El caso de un pastor detenido en Turquía agrava la crisis entre Trump y Erdogan
El presidente de EE UU advierte al turco de que se enfrenta a sanciones si no libera a un clérigo estadounidense retenido desde hace más de un año y medio
La diplomacia tuitera del presidente estadounidense, Donald Trump, ha logrado añadir un país más a la lista de ofendidos: Turquía. Aunque en este caso la situación no se deriva sólo de un exabrupto del mandatario republicano, sino que es el reflejo de tensiones más profundas que, por momentos, parecen abocar a la ruptura de las relaciones entre dos viejos aliados.
“Estados Unidos impondrá severas sanciones a Turquía por mantener detenido durante largo tiempo al pastor Andrew Brunson, un gran cristiano, hombre de familia y un ser humano extraordinario. Está sufriendo mucho. ¡Este hombre de fe debe ser liberado inmediatamente!”, publicó Trump en su cuenta personal de Twitter este jueves. El vicepresidente, Mike Pence, no le fue a la zaga y en un mensaje dirigido al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, le conminó: “Libere al pastor Andrew Brunson AHORA o prepárese para afrontar las consecuencias”.
Brunson, ciudadano estadounidense y misionero evangélico que ha dirigido una pequeña iglesia protestante en la ciudad turca de Esmirna durante las últimas dos décadas, fue detenido tras el fallido golpe de Estado de julio de 2016 acusado de espionaje y de colaborar con organizaciones terroristas, cargos por los que se enfrenta hasta a 35 años de cárcel. Pero el acta de acusación, afirman sus abogados y varias organizaciones de defensa de derechos humanos, no se sostiene por ningún lado. Al clérigo, de 50 años, se le acusa de robar secretos militares y de cooperar a la vez con el grupo armado kurdo PKK y con la cofradía islámica de Fethullah Gülen, antaño aliada de Erdogan, pero actualmente enemigo número uno del Gobierno, que la acusa del intento golpista.
Tras más de año y medio en prisión, las autoridades turcas permitieron esta semana que Brunson continúe su detención en arresto domiciliario, “un paso” en la dirección de resolver un asunto que “envenena las relaciones entre EE UU y Turquía”, sostiene el columnista turco Abdulkadir Selvi. Pero la Casa Blanca lo ha considerado “insuficiente”.
Turquía ha reaccionado duramente a las advertencias de Washington: “No toleraremos amenazas de nadie. Nadie nos dicta lo que hacer”, respondió el ministro de Exteriores, Mevlüt Çavusoglu. “La Administración de EE UU debe entender que no logrará los resultados deseados amenazando a Turquía en un tema que está en manos del sistema judicial independiente de nuestro país”, afirmó el portavoz presidencial, Ibrahim Kalin.
Sin embargo, muchos creen que Brunson está siendo utilizado como rehén para lograr la extradición de Fethullah Gülen, que reside en Pensilvania (EE UU) desde hace dos décadas. “Dicen que les entreguemos al pastor. Vosotros también tenéis un clérigo. Dádnoslo y nosotros juzgaremos a (Brunson) y os lo devolveremos”, dijo Erdogan el año pasado, poniendo las cartas sobre la mesa.
Brunson no es la única persona relacionada con EE UU arrestada en Turquía por motivos políticos. Tres empleados turcos de las legaciones diplomáticas estadounidenses permanecen detenidos, y también un científico de la NASA con doble nacionalidad. Los cargos contra todos ellos son similares.
Estos hechos han motivado a varios congresistas y senadores a exigir a la Casa Blanca que imponga sanciones a Turquía, algo que comparte también la cúpula del Pentágono (por diferentes motivos). Hasta ahora, el Departamento de Estado, más contemporizador, había impedido que estas iniciativas progresasen, pero este jueves el comité de Relaciones Internacionales del Senado aprobó una moción por la cual los representantes estadounidenses en las instituciones financieras internacionales bloquearían cualquier petición de Ankara de recibir créditos, excepto por razones humanitarias.
El caso Brunson es sólo la punta del iceberg del juego de chantajes y extorsiones en que se ha convertido la diplomacia entre Washington y Ankara. Recientemente, EE UU entregó el primero de varios cazas F-35 que había encargado el Ejército turco, cuando Turquía aceptó sentarse a negociar la compra de un sistema de defensa antimisiles Patriot. Ello, pese a la oposición del Congreso a la venta de los F-35 debido al acuerdo alcanzado por Erdogan y Moscú para la adquisición del sistema ruso S-400, incompatible con los estándares de la OTAN, de la que Turquía es miembro. El Gobierno turco había advertido de que si no se le venden los F-35, podría retirar el potente radar AN-TPY-2 desplegado por EE UU en el este de Turquía. “Cualquier tipo de solidaridad entre nosotros pone celosos a algunos”, dijo Erdogan este jueves poco antes de reunirse con su homólogo ruso, Vladimir Putin, en Sudáfrica.
Ankara también ha aventurado la posibilidad de impedir a las Fuerzas Armadas de EE UU el uso de la base de Incirlik, utilizada para aprovisionar a sus fuerzas en Oriente Próximo si el Pentágono continúa dando apoyo a las milicias kurdosirias que Turquía tacha de terroristas. En este aspecto, se ha llegado a un acuerdo para que fuerzas conjuntas turco-estadounidenses patrullen en los alrededores de la ciudad siria de Manbij, en manos de dichas milicias.
Pero aún hay más. El Departamento del Tesoro tiene pendiente decidir sobre la multa que impone al banco turco Halkbank después de que uno de sus directivos fuese condenado a tres años de prisión por un tribunal de Manhattan por participar en un esquema destinado a circunvalar las sanciones a Irán en el que estuvieron involucrados varios ministros y personalidades cercanos a Erdogan. Si la multa es elevada, podría suponer la picota para una economía turca que atraviesa serias dificultades.
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