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DE MAR A MAR
Columna
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Brasil: terminó la luna de miel

Una investigación de la consultora XP asegura que los brasileños que piensan que el futuro será mejor pasaron de ser el 63% al 47%, y los pesimistas aumentaron del 15% al 31%

Carlos Pagni
Manifestación contra Jair Bolsonaro.
Manifestación contra Jair Bolsonaro.Fernando Bizerra Jr. (EFE)

La luna de miel entre Jair Bolsonaro y la sociedad brasileña terminó. Si bien el deterioro del presidente no está, ni por asomo, en los niveles insostenibles de sus predecesores Dilma Rousseff o Michel Temer, en las últimas dos semanas los sondeos de opinión detectaron una mutación peligrosa: según una investigación de la consultora XP, los que consideran que el Gobierno era malo o pésimo llegaron a 36%; y los que le califican como óptimo descendieron a 34%. Es la primera vez, desde que asumió Bolsonaro, que los primeros son más que los segundos.

El cruce de esas curvas acaso no sea tan elocuente como el de las que registran las expectativas. Según XP, los que piensan que el futuro será mejor, que en enero representaban al 63% de los consultados, son ahora el 47%. Y los pesimistas pasaron del 15% al 31%. Estos cambios hacen juego con el aumento de quienes atribuyen a la administración actual los problemas de la economía. A comienzos de mayo eran el 5%. Pero en los últimos 10 días se convirtieron en el 10%.

El giro en la evaluación de la gestión coincidió con las multitudinarias manifestaciones de estudiantes y profesores del pasado 15, por recortes presupuestarios en el Ministerio de Educación. El presidente reaccionó a esas protestas llamando a sus participantes “idiotas útiles utilizados por una minoría experta que constituye el núcleo de las universidades federales”.

La pérdida del encanto de Bolsonaro se puede atribuir a factores muy diversos. Desde numerosas declaraciones de un conservadurismo moral disparatado, hasta la novedad de que sus hijos ejercen sobre él una influencia que nadie sospechaba. Sin embargo, hay una razón que suele explicar el malhumor social mejor que cualquier otra: la persistencia de la recesión económica. Los pronósticos oficiales de crecimiento para este año, que eran del 2,2%, fueron corregidos al 1,6%. En el presupuesto original la previsión fue del 2,8%.

La perspectiva de que la reactivación tardará en llegar se vuelve más deprimente si se tiene en cuenta que el producto bruto brasileño experimenta ya el 8º año de letargo. El expresidente del Banco Central Affonso Celso Pastore analizó el estancamiento del Producto Bruto per Cápita, es decir, la pérdida de riqueza de los ciudadanos. Y concluyó con que, desde ese ángulo, Brasil está frente a una depresión.

En este contexto vuelve a adquirir relevancia el trámite legislativo de la reforma previsional que el Poder Ejecutivo envió al Congreso y que ha sido seleccionada por los mercados como el principal indicador de éxito o fracaso de la gestión de Bolsonaro. La iniciativa navega por la Cámara de Diputados empujada por los vientos del azar. Sobre todo, porque en el equipo político del presidente nadie asumió para sí la tarea de conseguir los votos cediendo lo mínimo posible. La razón de esa displicencia es indescifrable. Hay quienes la atribuyen a que el gabinete carece de experiencia en la gestión de proyectos parlamentarios. “Es verdad que Bolsonaro fue diputado durante más de dos décadas; pero nunca participó de una negociación, porque él pertenecía al bajo clero, que mira las negociaciones desde lejos”, explica un legislador, que agrega: “El presidente envió el texto y parece que ahora espera que se apruebe solo”.

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Para otros observadores, en cambio, la falta de compromiso con la aprobación de la reforma se debe a que, quienes deberían estar al frente de la maniobra, han sido siempre reacios a la tocar el sistema previsional. En especial ahora, cuando la popularidad comienza a escasear.

Sea cual fuere la razón del desentendimiento, la verdad es que hoy los principales impulsores de la ley pertenecen a una oposición acuerdista. Al frente de todos, el presidente de la Cámara, Rodrigo Maia. Y también el presidente de la comisión de Reforma de la Previsión Social, Marcelo Ramos, y el relator del proyecto, Samuel Moreira.

El proyecto cuenta hoy con 200 votos. Para ser aprobado se requieren 308. Pero sería una imprudencia someterlo a consideración sin contar con alrededor de 330 aprobaciones. La historia reciente registra un episodio tan increíble como aleccionador: Fernando Henrique Cardoso fracasó en conseguir su reforma previsional por un solo voto.

El problema principal de Bolsonaro no es conseguir los votos, sino la cantidad concesiones que deberá realizar para lograrlo. El objetivo del ministro de Hacienda, Paulo Guedes, es que el Tesoro ahorre 1,2 billones de reales en los próximos 10 años. Guedes, famoso por su impaciencia, acaba de advertir que, si la reforma traiciona el proyecto original, él renuncia y se va a vivir fuera del país. Esta amenaza del superministro coincide con otra conducta inquietante: las disidencias selectivas del general Hamilton Mourão, el vicepresidente.

Bolsonaro necesita generar consenso para esta iniciativa central de su gobierno. Una de las formas de lograrlo es la negociación con el Congreso. Otra, más audaz, es movilizar a la opinión pública para poner al Congreso contra las cuerdas. El Presidente parece preferir este segundo procedimiento. El domingo pasado se manifestaron, alentados por él, millares de simpatizantes de su administración. Las consignas fueron contra la dirigencia establecida. En especial contra el Poder Legislativo. Entre la muchedumbre se bamboleaba un muñeco con la cara de Maia, el presidente de la Cámara, a quien los manifestantes hostigaban. En los próximos días se sabrá si esta excéntrica receta de gestión parlamentaria produce resultados.

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