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Modelos de poder perpetuo en la antigua URSS

Las antiguas repúblicas soviéticas han sido fértiles en líderes dispuestos a ejercer el poder de por vida

El presidente azerí, Ilham Aliyev, (izquierda) recibe al bielorruso, Alexander Lukashenko, en 2016 en Bakú.
El presidente azerí, Ilham Aliyev, (izquierda) recibe al bielorruso, Alexander Lukashenko, en 2016 en Bakú.Anadolu Agency (EL PAÍS)
Pilar Bonet

El espacio de 15 países surgidos de la desintegración de la URSS en 1991 ha sido fértil en líderes prestos a ejercer el poder de por vida y a disponer su herencia política de modo que, a su muerte, sus allegados puedan seguir en el puente de mando. Desde Moscú, el mandatario ruso, Vladímir Putin, ha podido observar un desfile de modelos, confeccionados por dirigentes que, en Europa, el Cáucaso y Asia Central, se han aferrado a sus cargos por diversos medios, desde manipulaciones legislativas y truculentas enmiendas constitucionales, a control de recursos administrativos y aparatos represivos.

En una investigación publicada en 2019, el politólogo Kiril Rógov afirmaba que en 20 años se habían registrado 14 intentos de transición controlada en la antigua URSS, y siete de ellos con éxito: en Rusia (en 2000, 2008 y 2012), en Azerbaiyán (2003), Turkmenistán (2006), Armenia (2008) y Uzbekistán (2016).

Aunque ninguna tendencia es irreversible, hoy en la ex Unión Soviética se distinguen varios grupos de países, excluyendo los tres Estados bálticos, integrados en el club de las democracias occidentales. Con vaivenes y sobresaltos, el primer grupo —Ucrania, Moldavia, Armenia y Georgia— ha escapado (Armenia lo logró en 2018) de los intentos de “privatización” emprendidos por líderes o familias políticas locales.

En varios de estos Estados, la transferencia de poder entre la élite dirigente ha sido resultado del fallecimiento del líder —Uzbekistán y Turkmenistán y Azerbaiyán—. Según los casos, los mandatarios fueron más o menos benignos y más o menos apreciados por sus conciudadanos. “Su éxito no puede atribuirse exclusivamente a la represión o a trucos de control, pues no debe infravalorarse la pérdida de atractivo de las democracias occidentales por su política y por la crisis que atraviesan”, subraya el analista político Togrul Dzhuvarlí desde Bakú.

Los récords de permanencia en el poder recaen en la europea Bielorrusia, donde Alexandr Lukashenko dirige el país desde 1994, y en la centroasiática Tayikistán, donde Emamoli Rajmón lo hace desde 1992.

Lukashenko fue elegido como abanderado en la lucha contra la corrupción. Utilizando el referéndum para ampliar mandato y abolir plazos, el que fuera llamado “el último dictador de Europa” va ya por su quinta renovación en el cargo y no da señal de querer transferir el poder, aunque algunos bromean sobre la eventual preparación de su hijo menor, Kolia, para ello. Tras las sanciones por su política de derechos humanos, Occidente ha suavizado su actitud hacia Lukashenko a medida que se afianzaba la política expansionista de Rusia. Rajmón, por su parte, llegó al poder en Tayikistán como jefe del Parlamento de un país en guerra civil y fue elegido jefe del Estado en 1994 después de que una nueva constitución restableciera el régimen presidencial. Nombrado “líder de la nación”, Rajmón puede hoy mantenerse de por vida en el poder. El esquema sucesorio parece centrarse en su hijo Rustam Emomali, actualmente alcalde de Dushambé, la capital.

Dos líderes centroasiáticos, en Uzbekistán y Turkmenistán, murieron en el puesto y su sucesión, formalmente mediante elecciones, se considera el resultado de pugnas entre sus allegados. En Uzbekistán, Shavkat Mirziyóyev sustituyó a Islam Karímov, un líder represivo que llenó las cárceles del país. Tras haber sido primer ministro de 2003 a 2016, Mirziyóyev abandera hoy una especie de “deshielo” de resultado incierto. Ha apartado de los centros de decisión a altos cargos de la época de Karímov que podrían ser un peligro para su liderazgo y mantiene el confinamiento de Gulnara Karímova, la hija mayor de su antecesor, juzgada a puerta cerrada. Otros responsables de la época de Karímov han sido también juzgados y condenados.

En Turkmenistán, Saparmurat Niyázov, un superviviente de la URSS que recibió el estatus de presidente vitalicio en 1999, fue sustituido a su muerte en 2006 por el exministro de Sanidad, Gurbanguli Berdimujamédov. Reelegido por última vez en 2017 y susceptible de renovar su mandato cuantas veces quiera, Berdimujamédov continúa el culto a la personalidad de su antecesor, aunque con su propio estilo.

En Azerbaiyán la sucesión quedó en familia, ya que, a su muerte en 2003, Gueidar Alíev, que fue miembro de la dirección comunista de la URSS, fue sustituido por su hijo Iljám Alíev. Este sigue presidiendo Azerbaiyán tras suprimir el número limitado de mandatos y reforzado la presencia de parientes con el puesto de vicepresidenta que es ocupado por su esposa Mejribán.

En los países postsoviéticos donde los liderazgos se perpetúan, la oposición es débil y también, en distinto grado, ha sido debilitada conscientemente: desapariciones, muertes, encarcelamientos, procesos políticos y destierros han sido instrumentos habituales contra aquellos que podían hacer sombra a los líderes.

Una presidencia 'vigilada' en Kazajistán

Nursultán Nazarbáiev, líder de Kazajistán entre abril de 1990 y marzo de 2019, tiene el record absoluto de permanencia en el poder en el espacio postsoviético. Homenajeado con el título de elbasy (líder de la nación), este político comenzó su carrera antes de que se desintegrara la URSS como líder comunista de la república soviética centroasiática. Alegando la necesidad de una nueva generación, Nazarbáiev dimitió y fue reemplazado por Kassym-Jomart Tokáyev, ex jefe del Senado y del Gobierno. El expresidente es hoy jefe vitalicio del Consejo de Seguridad y dirige el partido estatal Nur Otan. Pero, su sucesión “no está definitivamente resuelta”, opina el experto Arkadi Dubnov, según el cual las actividades exteriores del exmandatario indican que sigue ejerciendo el “control” de su sucesor. Además, Dariga Nazarbáyev (hija de Nursultán y jefa del Senado) tiene “una actividad muy por encima de lo que exige su puesto. No puede excluirse aún la sucesión familiar”, señala Dubnov.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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