasara a la oposición oficial. Un año después dejaría la política.
“Tú y yo hemos tenido nuestras diferencias, algunas de ellas públicas. Pero nuestro respeto básico por el otro no ha disminuido (…) Si nosotros, dos viejos y con arrugas, tenemos alguna lección para nuestro país y para el mundo, es que las soluciones a los conflictos solo pueden encontrarse si los adversarios están completamente preparados para aceptar la integridad del otro”, dijo Mandela a De Klerk cuando el líder negro y héroe de la lucha contra el apartheid cumplió 70 años.
El doble rasero persigue el legado de De Klerk. Por un lado está el hombre decente, un político fuera de lo corriente que dio pasos inusuales para consolidar el camino de la negociación y que contribuyó a que no se desatase una guerra civil a principios de los noventa. Por otro, aparece como un oportunista que a partir del análisis geopolítico del fin de la Guerra Fría y las sanciones internacionales que sufría Sudáfrica no tuvo más remedio que negociar con la mayoría negra del país.
No hay duda, sin embargo, que De Klerk aceleró el camino de la reforma y se enfrentó al sistema en el que creció y se formó. En los últimos años, protagonizó numerosas polémicas, como cuando acusó en 2016 al expresidente Jakob Zuma de velar por sus intereses personales y poner en peligro la democracia; o cuando tuvo que retractarse y pedir perdón el año pasado, tras decir que no pensaba que el apartheid fuera un crimen contra la humanidad, como asegura Naciones Unidas.
“Cuando me he enterado no he sentido nada. Nací después del apartheid”, explicaba este jueves en un breve mensaje de audio una estudiante en la emisora Power FM. En cambio, personas que sí vivieron la transición hacia la democracia se reconocían contrariadas al conocer la noticia y daban las gracias a De Klerk por “la libertad y por dar a todos el derecho a participar”. Matusi, con un tono de voz que delataba una edad mucho mayor, sentenciaba: “Uno a uno. Irán muriendo y tendremos a gente que no experimentó el apartheid. Y por fin seremos libres”.
La división que tanto se asocia a la figura de De Klerk podría acompañarle incluso en la despedida oficial: la familia no ha dado detalles sobre el tipo de funeral con el que será despedido. Tampoco ha habido una declaración oficial gubernamental sobre la conveniencia o no de que se celebre un funeral de Estado.
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