Los vicepresidentes gobiernan Italia
El principal elemento del primer Ejecutivo de Europa 'antiestablishment' es una bicefalia que se repartirá el poder y auditará al primer ministro más débil de la historia del país
Italia estrenó el viernes una nueva era. El autoproclamado Gobierno del cambio, el primer Ejecutivo de Europa formado por dos partidos antiestablishment —el populista Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la ultraderechista y xenófoba Liga—, nace con una esperanza de vida incierta e inaugura lo que sus protagonistas han bautizado como la Tercera República. Pero su elemento principal, una bicefalia que se repartirá el poder y auditará al primer ministro más débil de la historia de Italia, recuerda a determinadas fases de la que podría considerarse como la Primera.
Giuseppe Conte, un desconocido profesor de Derecho Privado con un currículum notablemente hinchado, gobernará el país. Pero sus vicepresidentes, Luigi Di Maio y Matteo Salvini, que también se han reservado las carteras de Trabajo y Desarrollo Económico e Interior, respectivamente, controlarán cómo debe hacerlo. Ambos se han repartido los puestos estratégicos del Ejecutivo, incluido el de un poderoso jefe de Gabinete de la Liga que atará en corto al primer ministro y equilibrará la distribución de poder.
La nueva Italia será bicéfala y asimétrica. Llegan al Palacio Chigi dos maneras aparentemente opuestas de entender la política y las necesidades de los ciudadanos: uno asistencialista y basado en la democracia directa a través de Internet; el otro soberanista, ultraderechista y con una clara inspiración lepenista. Pero también desde la brecha entre el norte y el sur del país.
El M5S ha arrasado en la parte meridional de Italia, donde en algunos municipios obtuvo más del 65% de los votos. Di Maio, crecido en una de las zonas más castigadas de la región de Campania, ha creado un Ministerio del Sur y deberá responder a las promesas realizadas, especialmente a la instauración de una renta de ciudadanía de 780 euros para los desempleados. La Liga, despojada ya de la palabra “norte” de su nombre, representa todavía un electorado septentrional —la mayoría de sus votos proceden de esa zona—, que no está dispuesto a pagar con sus impuestos ningún subsidio para el sur. Más allá de la lucha por el liderazgo, Di Maio y Salvini representarán dos Italias distintas.
Di Maio, un agitador en el palacio
Luigi Di Maio (Avellino, 1986) perdió los nervios la noche del pasado domingo. Tras 83 largos días de negociaciones, el líder del Movimiento 5 Estrellas (M5S)descubrió delante de toda Italia que le habían tomado el pelo. Once millones de votos se iban por el desagüe y Matteo Salvini, su socio en el acuerdo, que acababa de completar una jugada de libro para hacerlo saltar todo por los aires, se colocaba en la polede una repetición electoral. Giggino, como le conocen sus amigos, agarró su móvil y comenzó una retransmisión en la que llamó a su militancia a salir a la calle y rebelarse contra el presidente en la “noche más oscura de la República”. Cuando apagó la cámara y recobró el aliento, pudo escuchar un crujido seco. Su autoridad en el partido acababa de resquebrajarse. Especialmente en una parte de la bancada parlamentaria. Leer más.
Salvini, galopar en el caos
La carrera política de Matteo Salvini (Milán, 1973) floreció en las heridas de Italia. Donde la mayoría vería problemas, él solo encuentra oportunidades. Primero explotó la brecha económica y social entre norte y sur, “Roma ladrona” o “Nápoles mierda, Nápoles cólera”, cantaba. Luego incendió la peor crisis migratoria en Italia desde la Segunda Guerra Mundial con 600.000 desembarcos en cuatro años. Finalmente, en medio de la tormenta institucional más grave de la República, el líder lombardo, un día comunista, otro independentista padano y hoy garante de una amalgama de lepenismo mediterráneo, se erigió en la única solución: era Salvini o el caos. Leer más.
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