Un Putin crecido por su proyección en Siria corteja a los países africanos
El presidente ruso muestra con una emblática cumbre con 43 países de África su interés por elevar su influencia geopolítica
Mientras Vladimir Putin agasajaba con una cumbre en Rusia a más de 40 líderes africanos, dos bombarderos nucleares estratégicos rusos TU-160 ‘Blackjack’ llegaban este miércoles a Sudáfrica. Era la primera vez que el avión militar más grande del mundo aterrizaba en el continente, en una inédita muestra de cooperación entre Moscú y el país más industrializado de África. La sincronización fue casi perfecta para visibilizar los planes de Rusia, que tras emerger como una potencia clave en Oriente Próximo busca expandir su influencia en África para tratar de elevar su perfil en la lucha por la influencia geopolítica.
Durante dos días, el presidente ruso ha desplegado su juego diplomático en la primera cumbre Rusia-Africa, celebrada en Sochi a orillas del mar Negro, uno de los lugares favoritos de Putin para recibir a sus socios. Putin ha acogido en la ciudad balneario a presidentes o primeros ministros de 43 de los 54 países africanos: Sudáfrica, Nigeria, Egipto, Gambia, Angola, Etiopía, Uganda, Níger, Kenia, Namibia, República Centroafricana. También a los responsables de la Unión Africana, la Unión del Magreb Árabe, el Banco Africano de Desarrollo. Un maratón.
Africa, “es una de las prioridades de la política exterior de Rusia” resaltó Putin. El líder ruso, crecido tras la victoria rusa en la partida siria, exhibió su mejor sonrisa junto a su homólogo egipcio, Abdel Fatá Al Sisi, que encabeza ahora la Unión Africana y que co-presidió la emblemática reunión en la que se alcanzaron acuerdos comerciales por valor de unos 12.500 millones de dólares, según el Kremlin. Rusia, dijo Al Sisi recogiendo el guante, “es uno de los principales actores en la arena internacional y un sincero amigo de los países africanos”
En 2018, las exportaciones rusas a países africanos alcanzaron los 20.000 millones de dólares; el doble que en 2015. El menú es amplio: la compañía estatal Rosneft tiene proyectos en Mozambique y Egipto; Alrosa, la minera de diamantes controlada por el Kremlin tiene intereses en Botswana o Angola; Rusal, posee minas de bauxita en Guinea. Pero Rusia exporta sobre todo productos alimentarios. Y de defensa.
Moscú está cimentando su estatus como el mayor proveedor de armas de África. En los últimos años ha firmado acuerdos de cooperación militar con una treintena de países por valor de unos 14.000 millones de dólares. África supone más de un tercio de las exportaciones de armas rusas, según datos del Servicio Federal de Cooperación Militar-Técnica. Armas que van sobre todo a Egipto, Argelia o Marruecos. Y en los márgenes de la cumbre, en un foro al que fueron invitadas más de 10.000 personalidades de la región, los responsables rusos comentaban la posibilidad de que sus aviones y barcos comenzasen a utilizar puertos y bases aéreas de países africanos.
“Hemos apoyado la construcción de nuestro ejército en la compra de buenos equipos rusos, aviones, tanques… Y queremos comprar más”, dijo el presidente de Uganda Yoweri Moseveni en su reunión bilateral con Putin.
Conforme las tensiones con Occidente se agudizaban y las sanciones por la anexión rusa de Crimea y la injerencia rusa en asuntos internacionales se extendían, Moscú fue girando hacia el este y el sur, en busca de nuevas fuentes de financiación. Putin ha estrechado los lazos con Pekín y se ha acercado a los ricos fondos de inversión controlados por Riad o Dubai. Y aprovechando el desinterés de la Administración de Donald Trump, está trabajando intensamente para expandir sus intereses en África.
Las cifras reales, sin embargo, muestran que apenas puede competir con el volumen comercial de la UE (334.000 millones de dólares en 2018) o China (204.000 millones el año pasado). Y analistas como Paul Stronski, del Instituto Carnegie, creen que Rusia llega un poco tarde al partido. Aunque para Moscú esos intereses en la región son más importantes: el 1,1% del PIB ruso está ligado a exportaciones a África; frente al 0,8% del PIB de China.
La falta de enfoque de la política occidental está dejando un hueco a Moscú, señala Stronski. Y Putin, como ha hecho en Oriente Próximo, busca aprovecharlo. “Estamos listos para participar en la competencia por la cooperación con África”, recalcó el presidente ruso. El Kremlin espera que el comercio entre Rusia y los países africanos crezca otro 20% el próximo año. Y cumbres como la de estos días se celebrarán cada tres años, anunció.
En el foro de Sochi, Rusia ha desplegado toda su cartera de ofertas. Como si se tratara de una gran feria comercial: compañías agrícolas, vehículos de obra civil, tecnología sanitaria y espacial han tenido su hueco.
Aunque las grandes estrellas han sido las armas. Varios estands mostraban catálogos de fusiles y muchos representantes africanos hacían cola para hacerse una foto manipulando un mítico kaláshnikov. Fuera de los pabellones, los invitados podían subir a un caza ruso u observar uno de los helicópteros militares de última generación.
Guerra Fría
Moscú fue un gran actor geopolítico en África durante la Guerra Fría Los Gobiernos posteriores a la independencia de Mozambique, Uganda o Argelia recibieron en algún momento el apoyo militar o diplomático de la URSS. Y varios líderes y políticos africanos se educaron en instituciones soviéticas, como el presidente de Angola, João Lourenço, que estudió en la elitista Academia Político-Militar de Lenin. Pero con el derrumbe de la URSS, Rusia perdió interés por la política exterior de largo alcance. Ahora quiere recuperar terreno.
“Rusia y Africa están unidas por tradicionales lazos de amistad. Nuestro país secundó de forma consecutiva los movimientos nacionales de liberación emprendidos por los pueblos africanos y contribuyó sustancialmente a la formación de los jóvenes estados, el desarrollo de sus economías y la creación de sus ejércitos”, rememoró el presidente ruso, que ofreció a los estados africanos las universidades especializadas rusas para su personal militar.
Entre 2010 y 2018, el número de estudiantes africanos en las universidades rusas ha pasado de 6.700 a 15.000. Además, Rusia planea duplicar esa cifra para 2024, según Irina Abramova, directora de Estudios Africanos de la Academia de Ciencias de Rusia.
Rusia ha impulsado con fuerza sus contactos políticos en la región. Desde 2015, 12 jefes de estado africanos han visitado Moscú; seis el año pasado. La estrategia de Putin para África es una combinación de inversiones y acuerdos económicos, de cooperación militar y de diplomacia al más puro estilo ruso. Moscú, anunció Putin, ha cancelado unos 20.000 millones de dólares en deuda y quiere ofrecer financiación a los estados con poco acceso a los mercados de capital.
Rusia quiere presentarse no solo como un socio de fiar, sino que además hace gala de no poner tantos peros como otros —en materia de derechos humanos o medio ambiente, por ejemplo— para entregar su dinero e invertir. Y con eso busca garantizarse el apoyo de estos países y apuntalar posiciones en organizaciones internacionales. En la ONU, por ejemplo, donde los estados de la región representan alrededor de una cuarta parte de los votos, varios países se abstuvieron ya en 2014 de votar la resolución de condena a Rusia por anexionarse la península ucrania de Crimea.
Además, Moscú ha brindado apoyo a los regímenes de varios de estos países con sus contratistas militares privados. El año pasado, el asesinato de tres periodistas rusos que investigaban la oscura presencia en República Centroafricana de compatriotas mercenarios del Grupo Wagner, propiedad de Yevgeni Prigozhin, fiel aliado de Putin, puso sobre la mesa también otros informes: que esos contratistas privados operan también en Sudán, Liba o República Democrática del Congo, en ocasiones a cambio de jugosas concesiones de oro o diamantes.
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