Del órdago de Cameron a una tormenta continental
Reino Unido vive su momento más complejo en décadas atrapado en el laberinto del Brexit
El Brexit empezó con un sentido discurso llamando a reformar la Unión Europea. Es 23 de enero de 2013 en la sede de la agencia Bloomberg, en el centro de Londres. David Cameron, el joven líder del Partido Conservador, promete celebrar un referéndum sobre la permanencia en la UE si gana las elecciones en 2015. Juega a la ambivalencia. Cita a Angela Merkel y a Winston Churchill. Llama a renacionalizar políticas europeas a la vez que endulza su relato con evocaciones a la importancia de la construcción europea para pacificar el continente. Le reconoce ese logro, pero lo expresa en pasado. El objetivo de la UE ya “no es conseguir la paz, sino asegurar la prosperidad”, concluye. Escondidos bajo la grandilocuencia, dos factores internos: el UKIP está en efervescencia electoral y el sector euroescéptico de su partido lleva años pidiendo un referéndum.
Cameron no solo gana los comicios. Obtiene una holgada mayoría absoluta que supera las expectativas de las encuestas. La promesa formulada dos años antes vuelve a escena de inmediato. Nada se interpone ya en el camino hacia la celebración de la consulta, prevista para antes del final de 2017. Solo hay una incógnita no menor. ¿Pedirá el todopoderoso Partido Conservador a sus votantes que se inclinen por la salida de Reino Unido de la UE?
Bruselas quiere asegurarse la victoria de la permanencia y otorga a Cameron toda una batería de concesiones, entre ellas limitar los derechos de trabajadores inmigrantes frente a los británicos. Con el respaldo tory y laborista a que Reino Unido siga en la UE, la derrota parece improbable. El día de la presentación del borrador del acuerdo, fruto de 40 horas de negociaciones, el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, recurre a Shakespeare a su manera. "Estar o no estar juntos, esa es la cuestión". El 20 de febrero de 2016, Cameron despeja las dudas. Apoyará la continuidad en la UE. Y fija la fecha clave: el 23 de junio los británicos irán a las urnas.
Tras una tensa campaña llena de falsas promesas —la más extendida apostaba por utilizar una parte de las 350 millones de libras que Reino Unido enviaba semanalmente a la UE para mejorar la sanidad—, el 24 de junio Cameron amanece derrotado y anuncia que dimitirá antes de octubre. Su legado queda ensombrecido para siempre: es el primer ministro que sacará a Reino Unido de Europa. Se va el 13 de julio y cede el testigo a Theresa May, hasta entonces ministra de Interior, victoriosa en las primarias.
El Brexit se convierte en la gran prioridad de su mandato. Crea el Ministerio del Brexit y coloca al frente a David Davis, un euroescéptico convencido. Los nuevos aires traen una cierta euforia y comparaciones de la inquilina del 10 de Downing Street con Margaret Thatcher. La versión 2.0 de la dama de hierro activa el artículo 50 que da inicio al proceso del Brexit el 29 de marzo de 2017 con una carta a Bruselas. Para reforzar su posición ante las duras negociaciones por delante, May adelanta a junio las elecciones. El resultado es catastrófico: pierde la mayoría absoluta y se ve obligada a pactar con los norirlandeses de la DUP.
Debilitada ante su partido, May inicia la negociación. Su posición respecto a la salida de la UE se mantiene inflexible: "Brexit es Brexit", dice en una frase que pronto se hará célebre. Y si la intención de May de presentar al Parlamento británico como un bloque unido fracasa, pronto se da cuenta de que al otro lado de la mesa, la Unión Europea, un mastodonte de 27 países con intereses contrapuestos, es capaz de discutir sin fisuras internas.
La primera derrota del equipo negociador británico llega en la estructura de las conversaciones. Quieren avanzar en la relación futura en paralelo a las condiciones del divorcio. No lo logran. La factura a pagar por Reino Unido y los derechos de los británicos residentes en la UE y de los europeos en Reino Unido centran los compases iniciales del cara a cara. Londres se resiste a pagar lo que pide la UE, pero May desbloquea la situación con un discurso en Florencia: ofrece seguir contribuyendo sustancialmente a las arcas de la UE durante un periodo de transición de dos años, una vez consumado el Brexit.
El acuerdo final llega en diciembre de 2017, y recoge un desembolso a la UE de casi 50.000 millones de euros y que los expatriados no sufran las consecuencias del Brexit. “Podrán seguir sus vidas como antes en su país de residencia”, resume Michel Barnier, negociador comunitario. Juncker y May estampan su firma en un escueto "informe de progresos".
Una vez solventadas ambas cuestiones, la incertidumbre se traslada al problema de la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte, el gran escollo de la negociación. Ante la salida de Reino Unido del mercado interior, las reglas comerciales a uno y otro lado pasan a ser distintas, pero se trata por todos los medios de evitar una nueva frontera rígida entre las dos Irlandas que haga peligrar los acuerdos de paz del Viernes Santo. Las discusiones entran en punto muerto. Reino Unido ofrece en junio de 2018 una unión aduanera con la UE, pero Bruselas responde que la propuesta vulnera el mercado interior y pide también alineamiento regulatorio.
En pleno verano, May se encierra en su residencia de campo de Chequers durante 12 horas con una veintena de miembros de su Gobierno y sale de la reunión con un aparente consenso para un plan para un Brexit suave. Reino Unido continuaría totalmente alineado con la normativa europea para evitar controles fronterizos en Irlanda y poder firmar sus propios acuerdos comerciales. La propuesta solivianta los ánimos del sector duro de su partido: implica que el Parlamento británico básicamente copiaría la normativa europea sin haber participado en su elaboración. 48 horas después de transmitir una imagen de unidad, el edificio tory comienza a derrumbarse. El ministro para el Brexit, David Davis, dimite, y su lugar lo ocupa Dominic Raab. A renglón seguido le imita el ministro de Exteriores, Boris Johnson, y la crisis política se agrava.
Raab toma las riendas de la negociación al frente del desorientado equipo británico y estas ganan agilidad. La fecha de la cumbre europea de octubre aparece en el horizonte como límite, pero el primer intento de rematar el Brexit encalla mientras el ruido de sables continúa en los cuarteles torys, con Davis llamando a los ministros a la rebelión contra May. La luz verde se retrasa. El 14 de noviembre se publica el esperado borrador de acuerdo. 585 páginas con 185 artículos, tres protocolos y varios anexos. Y el 25 de noviembre, el Consejo Europeo lo aprueba.
El texto incluye la llamada salvaguarda o backstop, que establece que Reino Unido permanecerá dentro de la unión aduanera hasta que Londres y Bruselas sean capaces de acordar un nuevo acuerdo comercial. Y que si no lo alcanzan en el plazo previsto, a finales de diciembre de 2020, Irlanda del Norte seguirá formando parte de ese espacio.
Los líderes conservadores más euroescépticos incendian el debate británico con nuevas convocatorias a la insubordinación contra lo que denominan, un “pacto de vasallaje”. Hasta cuatro miembros de su Gobierno dimiten, entre ellos Raab. May resiste y traslada la presión a los diputados, que con su negativa este martes a aprobar el acuerdo de salida de la UE por una rotunda mayoría alientan el fantasma de una salida sin acuerdo, un segundo referéndum, un adelanto electoral o la posibilidad de que la UE prorrogue el periodo de negociación.
"Las amenazas ya no vienen de dentro del continente, sino de fuera de él", dijo Cameron en aquel lejano discurso de 2013 donde fio su destino al referéndum. Entonces ignoraba que ese día estaba transformando su mandato en algo parecido a un cementerio al que faltan por colocarle las tumbas y todavía parece un prado. Desconocía también que estaba gestando precisamente aquello que decía estar tratando de evitar: una amenaza en las entrañas de Europa que ha impactado de lleno en los mercados, ha provocado la huida de empresas, y cuyo balance de daños final, a día de hoy, sigue por determinar.
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