May logra que su Gobierno apoye el principio de acuerdo con Bruselas sobre el Brexit
La primera ministra presenta su borrador como el único posible y el mejor “para defender el interés nacional”
Theresa May encerró este miércoles a todos sus ministros y tiró la llave. Hacía frente al momento más delicado de sus dos años como primera ministra. El único modo de salvar el acuerdo del Brexit alcanzado con la UE después de agónicos meses de negociación era lograr el respaldo de su Gobierno, al que tuvo encerrado durante más de cinco horas. Y lo obtuvo. El bando euroescéptico, mientras, hablaba de “traición” y llamaba a los ministros a rebelarse. Con muestras de cansancio, May compareció a última hora para defender su acuerdo como el único posible y el mejor “para defender el interés nacional”.
“Sé que esta decisión será sometida a un intenso escrutinio”, dijo May ante el solitario micrófono instalado a las puertas de Downing Street. “Pero es la decisión que ayudará a construir un futuro para nuestro país. La alternativa es volver a la casilla de salida y fracasar en la promesa que hicimos hace dos años, después del referéndum”.
May se comprometió a acudir este jueves al Parlamento británico a explicar todos los detalles del acuerdo alcanzado con Bruselas. Aseguró que se trataba de una decisión colectiva ─no unánime─ de su Gobierno y aguantó un día largo, cargado de reproches y amenazas de sus adversarios políticos, sin que ninguno de sus ministros rompiera filas y provocara una crisis que hubiera podido ser irreparable. Todo eso a pesar de que durante todo el miércoles, el bando conservador euroescéptico no dejó de hablar de “traición” y llamó a los ministros a que se rebelaran contra May.
“La confianza en los políticos empieza a ser escasa. Y un fracaso a la hora de lograr el Brexit que se votó borrará la poca que queda. Pero una respuesta robusta puede comenzar a restablecerla (...) Todos los ministros deben responder a una autoridad superior a la de la propia May, y la primera ministra es responsable en última instancia ante el Parlamento", escribía Jacob Rees-Mogg, el líder ultracatólico de los euroescépticos, en las páginas de The Daily Telegraph. Rees-Mogg comenzó de inmediato una campaña de presión dirigida a todos los diputados conservadores. Preparó una carta destinada individualmente para cada parlamentario en la que les recordó las obligaciones financieras con la UE a las que Reino Unido iba a tener que hacer frente y echó mano del argumento más sensible y que más enciende los ánimos entre los euroescépticos: Irlanda del Norte será tratada, según el acuerdo alcanzado, como un territorio diferente del resto del país.
David Davis, el exministro para el Brexit que hoy se postula como candidato en la sombra para suceder a May, habló del “momento de la verdad, de la encrucijada que estábamos esperando”, y también exigió a los miembros del Ejecutivo que hicieran fracasar los planes de la primera ministra.
“Por primera vez en mil años el Parlamento británico va a perder la capacidad de decidir con qué leyes se gobierna el país. Se trata de una situación increíble”, aseguró el exministro de Exteriores y furibundo euroescéptico Boris Johnson.
May reconocía en su intervención que todavía quedan muchos obstáculos por superar. Los términos del acuerdo, imprescindibles para salvar el escollo de Irlanda del Norte, atan a Reino Unido a las instituciones comunitarias por mucho más tiempo, y de un modo más estricto, de lo que reclamaban los euroescépticos, que enseguida comenzaron a circular el rumor de que hoy mismo podrían reunir el número de apoyos suficientes en el Parlamento para presentar una moción de confianza y derribar a May. No parece que eso vaya a suceder finalmente, pero las declaraciones en cascada de actores mucho más relevantes anticipan que el texto va a ser complicado de sacar adelante en la Cámara de los Comunes. “Es un acuerdo pobre, un mal acuerdo, el acuerdo que la propia primera ministra aseguró que no aceptaría. La gente se va a escandalizar con este resultado”, aseguró Sammy Wilson, del DUP, el partido de los unionistas norirlandeses que mantiene a flote la mayoría parlamentaria conservadora. Su principal exigencia era que Irlanda del Norte no tuviera un trato distinto al del resto de Reino Unido y nada indica que vaya a ser así.
El Partido Laborista ha dejado ya bastante claro, sin conocer aún los detalles de un documento que casi alcanza las 500 páginas, que lo considera un mal acuerdo, contrario a los intereses de los trabajadores británicos, y que votará en contra.
El Partido Nacionalista Escocés anticipó también su rechazo. La ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, aseguró que el pacto alcanzado supone “lo peor de ambos mundos” y una mala noticia para la región.
Pero si detrás de las razones de laboristas, nacionalistas escoceses o unionistas norirlandeses había una clara motivación política, contraria o favorable a la drástica salida de Reino Unido de la UE, detrás de las conjuras de los euroescépticos y de las filas conservadoras hay razones más prosaicas que han jugado en favor de May. La alternativa a su derribo, si el acuerdo no hubiera salido adelante en el Consejo de Ministros, era probablemente una interminable lucha interna por el liderazgo y la posibilidad de un adelanto electoral en la que todos se jugaban mucho. Por no hablar de la posibilidad de la celebración de un nuevo referéndum, contemplada cada vez con más realismo por muchos actores políticos, que pondría en serio riesgo, según las encuestas, el sueño alcanzado, aunque sea mal y a medias, por los fervientes enemigos de las instituciones comunitarias.
Partidarios de la celebración de una segunda consulta, para dar de nuevo la palabra a los ciudadanos británicos, se concentraron anoche en las calles de Londres. Partidarios del Brexit acudieron a manifestarse a las puertas de Downing Street.
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