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La paz en Colombia propicia el reencuentro de un campesino con sus hermanas, 35 años después

La Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, surgida del acuerdo de paz, logró ubicar y poner en contacto a la familia con un hombre que huyó del reclutamiento forzado

Catalina Oquendo
El campesino, de espaldas, cuyo rastro se había perdido hace 35 años.
El campesino, de espaldas, cuyo rastro se había perdido hace 35 años.UBPD

Tenía 25 años cuando huyó del reclutamiento forzado en Arauca, una región colombiana fronteriza con Venezuela donde aún persiste el conflicto armado. Tiene 60 hoy cuando la vida le ha dado un sacudón y ha vuelto a ver a su familia que lo creía desaparecido. La historia de Luis, un campesino colombiano que se reencontró con sus hermanas después de más de tres décadas, es un oasis en un país de cifras absurdas: las más conservadoras hablan de 120.000 desaparecidos; las otras, de 200.000 personas de las que no se sabe nada en Colombia. Que él apareciera con vida era una posibilidad impensable en un lugar a veces inverosímil donde se busca siempre entre muertos.

“Me creían desaparecido, muerto, pero dios no me había llevado. Uno siente la alegría aunque ya no conoce a los sobrinos, ni a las hermanas porque uno va cambiando. De joven era elegante y hermoso, pero ya viejo pasa como los árboles cuando se marchitan”, dijo Luis (un nombre ficticio usado por motivos de seguridad) en su reencuentro en medio de una risa nerviosa.

Todo empezó en noviembre de 2019 cuando la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), una institución creada en los acuerdos de paz entre el Estado colombiano y las FARC, abrió una oficina en Arauca. Pero fue necesario un relevo generacional y la persistencia de una mujer para concretar el reencuentro. En el medio, una vida entera, muy poca información, un miedo que está vigente como el día que Luis huyó en una avioneta, una pandemia y apenas un documento borroso como punto de partida.

“Un chico que siempre escuchó a su madre hablar de ese dolor familiar vino y nos dijo: ‘Yo sé que ustedes buscan y yo tengo un tío desaparecido’. Al mismo tiempo convenció a la familia de que nosotros buscábamos de forma extrajudicial (sin buscar los responsables del hecho sino a las víctimas)”, contó Carlos Rodríguez, investigador de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas en contexto y razón del conflicto armado colombiano.

Solo tenían un registro civil, el documento de nacimiento colombiano, ajado por los años y la historia de miedo que vivieron: un inminente reclutamiento, la decisión de sacar al muchacho del campo, la persecución y el asesinato que sufrieron quienes lo ayudaron a escapar y luego el silencio de tantos años. “Era la primera vez que acudían a una entidad del Estado, habían sufrido amenazas, desplazamientos e incluso muertes, así que era un miedo fundado”, agrega Luz Marina Monzón, la directora general de la UBDP. Para ella, este hallazgo es directo “resultado del acuerdo de paz”. Hasta ahora han sido encontrados 90 cuerpos, pero este caso los ha ilusionado como ocurre en países como Argentina cuando se encuentran hijos robados durante la dictadura.

Lo que siguió fue un cambio de estrategia en la búsqueda y pensar de la misma manera en que los familiares preguntan por los desaparecidos: con la férrea esperanza de que estén con vida. Así que a Luis lo buscaron primero entre los vivos: rastrearon en todas las bases de salud y vivienda del Estado a alguien con su nombre, encontraron el número de identificación, verificaron que no fuera un homónimo y lo ubicaron por teléfono. En vista de la pandemia no podían hacerlo personalmente y debían ser aún más cuidadosos, así que en una primera llamada no le dieron mucha información y en un segundo encuentro, vía Zoom, le dijeron que la familia lo estaba buscando. “‘Sí, soy yo’, nos dijo muy emocionado. ‘Muéstrenles a mis hermanas esta foto”, recuerdan los investigadores.

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Pero esto solo era una identificación relacional y hacía falta una verificación de huellas –no de ADN para este caso–, pero sí algo que diera confirmación total.

Un oso que se fue a hibernar

Del otro lado de la historia, la familia de Luis iba recibiendo información dosificada de la búsqueda. “Teníamos que ser cuidadosos, trabajamos bajo los principios de la Acción sin Daño”, explica Rodríguez. Los buscadores de desaparecidos en Colombia tienen muy presentes los errores del caso del Palacio de Justicia, donde a varias familias les dijeron que determinado cuerpo era el de sus desaparecidos y no lo eran.

Durante años habían escuchado rumores que lo daban por muerto en el departamento del Meta y el temor al conflicto les impedía ir más allá. “Pero yo no perdía la esperanza de encontrarlo vivo”, dice María (nombre ficticio), la hermana que propició la búsqueda, mientras Luis –que también vivió otro desplazamiento por el conflicto armado, como muchos campesinos– se había casado y construido una familia con tres hijas.

Pero, ¿cómo rehacer esos vínculos y contar las vidas que siguieron su curso después de tantos años? En la Unidad encontraron una metáfora para darle sentido al tiempo perdido por ambas familias: Luis era como un oso que se fue a hibernar para protegerse y proteger a su familia. “Con esa idea planteamos que después de esa hibernación a la que los obligó el conflicto armado llamábamos a esa persona a un delicado despertar”, cuenta Rodríguez.

El despertar fue el encuentro del domingo en Arauca. Luis con su esposa y sus hijas, primos que llegaron de distintas regiones de Colombia y sus hermanas que no renunciaron a la búsqueda. Con el estilo parco y recio de los campesinos de los llanos, se dieron flores, hablaron y se rieron con evidente nerviosismo. “Estoy viendo a mi hermano cara a cara. No me puedo explicar cómo los investigadores hicieron ese trabajo tan bien hecho. Han pasado tantos años que no me acordaba cómo era, pero en el fondo sabía que era él. Mi corazón parece que se me va a salir del gozo”, decía la señora.

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Sobre la firma

Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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