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Brexit
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El fantasma de Singapur

El peligro es que Londres siga el modelo de la autoritaria ciudad-Estado asiática, pero a lo grande y en las puertas de Europa

Xavier Vidal-Folch
Distrito financiero de Canary Wharf, en el este de Londres.
Distrito financiero de Canary Wharf, en el este de Londres.ADRIAN DENNIS (AFP)

Un fantasma amenaza a Europa. Se llama Singapur. Más exactamente, el riesgo estriba en la posibilidad de que el Reino Unido post-Brexit se transforme en el futuro —tras el período de transición que hoy comienza— en un Singapur ultraneoliberal en lo económico.

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Es decir, en un semiparaíso fiscal, con impuestos bajísimos. Pero, a diferencia de la autoritaria ciudad-Estado asiática, con un amplio acceso al mercado interior europeo. Sus exportaciones podrían así invadir a los 27 mediante esa aguda competencia desleal. Y obligar a achatarrar fábricas continentales.

No es una hipótesis-ficción. Hace ya tiempo, en julio de 2016, tras el referéndum del Brexit, el canciller del Exchequer británico, el moderado George Osborne, amenazó públicamente con reducir el impuesto de sociedades por debajo del 15%: era entonces del 20% y quedó en el 19%. Esa rebaja de cuatro/cinco puntos ya perjudicaría gravemente a los competidores continentales. Pero sería aún peor si se bajase más, como amenazó el ministro de Finanzas británico, al 12,5% que mantiene Irlanda.

Solo que la república irlandesa carece de la masa suficiente como para representar un grave peligro industrial, aunque sí financiero y fiscal: las triangulaciones para la evasión/elusión mediante el inaudito “doble irlandés”. El Reino Unido, sí.

La polémica sobre la singapurización británica ha seguido desde entonces. En septiembre de 2019 las autoridades financieras de la City mostraron su temor a que la UE acabe poniendo altas barreras a los servicios financieros de Londres. Y no solo quitando a sus bancos, lo que es de cajón, el llamado “pasaporte europeo” por el que pueden instalarse y operar en cualquier rincón del continente con iguales ventajas que sus homólogos. Prometieron adaptarse a las normativas que convengan, “pero no para convertirnos en un centro financiero desregulado”, como resumió una alta responsable de la Corporación de Londres, Catherine McGuiness.

El eventual envite es más grave, pues no solo abarca al Impuesto de Sociedades. Es el conjunto del sistema impositivo el que puede crear desviaciones de comercio e inversiones y distorsionar el mercado europeo. Así, la presión fiscal en Singapur (con IRPF, su suerte de IVA y otras tasas) es, en comparación, ridícula: la recaudación alcanza solo el 11,1% del PIB; por un 34,9% en el Reino Unido y un 40,3% de promedio en la Unión Europea.

Ocurre que el grueso de la fiscalidad (salvo flecos menores) no está armonizada en la UE. Así que Londres podría haberse sumado ya a esa deriva hacia convertirse en semi-paraíso fiscal, de los que además dispone en las islas del Canal. Pero hacerlo desde dentro de la Unión —cuando además esta está pugnando por una cierta armonización de minimis, como en lo relativo a las bases de la imposición sobre sociedades—, habría generado una crisis política de imposible digestión.

Existe un cierto compromiso de que la isla-y-media mantendrá una conducta fiscal razonable. Pero solo es moral. No vincula jurídicamente. Solo figura en la Declaración Política aneja al Acuerdo de Retirada por la cual promete mantener los “altos estándares comunes” en ayudas de Estado, competencia, derechos sociales, medioambiente, cambio climático y fiscalidad. Pero mientras esa promesa no se convierta en una obligación y mientras no concrete que debe atenerse a unos tipos impositivos y a una presión fiscal equiparable al menos a la actual, la retórica será papel mojado.

Cuidado, pues, negociadores europeos. A ver si resulta que repetimos el error masivo cometido cuando la globalización financiera: que se suprimieron fronteras pero no se armonizó la fiscalidad. Así se generó una carrera internacional a la baja en los impuestos, y por tanto en la calidad y calidad de las políticas públicas, con riesgo especial para el Estado del bienestar. Que no ampliemos aquella catástrofe permitiendo un Singapur no ya en el estrecho de Malaca, sino aquí al lado, en el Canal de la Mancha. Alerta, ciudadanos.

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