El dolor viene después
La negociación entre la UE y el Reino Unido apenas acaba de comenzar y 2020 promete ser otro año turbulento para el Brexit
Si confiaba en que con la salida del Reino Unido de la Unión Europea el 31 de enero la agotadora discusión que ambas partes mantienen desde 2016 iba a llegar a su fin, su esperanza se verá profundamente decepcionada. 2020 será recordado como otro año turbulento para el Brexit, aquel en el que un antiguo matrimonio debe decidir las condiciones de su nueva relación, con la carga emocional añadida de 47 años de turbulenta unión, lo que no sucede en el caso de Estados Unidos. Y esas discusiones nunca son fáciles.
Las negociaciones sobre la nueva relación comercial apenas acaban de comenzar. Una vez consumado el Brexit, Bruselas dispone de aproximadamente un mes para acordar su mandato negociador, lo que nos sitúa a finales de febrero. A partir de ahí, las dos partes se sentarán a negociar la letra pequeña del acuerdo —donde, recuerden, se esconde el diablo— con la presión de cerrar un pacto antes de final de año, que es cuando acaba el periodo transitorio. Poco más de 10 meses para negociar lo que en el caso de Canadá, por ejemplo, ha llevado unos siete años.
Con un calendario tan ajustado, es fácil imaginar que las negociaciones se acercarán varias veces al borde del precipicio, como ya ha sucedido en otras ocasiones a lo largo de los últimos tres años y medio. Lo más factible es apostar por un acuerdo por fases, en el que se incluyan únicamente los bienes en una primera etapa y se deje para más adelante lo relacionado con los servicios, una decisión no menor ya que estos representan el 80% del PIB británico.
Londres puede solicitar, en junio a más tardar, una extensión del periodo transitorio por otros dos años, lo que nos llevaría a diciembre de 2022. El primer ministro, Boris Johnson, utilizará, como ya hizo en octubre, la amenaza de esa extensión para imponer un acuerdo entre los suyos pero para eso primero tiene que estar dispuesto a pactar, a ceder ante Bruselas en cuestiones que hasta ahora parecían líneas rojas: compromisos en materia de regulación, derechos laborales, estándares medioambientales, ayudas de Estado, derechos de pesca… Sin cesiones sobre esos temas, la Unión Europea difícilmente se planteará mantener el pasaporte europeo para el negocio financiero o los acuerdos para el sector aéreo, entre otras cuestiones. El mayor temor de Bruselas es evitar que se forme al otro lado del Canal un nuevo Singapur, un territorio que gane competitividad con ventajas fiscales y regulatorias a las puertas de una Unión ya de por sí debilitada por la marcha del Reino Unido, lo que genera dudas sobre el futuro del proyecto. No lo va a poner fácil en la mesa de negociación.
La mayoría de estas preguntas no tienen respuestas rápidas ni simples. Pero sí parte de una certeza. El dolor, como dirían en el palacio de la Zarzuela, viene después.
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