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La doble sombra de la falsa muerte de Arkadi Bábchenko

Ucrania acusa a Rusia, pero aún no ha dado respuesta a muchos de los interrogantes que planean sobre el fraudulento asesinato del reportero ruso

El reportero Arkadi Bábchenko este jueves en Kiev.Foto: atlas | Vídeo: VALENTYN OGIRENKO (REUTERS) | ATLAS
Pilar Bonet

La falsa muerte de Arkadi Bábchenko, escenificada con la supuesta intención de salvarlo de un atentado fatal, puede contribuir a deteriorar la imagen de Ucrania, si los servicios policiales y de seguridad de ese país no logran probar de manera convincente que actuaron para prevenir un mal y no lo hicieron en el marco de la guerra informativa con Rusia.

Muchos son los interrogantes a los que Kiev no han dado respuesta hasta ahora. A tenor de las aseveraciones oficiales, el dedo acusador puede ir en una u otra dirección, según la intencionalidad que se le de (o se le quiera dar) a la narrativa del jefe del Servicio de Seguridad (SBU), Vasili Gritsak, y otros representantes estatales.

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Gritsak reveló el 30 de mayo la “resurrección” del periodista, de cuya “muerte” había informado la víspera el ministerio del Interior. Al tercer día, jueves 31, la fiscalía y un juzgado de barrio de Kiev revelaron el nombre del sospechoso de organizar el supuesto crimen. Se trata del empresario ucraniano Boris German, que es suministrador de mirillas y aparatos ópticos para el Ejército de Ucrania y que en el pasado fue voluntario en la lucha contra los secesionistas del Este del país.

Para el jefe del Servicio de Seguridad ucranio, “el Ciudadano G” (Boris German) habría recibido el encargo de los servicios de seguridad rusos de contratar un asesino de pago para matar al periodista y para ello le habían sido suministrados 30.000 dólares, de los cuales había entregado ya 15.000 a un conocido que había sido soldado en la operación “antiterrorista” (hoy operación militar) contra los separatistas del Este.

Según Gritsak, el perpetrador del crimen planeaba también otros asesinatos en países de la Unión Europea. “Los investigadores del SBU han averiguado que la preparación de un acto terrorista contra Bábchenko es solo un elemento de una operación de los servicios especiales rusos, cuyo fin es aniquilar a los ciudadanos de la Federación Rusa que por sus convicciones políticas se vieron obligados a abandonar el territorio de Rusia y viven en Ucrania y en otros estados de la Unión Europea”, había dicho Gritsak, que defendió que tan solo en el territorio de Ucrania se planeaba matar a 30 rusos de la oposición.

Gritsak no dijo si las personas supuestamente amenazadas fueron informadas por los servicios ucranianos del peligro que corrían ni tampoco reveló si había informado a sus colegas de otros servicios secretos extranjeros. Dijo también que el “Ciudadano G”, además de planear el asesinato, había comprado 300 fusiles y centenares de kilos de explosivos. De los servicios rusos habría recibido información personal y profesional sobre Bábchenko además de fotos. El presidente Petró Poroshenko, que recibió a Bábchenko y le ofreció protección, dijo haber estado al corriente de la operación preventiva, que habría durado cerca de dos meses.

“No confundan a los periodistas, si dicen que hay una lista con 30 nombres, o enseñen la lista o cállense”, afirmaba Aider Muzhdabáev, subdirector del canal de televisión ATR, donde Bábchenko trabaja. “Una cosa es investigar y otra presentar los hechos”, señalaba el periodista, criticando al SFS por no presentar las “pruebas”. En el panorama periodístico postsoviético no se había dado hasta ahora un caso como este: con indignación e incluso con lágrimas, el colectivo profesional lamentó el asesinato de un colega y menos de un día más tarde una gran parte de ese ellos se irritaron con el periodista, partícipe de una farsa.

Según cómo se vea el origen de la puesta en escena, las valoraciones difieren. Bábchenko puede haberse enfrentado a una verdadera amenaza para su vida o haber sido instrumentalizado en un juego de servicios de seguridad. La duda pesa sobre todos, sobre Bábchenko y sobre los servicios de seguridad, que, en el supuesto de haberse lucido de verdad en este caso, pueden verse en la situación de que su mérito no les sea reconocido sólo porque la reputación de Ucrania deja mucho que desear (un cliché que Rusia se afana en arraigar) o por sus propias deficiencias de presentación.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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