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Bruselas y Londres encallan en una “decepcionante” negociación del Brexit

Las diferencias en materia de pesca y el temor a la competencia desleal bloquean el acuerdo

El negociador jefe comunitario, Michel Barnier, durante su intervención en Bruselas, este viernes.
El negociador jefe comunitario, Michel Barnier, durante su intervención en Bruselas, este viernes.Delmi Álvarez
Álvaro Sánchez

El Brexit empezó como un shock inesperado para el proyecto europeo con la victoria del en el referéndum de junio de 2016, evolucionó como una negociación a cara de perro llena de giros argumentales, y en plena emergencia sanitaria por la pandemia, se ha convertido en el molesto consumidor de un tiempo del que nadie dispone. Este viernes, tras cuatro días de discusiones por parte de un ejército de 250 funcionarios por bando a través de videoconferencia, la posibilidad de una desconexión británica desordenada el 31 de diciembre gana nuevos enteros, si bien el camino todavía se presta a los altibajos. “Lamento que hayamos hecho tan pocos progresos en los puntos más importantes", ha señalado en un comunicado el negociador jefe británico, David Frost. “No vamos a negociar nuestros valores en beneficio de la economía británica. El juego limpio económico y comercial no está a la venta”, contrapuso su homólogo comunitario, Michel Barnier.

La palabra decepción, pronunciada sin moderación por el jefe del equipo europeo, sirve para resumir la tercera ronda de negociación. Las discusiones han virado en torno al borrador remitido por Londres a finales de la semana pasada. Y los avances se han limitado a los dosieres menores. Cuestiones como la cooperación nuclear o el transporte aéreo parecen encauzados, pero las diferencias sobre el sector pesquero, y sobre todo, la falta de acuerdo para fijar los estándares que garanticen una competencia abierta y justa bloquean el trato.

Los Veintisiete temen que, una vez consumada la ruptura definitiva, el Reino Unido se convierta en una suerte de semiparaíso fiscal desregulado, —un Singapur sobre el Támesis, es la comparación más utilizada— donde las empresas querrían establecerse por su favorable régimen fiscal y laboral. Desde Downing Street, en cambio, acusan a la UE de lanzar “propuestas nuevas y desequilibradas” con las que busca imponerle unos estándares que les atarían a las leyes comunitarias. “Si el Reino Unido quiere llegar a un acuerdo con la UE debe ser más realista y cambiar de estrategia: no puedes tener lo mejor de ambos mundos”, ha reprochado Barnier sobre el intento británico de gozar de las ventajas del mercado interior sin seguir sus obligaciones.

La jornada empezó enrarecida por la carta enviada a la Comisión Europea el día anterior por Michael Gove. El jefe de Gabinete de Boris Johnson se dijo molesto por lo que considera un “grave riesgo” de que la UE no cumpla con su obligación de proteger los derechos de los 1,5 millones de británicos que residen en el continente cuando termine el periodo de transición. Incluso echó en cara a los Veintisiete que no estén facilitándoles información sobre los trámites, y dijo tener constancia de “incidentes puntuales” de sus nacionales para llevar a cabo gestiones como homologar el carnet de conducir o comprar propiedades en suelo europeo.

La comparecencia del negociador comunitario, Michel Barnier, no mejoró las sensaciones. “Estoy decidido, pero no soy optimista”, admitió. El dirigente francés apuntó un tímido acercamiento en el asunto pesquero, pero las exigencias británicas de que las cuotas de capturas se negocien anualmente no han cambiado, y constituyen una parte importante de la narrativa de recuperación de la soberanía bajo la que ha justificado la salida del club comunitario. El reparto de los caladeros donde las embarcaciones de la UE y el Reino Unido capturan conjuntamente un centenar de especies, sigue por tanto en el aire.

La densa discusión técnica, con más de 40 videoconferencias en paralelo trabajando para sacar al acuerdo del atolladero en que se encuentra, terminó con un intercambio de recados sobre el modo en que se abordan las negociaciones. Para Londres, el acercamiento al otro lado del Canal es “ideológico”. Para Bruselas, las conversaciones comerciales han dejado de ser únicamente el levantamiento de aranceles, ahora hay toda una serie de requisitos sociales y medioambientales que no se pueden dejar de lado.

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Con los ojos del mundo enfocados casi sin pestañeos en la búsqueda de soluciones para la pandemia, la negociación ha ganado en discreción, pero si las posiciones se enconan y el acuerdo naufraga, el reparto de culpas podría resultar mucho más agrio por la dificultad para explicar en el ámbito doméstico que se eche leña al fuego de la crisis en un momento de desplome de las economías. Ese puede ser también un motor para dejar a un lado las discrepancias. El Reino Unido ha salido mejor parado en el primer trimestre con una caída del PIB del 2% frente al 3,3% del conjunto de la UE. Pero abandonado el enfoque inicial de Boris Johnson de permitir la inmunidad de grupo para aceptar la reclusión de la población como inevitable, y con el lastre de ese tiempo perdido respecto a sus socios europeos, el segundo trimestre se presenta especialmente complicado para el Reino Unido.

A falta de 45 días para que expire el plazo límite otorgado a Londres para que solicite una prórroga, pocos entenderían el fracaso, aunque medir el impacto real de que el Reino Unido y la UE se relacionen sin acuerdo comercial puede resultar complejo, y derivar en una guerra de cifras entre las culpas atribuibles al Brexit y al coronavirus. Antes de ese oscuro escenario, las esperanzas se ponen ahora en la próxima ronda negociadora, que se celebrará dentro de dos semanas. Pocos esperaban que un pacto de esta envergadura no se apurara hasta el último minuto para tratar de rascar todo lo posible. Pero con Johnson empeñado en no prolongar los plazos y el reloj corriendo, ese juego puede resultar arriesgado. “Las consecuencias del Brexit son subestimadas. No son asumidas por los británicos”, avisa Barnier.


Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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