El vicepresidente xenófobo Salvini visita la zona cero de los desembarcos de migrantes
El también ministro del Interior italiano y líder de la Liga inicia su mandato con un viaje a Sicilia
Matteo Salvini, vicepresidente y nuevo ministro del Interior italiano, ha prometido convertir la lucha contra la inmigración en el eje de su mandato. Una realidad difusa en la que cuenta mucho la puesta en escena. El domingo, en su primer acto oficial fuera de Roma, se fue hasta Pozzallo, en Sicilia, para fotografiarse en la zona cero de los desembarcos en Italia. Entró en el centro de acogida e identificación, uno de los más transitados del país, paseó sin hablar con ningún migrante y anunció que Italia se opondrá a la reforma del reglamento de Dublín y que se recortarán fondos para la migración. Este domingo murieron en el mar más de 50 migrantes.
Salvini sigue en campaña electoral. El primer día, nada más asumir el cargo, invitó a la prensa a su despacho para demostrar su entrega al trabajo. Este domingo, el líder de la xenófoba Liga, una de las dos cabezas del autoproclamado Gobierno del cambio, cogió un avión y se fue directo a la zona cero de la crisis migratoria de Italia en los últimos años.
En Pozzallo, al sur de Sicilia, atracan gran parte de los barcos que rescatan a migrantes en alta mar. Él llama taxistas a esas ONG que se juegan la vida a diario. “Vicetraficantes”, los bautizó siendo ya el titular de la cartera de Interior. Y en una de las esquinas de la isla, se encuentra uno de los dos centros de acogida con mayor volumen de identificaciones, donde el sábado por la noche la nave Aquarius, de las ONG SOS Mediterranée y Médicos Sin Fronteras, desembarcó a 158 personas que el domingo esperaban noticias sobre su futuro. "Se acabó la buena vida", les comunicó a todos ellos el día anterior Salvini.
La expectación era máxima. “Han puesto a la zorra a cuidar de las gallinas”, protestaba Ilaria, una vecina de Pozzallo, a las puertas del centro, en referencia a las inclinaciones xenófobas del nuevo ministro. Salvini, que ha lanzado estos días una petición a los italianos para que consuman productos patrios, llegó a Pozzallo en un coche alemán (un BMW). No había rastro de inmigrantes en la calle. “Normalmente no es así”, explicaba Pietro, dueño de un restaurante en la playa. Le esperaban el gobernador, Nello Musumeci, y la plana mayor de las fuerzas del orden. Él dio una vuelta por las instalaciones durante una hora —no dejó entrar a la prensa— y evitó cruzar palabra con ninguno de los residentes. “Solo hablan francés”, justificó a este periódico. Pocas horas antes habían muerto al menos más de 50 migrantes en dos naufragios frente a las costas de Túnez y de Turquía.
“Una invasión”
Salvini anunció a la salida que Italia se opondrá a la reforma del reglamento de Dublín. Una posición que no podrá defender el martes en la reunión del Consejo Europeo porque estará en la investidura de su Gobierno en el Parlamento. La reforma, señaló, condenaría a los países del Mediterráneo a soportar mucho más peso de lo que les corresponde. ¿La solidaridad expresada por la canciller Angela Merkel el mismo día? “Esperemos que pasen de las palabras a los hechos. Aquí no hay casa ni trabajo para los italianos, calculen para media África. Sicilia no puede ser el campo de refugiados de Europa”. A su lado, el alcalde de la localidad, Roberto Ammatuna, aseguraba que nunca han tenido ningún problema con los inmigrantes.
Salvini repite que Italia vive una invasión. Pero los desembarcos —unos 630.000 en los últimos cuatro años— han disminuido en 2018 un 70% (13.521 en lo que va de 2018). El plan de su predecesor, Marco Minniti, que consistió en conceder recursos económicos y logísticos al dividido Gobierno de Libia para frenar las salidas, funcionó. Al menos desde el punto de vista italiano. Y Salvini siempre admitió la efectividad de aquella estrategia. Pero el nuevo vicepresidente no ha adaptado esta vez su discurso a las circunstancias. De hecho, solo empezar a trabajar anunció un “bonito recorte a los 5.000 millones que Italia destina a la acogida”.
En realidad son menos. Y será complicado recortarlos, porque en gran medida son fondos europeos. En todo caso, podría rechazarlos. “Los ilegales deben hacer las maletas, con calma, pero se irán. Los Estados deben volver a ejercer como tales y los vicetraficantes no atracarán en ningún puerto italiano”, remató el sábado. El acuerdo de Gobierno entre el Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la Liga señala a 500.000 personas como objeto de expulsión. Pero nadie conoce la cifra real. Los acuerdos de repatriación solo existen con Nigeria, Túnez, Marruecos y Egipto, un porcentaje minoritario de los que Salvini querría expulsar. Su predecesor entendió que la única manera de hacerlo era pagando a los países de origen. Su compañero de partido y exministro del Interior, Roberto Maroni, le aconsejó el domingo que rebajase el tono de sus proclamas.
Pero la campaña electoral es ya un estado de ánimo. Y en la puerta del centro, decenas de manifestantes jaleaban a Salvini y le pedían que cumpliese con su palabra de mandarlos a todos a casa. Apenas cinco personas, parapetadas detrás de un parasol de automóvil donde había escrito bienvenidos refugiados, protestaban por su presencia golpeando una cacerola. Casi acaban a empujones con el resto. Salvo, un vecino de Pozzallo, asentía con la cabeza y gritaba su nombre. “Matteo tiene razón, esta gente viene a Italia y trae enfermedades. No hay ningún control”. Al otro lado de la verja del centro, Salvini agradeció con selfis y palmadas el entusiasmo.
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