Los turcos cambian sus dólares y oro por liras para salvar la economía
Erdogan insinúa un boicot a la tecnología estadounidense: "Si ellos tienen iPhones, también hay Samsung en el otro lado"
El Gran Bazar de Estambul no es sólo un reclamo turístico: es el lugar al que muchos estambulíes acuden cuando tienen que comprar el oro que se regala en bodas y nacimientos, y que guardan en casa como modo de ahorro para protegerse ante las periódicas devaluaciones de su moneda. Estos días, la actividad en las casas de cambio del mercado cubierto más grande de Turquía es frenética; también en el pasaje de Çuhacihani, donde se encuentra la bolsa informal del oro y los brokers de las joyerías apalabran las compraventas del preciado metal. La razón: muchos turcos han obedecido la consigna del presidente Recep Tayyip Erdogan de vender las divisas y las joyas que tenían ahorradas para luchar contra la depreciación de la lira, que acumula una caída del 40 % desde inicio de año (aunque este martes se recuperó ligeramente de las pérdidas).
“Hay una gran demanda por vender oro y dólares. Por ello, muchos negocios del Gran Bazar se han quedado sin liras turcas en efectivo”, explica Yunus, un comerciante. Muhammad Sari, electricista y empleado municipal, ha sido testigo de ello: ha acudido con todos sus ahorros en oro, pero sólo ha podido vender el equivalente a 15.000 liras (unos 2.000 euros). “No nos hemos quedado de brazos cruzados tras el llamamiento de nuestro Gobierno. Hacemos lo que está en nuestra mano. A partir de ahora meteré todo el dinero que guardaba en casa en los bancos públicos, para ayudar al Estado”, afirma a EL PAÍS. “Lo que le están haciendo hoy a Turquía, se lo pueden hacer mañana a otro país. Y hay que luchar contra estos ataques. Basta ya de que los países económicamente poderosos traten de someter a los demás”.
Más modesto, Mehmet Sadik, un estudiante de derecho, hace fila ante una casa de cambio del Gran Bazar con sus 150 dólares de ahorro (casi la mitad de los depósitos bancarios turcos son en divisa extranjera). “Turquía no es un país débil. No somos Irak ni Siria ni Libia, para que nos pueda hundir con una guerra así”, se queja. Cada día la prensa turca informa de ejemplos de ciudadanos comprometidos que toman medidas contra el dólar, como el Ayuntamiento de la localidad de Usak, que ha cancelado su presupuesto destinado a redes sociales para evitar que ganen dinero compañías estadounidenses como Twitter, Facebook o YouTube.
A finales de 2016, cuando el euro se cotizaba a 3,4 liras (hoy se cambia por 7,4 liras) y hubo un desplome significativo, Erdogan también promovió una “movilización nacional” de sus ciudadanos. Millones de dólares y euros fueron cambiados por liras y hubo negocios que ofrecían cortes de pelo o incluso lápidas gratis para aquellos “patriotas” que mostrasen que habían contribuido a la campaña. Esto sirvió para estabilizar momentáneamente la lira, pero dado que las razones políticas y económicas de su devaluación son más profundas, la moneda turca siguió cayendo y muchas familias perdieron así la mitad del valor de sus ahorros.
“Está claro que el efecto de estas campañas no es grande teniendo en cuenta la inmensa magnitud del mercado. Pero tiene gran importancia simbólica. El pueblo turco tiene un gran orgullo nacional y cuando la situación es dura, nos unimos. [Estados Unidos] se debe dar cuenta de que arrinconando a Turquía, no va a lograr nada”, asegura Murat Ferman, profesor de Economía de la Universidad Isik, aunque reconoce que el país euroasiático necesita reformas estructurales “más precisas” que las enunciadas hasta ahora por el ministro de Finanzas y yerno de Erdogan, Berat Albayrak. Con todo, Ferman coincide con el Gobierno turco en que no hay una relación directa entre la caída de la lira y los datos macroeconómicos del país y que la crisis monetaria tiene más que ver con “manipulaciones” del mercado “para forzar a Turquía a negociar” con Estados Unidos sobre el pastor evangélico Andrew Brunson, detenido por las autoridades turcas desde hace dos años. Este caso fue el detonante del actual desplome de la lira turca y, durante la pasada noche, el consejero de Seguridad Nacional estadounidense, John Bolton, advirtió al embajador turco en Washington de que ambos países no tienen nada que negociar a menos que Ankara libere a Brunson.
Pero Erdogan no ha dado señales de que vaya a aceptar un trato. Es más, este martes aventuró la posibilidad de iniciar un boicot a la tecnología estadounidense. “Frente a cada producto que compramos fuera con divisas extranjeras, manufacturaremos otros mejores y los venderemos al extranjero. Impondremos un boicot a los productos electrónicos de EE UU”, afirmó el mandatario turco: “Si ellos tienen iPhones, también hay Samsung en el otro lado. Nosotros tenemos Vestel”. Esta última empresa turca fabrica teléfonos —y gracias a las palabras de Erdogan subió un 7 % en bolsa—, pero, como señala un análisis de la agencia Bloomberg, tanto sus microchips como su software (Android) están diseñados en Estados Unidos.
Más allá de las soflamas patrióticas, la crisis monetaria está empezando a pasar factura. Varias empresas turcas han anunciado recortes en su producción por la caída de la demanda y reducción del personal. El sindicato Dev Tekstil, calcula que sólo en los talleres y fábricas textiles de la provincia de Gaziantep (sureste del país), han sido despedidos más de 1.200 trabajadores en las últimas semanas. “Los empresarios quieren hacer pagar la crisis a los obreros”, denuncia el sindicato.
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