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La crisis económica amenaza con pasar factura a Erdogan en las elecciones locales

El Gobierno turco ordena vender alimentos a precios subvencionados con el fin de evitar un resultado adverso para su partido

Andrés Mourenza

Un kilo de patatas, 2 liras (32 céntimos de euro). Cebollas, 2 liras. Tomates, 3 liras. Berenjenas, 4,5 liras, se lee en una pizarra a la entrada de una carpa instalada por el Ayuntamiento de Estambul en el barrio de Kasimpasa. Una verdadera ganga. Los precios son la mitad o incluso un tercio de lo que se paga por los mismos alimentos en un supermercado o en los mercadillos callejeros. Y, sin embargo, el ambiente es gélido: las familias hacen fila en silencio; recogen, en silencio, las bolsas del producto que desean (máximo tres kilos por persona), pagan silenciosamente y se van. Una atmósfera muy alejada de la de los ajetreados mercados turcos, donde los clientes manosean el producto, se quejan de la calidad, regatean el precio y los vendedores se desgañitan por colocar su mercancía: ¡Patata nueva de Afyon! ¡Ajos de Tasköprü, los mejores de Turquía! ¡Tiramos los precios! ¡Vamos señora, que me lo quitan de las manos!

El presidente de Turquía, Tayyip Erdogan, toma un yogur tradicional durante un encuentro con estudiantes en Ankara. este jueves.
El presidente de Turquía, Tayyip Erdogan, toma un yogur tradicional durante un encuentro con estudiantes en Ankara. este jueves. AP

“Es una buena iniciativa”, sostiene un comprador en otro de los puestos de “venta directa” municipales, en este caso en la plaza de Taksim: “Pero, claro, habría que preguntar a quienes gobiernan por qué hemos llegado a esta situación”.

Los turcos votarán este domingo en unas elecciones locales cruciales —los Ayuntamientos son una de las bases del poder de Erdogan— en las que, en número de votos, vencerá sin duda el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan. Sin embargo, algunas importantes alcaldías, como la capitalina Ankara o las sureñas Antalya, Adana y Mersin, podrían pasar a manos de la oposición. Mientras, en la populosa Estambul se prevé un largo y reñido recuento.

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Los islamistas turcos, que dirigen el Gobierno central desde 2002 y los principales Ayuntamientos del país desde 1994, se precian de haber sido quienes acabaron con las colas en Turquía. Colas para abastecerse de combustible y productos básicos en los años setenta; filas ante las fuentes de quienes, en los ochenta, todavía no tenían agua corriente en sus viviendas; interminables esperas en los hospitales o en cualquier oficina del Estado para hacer la más mínima gestión burocrática. Por eso, estas nuevas filas para comprar alimentos a precios subvencionados han sido utilizadas como un dardo por la oposición, que las ha bautizado como “colas de la pobreza”.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que fue reelegido el año pasado con la promesa de que el nuevo sistema presidencialista traería más estabilidad y prosperidad, desecha estas críticas y las considera “colas de la riqueza”. Fue él quien, ante los elevados precios alcanzados por los alimentos básicos en los primeros meses del año (un 31% más que hace un año), ordenó a las alcaldías bajo su control empezar a vender verduras directamente a la población a precios rebajados para luchar contra los abusos de los “intermediarios”, “especuladores” y “terroristas económicos”.

En principio, estaba previsto que la iniciativa se prolongase sólo hasta las elecciones locales, pero recientemente se anunció que continuará hasta junio. Y es que la crisis económica que vive Turquía ha alcanzado de lleno a los hogares. “La gente no puede ir al supermercado, los precios son terroríficos. Yo iba y me volvía a casa con los manos vacías”, confiesa Rukiye, una ama de casa asidua al punto de venta directa del barrio de Kasimpasa. Para ella no hay duda de quiénes son los culpables de la situación: “Aquellos que intentan derrocar a nuestro Gobierno. Afortunadamente, tenemos a Erdogan y el pueblo sabe la verdad”.

La mayoría de economistas coinciden en que las razones de la crisis son más profundas y tienen que ver con la desconfianza exterior hacia las políticas del Gobierno, así como con el endeudamiento en divisas de las empresas turcas, que aprovecharon la época de crisis en la eurozona y EE UU para tomar préstamos a bajo interés en euros y dólares. Estas deudas se convirtieron en inasumibles para muchas compañías cuando, el pasado verano, la lira se desplomó a causa de un enfrentamiento político entre Erdogan y su homólogo estadounidense, Donald Trump. “La economía real está resultando muy afectada por la crisis debido a sus deficiencias estructurales, no exportamos lo suficiente para conseguir toda la divisa que necesitamos”, explica el economista Mustafa Sönmez: “El crecimiento del PIB fue negativo en el último trimestre del año pasado [-3%] y todo indica que la contracción económica continuará durante los primeros trimestres de 2019”.

El número de desempleados se ha incrementado notablemente hasta superar los 4,3 millones. La tasa de paro está en el 13,5% y en el 24,5% en el caso de los jóvenes como Ahmet —nombre ficticio—, quien tras varios meses sin trabajo logró empleo a inicios de marzo en una empresa que, se teme, tendrá que dejar en breve. “Ha entrado en suspensión de pagos y probablemente en abril presente quiebra. Hay muchísimas empresas en la misma situación, pero esto no sale en las noticias”, se queja.

Quiebra de empresas

Desde hace dos meses, el Gobierno no da cifras del número de empresas acogidas al nuevo mecanismo de suspensión de pagos aprobado el año pasado para evitar un alud de quiebras. Según los datos del Ministerio de Comercio, a finales del año pasado 979 se habían acogido a esta prerrogativa, pero el diario opositor Sözcü estima que rondan las 5.000. De acuerdo con la aseguradora Euler Hermes, en 2018 quebraron 15.400 compañías, un 20% más que el año anterior, y la prensa local ha publicado que el valor de los cheques impagados se incrementó en un nivel similar, hasta superar los 150 millones de euros durante el año pasado.

Pese a que el Banco Central había logrado estabilizar la lira tras la crisis estival elevando considerablemente la tasa de interés hasta el 24%, en los últimos días la divisa turca ha vuelto a registrar importantes pérdidas. La prensa especializada lo achaca a una ralentización de la economía global, especialmente en el mercado europeo —principal destino de las exportaciones turcas—, y a un repentino descenso en las reservas en divisas del Banco Central de Turquía que la institución no ha explicado de forma transparente. Pero Erdogan ha vuelto a utilizar el argumento que tan bien vende entre su base: se trata de un ataque conjunto de especuladores, fuerzas extranjeras y enemigos de la patria.

“Si lo que está en juego es la patria, no importan los problemas que cada uno pueda tener individualmente. Votaré al AKP”, explica Arzu, otra ama de casa, del barrio estambulí de Gaziosmanpasa. “La situación económica ha afectado mucho a los ciudadanos —sostiene el periodista y exdirector de la cadena CNN-Türk, Ferhat Boratav—, pero la política en Turquía está tan polarizada que difícilmente habrá un trasvase de votantes de un campo al otro”.

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