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Trump carece de un plan concreto ante China más allá de la ofensiva arancelaria

Detener la expansión comercial del gigante asiático es un pilar de la agenda del presidente

Donald Trump y el presidente chino, Xi Jinping, retratados en 2017. En vídeo, declaraciones de Pompeo, secretario de Estado de EE UU, y de una analista económico sobre la guerra comercial.Vídeo: NICOLAS ASFOURI (AFP) / REUTERS-QUALITY
Pablo Guimón

Donald Trump llegó a la Casa Blanca a lomos de una agenda nacionalista que sedujo a las bases republicanas. La necesidad de parar los pies a China, que amenazaba el orden comercial mundial con sus malas artes, formaba parte de ese discurso. Nada nuevo: China ha sido uno de los hombres del saco predilectos en las campañas electorales estadounidenses, por lo menos, desde que Reagan lo utilizó como arma arrojadiza contra Carter en 1980. La diferencia es que, antes, la llegada a la Casa Blanca parecía ejercer un efecto neutralizador de las amenazas contra China vertidas en campaña. Pero ahora no. Cuando Trump ganó las elecciones de 2016, la ofensiva comercial contra China se convirtió en parte prioritaria de su agenda, igual que la necesidad de reducir la inmigración. “Estamos en guerra con China,” resumió el propio Steve Bannon en julio pasado, despedido ya de su cargo de consejero especial del presidente, puesto al que fue llamado precisamente para implementar esa agenda nacionalista que él contribuyó a popularizar.

Trump cuenta con el apoyo de los votantes republicanos para tensar la guerra comercial con China. Algo que ciertos analistas no han dudado en relacionar con el hecho de que el presidente decidiera aprobar nuevos aranceles a los productos chinos precisamente ahora, a pocas semanas de unas elecciones legislativas que los republicanos parecen tener cuesta arriba. La mayoría de los votantes republicanos aprueban dichos aranceles, en la misma medida en que aprueban la otra gran medida económica de Trump, la bajada de impuestos. Según un sondeo realizado para The New York Times en septiembre, el 79% de los votantes republicanos están a favor de los aranceles y un 84% apoya la reducción de impuestos.

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“Los aranceles han colocado a Estados Unidos en una posición negociadora muy fuerte, con miles de millones de dólares, y trabajos, fluyendo al país, y sin embargo los aumentos de coste han sido hasta la fecha casi imperceptibles. Los países que no están dispuestos a hacer acuerdos justos con nosotros, ¡serán gravados!”, tuiteó el presidente el pasado lunes, después de anunciar la nueva ronda de aranceles a productos chinos por valor de 200.000 millones de dólares.

Pero Trump tiene al menos dos problemas en esta guerra comercial. El primero, que el apoyo de sus votantes no es replicado por la mayoría de los legisladores de su partido, más partidarios de la clásica combinación republicana de impuestos bajos y comercio libre. El segundo, que Trump no ha logrado forjar una coalición internacional en Occidente para enfrentarse a China en el terreno comercial. Lejos de conseguirlo, se ha dedicado más bien a abrir otros frentes con la Unión Europea, México, Canadá o Japón, territorios sin cuya complicidad cualquier ofensiva contra China inevitablemente pierde vigor.

La escalada de hostilidades ha trascendido en las últimas semanas el ámbito comercial. El pasado 19 de agosto, el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, citó en una entrevista televisiva a China como uno de los cuatro países que interfieren en los procesos políticos estadounidenses. Diez días después, el propio presidente acusó a China, en Twitter y sin pruebas, de hackear los correos electrónicos de Hillary Clinton. A ello se suma la imposición, el pasado viernes, de sanciones a las fuerzas armadas chinas por adquirir armamento de Rusia, aunque Washington insiste en que el objetivo de las medidas es, en realidad, Moscú.

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La Casa Blanca ha identificado los abusos del gigante asiático -sustracción de propiedad intelectual y presión a las compañías para compartir su tecnología si quieren operar en China-, pero los críticos advierten de que, más allá de los aranceles, no se ha diseñado una hoja de ruta para la ofensiva contra China. Hay consenso en la táctica, pero no existe una estrategia.

De momento se impone la línea dura, representada por Peter Navarro, economista, director de Comercio y Política Industrial en la Casa Blanca y autor de libros como Muerte por China. Su departamento publicó en julio un informe titulado Cómo la agresión económica de China amenaza las tecnologías y la propiedad intelectual de Estados Unidos y el mundo, que concluye: “Dados el tamaño de la economía china, el demostrable alcance de sus políticas de distorsión de mercados y su declarada intención de dominar las industrias del futuro, los actos, políticas y prácticas de agresión económica de China que ahora apuntan a las tecnologías y a la propiedad intelectual del mundo amenazan no solo a la economía de Estados Unidos sino el sistema de innovación global en su conjunto”.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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