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Columna
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Yo + uno + uno + uno +

La responsabilidad de cada uno en la lucha contra la destrucción de Brasil

Protesta estudantil en Río de Janeiro contra los recortes anunciados por el Gobierno, el 6 de mayo.
Protesta estudantil en Río de Janeiro contra los recortes anunciados por el Gobierno, el 6 de mayo.ANTONIO LACERDA (EFE)
Eliane Brum

Lo aprendí con el poeta Elio Alves da Silva. Era pescador, pero la central hidroeléctrica de Belo Monte le robó el río. ¿Cómo pesca un pescador sin río? Podríamos extender la pregunta. ¿Cómo investiga un estudiante sin beca? ¿Cómo enseña un profesor sin unas mínimas condiciones para trabajar? ¿Cómo se mantiene una universidad sin recursos? ¿Cómo vive en el presente un trabajador sin perspectiva de futuro con un proyecto de sistema de pensiones que castiga a los más pobres? ¿Cómo protegen la Amazonia los pueblos de la selva cuando el ministro contra el Medio Ambiente destruye el sistema de protección para arrancar beneficio privado de tierras públicas? ¿Cómo se protege la paz cuando el antipresidente del país arma a una parte de la población para la guerra? ¿Cómo se salvan los más frágiles cuando Jair Bolsonaro autoriza el asesinato sin castigo? ¿Cómo se defienden los ciudadanos cuando el grupo en el poder estimula el odio y la división del país como estrategia? ¿Cómo comen las personas si el Ministerio de Agricultura está liderado por la “musa del veneno” y el Gobierno autoriza, literalmente, casi un nuevo pesticida por día, que envenenará nuestro cuerpo y el de nuestros hijos? ¿Cómo viven los brasileños ante el desafío de la crisis climática cuando el Gobierno niega la amenaza señalada por los principales científicos del mundo para justificar el avance de pocos sobre la Amazonia de todos? ¿Cómo protegen los padres el acceso a la educación y a la cultura cuando los hijos del antipresidente se comportan como “chicos” malos y diseminan información falsa y estupidez calculada? ¿Cómo pueden vivir los más pobres sin la garantía del aumento real del salario mínimo? ¿Cómo se mantienen vivos los que dependen de la sanidad pública si el Gobierno arruina las políticas de sanidad pública? ¿Cómo lo hacen para no morir los que pueden ser víctimas de los sicarios absueltos por estar “bajo una fuerte emoción”, como quiere el proyecto anticrimen que está a favor del crimen? ¿Cómo defienden Brasil los brasileños del grupo que en menos de cinco meses ha destruido derechos y sistemas de protección construidos durante décadas y todavía quedan 1.326 días por delante?

Si tú solo cuentas como uno, para el Gobierno no cuentas

Elio, el pescador sin río, me lo explicó. “Yo solo no consigo nada. Pero si voy ahí y llamo a otro, seremos yo+uno. Entonces, ese otro llama a +uno. Y entonces ya somos yo+uno+uno...”. Y, para asegurarse de que lo había escuchado bien: “¿Entiendes?”.

Después, leería una conversación entre el sociólogo polaco Zygmunt Bauman y el periodista italiano Ezio Mauro publicada en un libro. En un determinado momento hablan del ciudadano que “solo cuenta como uno”. Y, por lo tanto, no cuenta. “No entiende que, en el momento en que su libertad se convierte en asunto privado y empieza a ejercer sus derechos solo como individuo, en el momento en que la libertad y los derechos son ambos incapaces [de construir] cualquier proyecto con los demás, ambos se vuelven irrelevantes a los ojos del poder, ya que han perdido la capacidad de poner lo que sea en movimiento”, dice Mauro. “El Estado sabe que estoy estadísticamente presente, pero también sabe que yo solo cuento como uno y no tengo la capacidad de sumarme a los demás”.

El poeta oral, ya que no sabe escribir, y dos pensadores reconocidos en el mundo académico, con varios libros publicados, llegaron a la misma conclusión por caminos diferentes. Utilizaron la filosofía, ese ejercicio intelectual que tanto parece amenazar a Jair Bolsonaro. Y que amenaza, porque trata de preguntas y solo puede existir en la honestidad, amenaza porque no teme las respuestas que producen nuevas preguntas, amenaza porque persigue las dudas y las ama porque conducen a lugares nuevos. La filosofía, que el antipresidente tanto teme, y por temerla quiere acabar con ella junto con todas las humanidades, es maravillosa porque nos ensancha por dentro. Porque nos deja más inteligentes y atentos, porque nos enseña a percibir lo que vemos. Y está al alcance de todos los hombres y mujeres valientes. Como Elio, como Zygmunt. Y debe estar en las escuelas y en las universidades, porque es el hilo que cose todos los otros campos del conocimiento.

No se puede tercerizar la lucha y la posición en la vida

Perdona, pero no hay excusas. No basta con quedarse en el sofá tuiteando o feisbuqueando mientras los derechos se borran y el autoritarismo se instala en Brasil. No se puede tercerizar la lucha y la posición en la vida. El problema también es tuyo. Lo que está en curso no se termina en cuatro años. Lo que se destruye hoy tardó décadas en construirse. Las consecuencias son rápidas, algunas inmediatas. Destruyen primero a los más frágiles, después a (casi) todos. Y, a no ser que estés de acuerdo con lo que el presidente contra Brasil está haciendo en tu nombre, te toca a ti ser +uno y llamar a +uno.

¿Sabes por qué te toca a ti? Quien lo explica es una filósofa, ese gremio que hace que los bolsocreyentes tiemblen de miedo. Sí, ellos tienen a un gurú que se autoproclama filósofo, pero él literalmente suelta “mierda” por la boca. Podemos cuestionar filosóficamente por qué tiene esta obsesión, pero tenemos cuestiones más importantes en este momento. La alemana Hannah Arendt describió muy bien algo que también abordaron otros pensadores respetados y que se denomina “responsabilidad colectiva”. Explica que somos colectivamente responsables por lo que se hace en nuestro nombre. En el pasado, pero también en el presente.

Aunque no hayas votado a Bolsonaro, salió elegido. Eso significa que lo que hace en el poder es responsabilidad de todos. Significa también que, cuando el gobernante se comporta como un déspota, los ciudadanos tienen que decir colectivamente que no aceptan lo que se hace en su nombre. Eso forma parte de la democracia, tanto como aceptar el resultado de las urnas. Y no puede tercerizarse. Si aceptas los beneficios de vivir en comunidad, tienes que aceptar también la responsabilidad de vivir en comunidad.

Si aceptas los beneficios de vivir en comunidad, tienes que aceptar también la responsabilidad de vivir en comunidad

Eso significa que, si consideras que las universidades son fundamentales para un país y para formar a las futuras generaciones, tienes que posicionarte contra el gobierno que está atacando las universidades, cortando presupuestos que ya eran escasos porque habían sido amputados antes y eliminando becas para alumnos e investigadores. Si consideras que proteger la Amazonia y el medioambiente es obligatorio para el presente y para el futuro, tienes que posicionarte contra el gobierno que está destruyendo la protección ambiental y quiere permitir la extracción minera, la producción de ganado y soja y la construcción de grandes obras en tierras protegidas. Si consideras que matar a otro alegando legítima defensa por estar “bajo una fuerte emoción” es autorizar la matanza y aumentar el número de muertos, en un país donde ya se mata y se muere demasiado, tienes que posicionarte contra este proyecto a favor del crimen. Si consideras que armar a la población no es una medida racional para pacificar un país, tienes que posicionarte. Si consideras que esta reforma del sistema de pensiones no es la más justa para la población, también tienes que posicionarte.

Lo que los déspotas más temen es que seas +uno

Junto con los demás. Lo que los déspotas más temen es que seas +uno. Y lo que más quieren es que seamos solo uno. El neoliberalismo ha inculcado en la mente de las personas que ser “uno” es mejor. Eres uno, haces lo que quieres y a los demás que les den. Esta es la racionalidad que sostiene los actos de Bolsonaro y de su grupo. Lo que vale es el yo, solo importa lo mío. O solo importamos yo y mi familia. O yo y mi grupo. A la comunidad que le den.

El neoliberalismo también ha infiltrado en las mentes que ser +uno es ser poco importante. Porque ser +uno es ser junto con el otro, es ser en la comunidad, es ejercer la solidaridad, es sumar para ser más fuerte conjugando el colectivo. Ser +uno es ser en la relación con el otro. Sin embargo, ser uno es consumir sin límite, sin que te importe el planeta que todos habitan, es agotar el hoy sin que te importe el mañana. Ser uno es tan abominable que no eres capaz de que te importe el futuro de tus propios hijos, porque tu satisfacción continua como individuo es todo lo que te importa. Ser +uno es saber que todos los demás importan. El uno construye fronteras y muros. El +uno derriba vallas para alcanzar la mano del otro, pero negocia límites mutuos porque sabe que no puede ni quiere vivir solo.

En una columna reciente reproduje un fragmento del libro de la Pussy Riot Nadya Tolokonnikova. Voy a repetirlo, porque es un diagnóstico preciso de nuestra situación y es inspirador para este momento: “[Se vino abajo] la idea de que podíamos vivir en paz sin ensuciarnos las manos con la política, de que bastaba con votar una vez cada cuatro años para proteger nuestras libertades [o no votar en absoluto: estar por encima de la política]. Esa creencia —la de que las instituciones estaban ahí para cuidarnos y velar por nosotros, y de que no teníamos que preocuparnos por protegerlas de la corrupción, los grupos de presión, los monopolios, ni por el control de empresas y gobiernos sobre nuestros datos personales— se rompió en mil pedazos. Delegábamos la lucha política igual que delegábamos los trabajos peor remunerados y las guerras”.

Si piensas que las redes sociales son calles donde protestar y ejercer la ciudadanía, estás equivocado

Y aquí estamos. Como está una parte cada vez mayor del mundo gobernada por “déspotas elegidos por el voto”.

Ya escribí en un pasado reciente que creía que las redes sociales también eran calles. Calles de bytes las llamaba. Me doy cuenta de que me equivocaba. Las redes sociales no son calles. Para ser calle hacen falta cuerpos. Lo que pasa en las redes sociales es importante y está definiendo nuestro día a día. Lo que pasa en las redes sociales tiene mucho impacto en la vida y en la percepción de la vida. Ya podemos crear una biblioteca entera de libros que reflexionen sobre este fenómeno. Es necesario investigar qué son las redes sociales, en sus múltiples significados. Tanto como saber qué no son. Y las redes sociales no son calles.

Lo que pasa en las redes sociales tiene efectos sobre el cuerpo de cada uno. Pero el cuerpo de cada uno no está allí. Ir a la calle, ocupar las calles, el imperativo ético de este momento, solo es posible con el encuentro. La calle presupone un encuentro real. Presupone arriesgarse al otro. Presupone convivir con el cuerpo encarnado. Presupone negociar conflictos para compartir el espacio público. La calle es donde estamos con nuestros fluidos, metidos en nuestra propia piel, cargando nuestras fragilidades ante el otro sin ningún botón de “me gusta” o “me enfada” que pulsar. La calle es donde nos arriesgamos a reflejarnos en la mirada del otro y reconocernos en un cuerpo que no es el nuestro. Reconocernos en la humanidad y también en la diferencia.

El ansia de “salir a la calle” a protestar contra la tiranía que se anuncia como actos de odio explícito, con gestos de destrucción, también es el ansia de romper con la perversión de una realidad sin cuerpo, pero que afecta a los cuerpos. ¿Y por qué parece tan difícil este “vamos a salir a la calle” justamente cuando tenemos tantos motivos para ocupar las calles? ¿Justamente cuando ya hemos doblado la esquina histórica rumbo al autoritarismo?

Hay varias hipótesis y algunas razones, una de ellas el miedo. De la policía, que en lugar de proteger a los cuerpos, los destruye. Otra, el miedo al contagio, ya que el otro se ha convertido en un enemigo. Pero la mejor hipótesis que he escuchado estos últimos días la propuso el periodista Bruno Torturra, en su “Boletín del Fin del Mundo”, el 9 de mayo. Hace una analogía entre la libido sexual y la libido política. Lo que haríamos todos, al verter nuestra indignación en las redes sociales, sería una especie de masturbación. No falta material en Internet para excitarnos y dar rienda suelta a esa libido política, como no falta material en Internet para dar rienda suelta a la libido sexual 24 horas al día.

No agotes tu libido política en las redes, ni agotes tu libido sexual en la masturbación

Eso no tiene ningún problema moral. La cuestión es que la masturbación no es una relación sexual. No estamos con el otro, con el cuerpo del otro. No estamos allí con relación a otro, ni estamos allí en una relación con otro que no somos nosotros. En las redes sociales, aunque estemos en un espacio con varios hablando y desahogándose y protestando, no son nuestros cuerpos que están presentes, sino nuestros avatares. Al final, lo que quedaría sería un extremo cansancio de la acción sin acción. Y, sugiere Torturra, el sentimiento de impotencia. El placer masturbatorio provoca un alivio momentáneo, pero no la satisfacción (y tampoco el riesgo) de una relación con otro cuerpo. Y, así, no nos movemos. Nos mantenemos permanentemente ocupados con nuestra indignación y terminamos el día agotados, sin que exista un único toque real de uno+uno.

Que la primera protesta significativa en la calle contra el gobierno de Bolsonaro haya partido de las universidades, según Torturra, es revelador. En el espacio de las universidades es donde los estudiantes, y también los profesores y empleados, conviven con su cuerpo, entre cuerpos. Allí se comparte de forma real, hay negociación, hay debate. Hay conversación. Y hay, principalmente, relación. Y, así, también hay movimiento. También por este motivo, Bolsonaro y su ministro contra la Educación han decidido utilizar el poder otorgado por el voto para destruir la universidad y, así, pervertir el poder otorgado por el voto al pervertir la propia democracia. ¿Cuál es el proyecto de educación de esta antipresidencia? El mismo proyecto que busca transformar la selva en pasto, cultivo de soja transgénica y cráter de extracción minera. El proyecto neoliberal. El uno.

Hay que resistir también al agotamiento de la libido política en las redes sociales. O, dicho de otro modo, hay que mantener el deseo pulsante para arriesgarse a convivir en las calles. Hay que salir del ombligo de uno y alcanzar el vasto cuerpo del otro. Hay que estar juntos. No te des excusas. No cuesta repetirlo otra vez. Posición y lucha no se tercerizan. Lo que dejes de hacer no lo hará otro. Tu ausencia se sentirá. Haces falta en el combate contra la tiranía que ya ha empezado a instalarse en Brasil. Eres +uno, pero este +uno que eres solo lo eres tú. En el neoliberalismo que nos gobierna, el uno siempre es sustituible. En el uno+uno, cada +uno es insustituible y singular. Pero es necesario otro que lo reconozca, es necesario el + que marca la relación entre dos, entre muchos.

Como dice Elio, el poeta nacido de la catástrofe: “Con +uno la historia puede seguir”.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum/ Facebook: @brumelianebrum

Traducción de Meritxell Almarza 

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