La Europa más hostil al periodismo libre
El asesinato del reportero eslovaco Jan Kuciak ha marcado el último y trágico capítulo en el progresivo declive de la libertad de prensa en el Este del continente
Las estancias del periodista búlgaro Dimitar Stoyanov en su país son cada vez más cortas. Regresa una semana, dos a lo sumo, cada muchos meses. Solo el tiempo necesario para recabar información y contactar con fuentes. El resto de su vida discurre a más de 1.000 kilómetros de casa, en la ciudad alemana de Leipzig. Allí este reportero ha encontrado un refugio que le permite ejercer con libertad su profesión, lejos de las amenazas que intentan coartar nuevos hallazgos sobre corrupción.
En el último índice internacional sobre libertad de prensa, Bulgaria registra la peor marca de todos los socios comunitarios y se sitúa en el puesto 111, por detrás de Brasil, Líbano o Ucrania. En 2006 ocupaba el puesto 36, por lo que está en plena caída libre junto a Hungría, Eslovaquia o República Checa, que en la clasificación de este año se desploma 11 posiciones respecto a 2017. También Hungría y Polonía han retrocedido. La libertad de prensa muestra un preocupante declive en Europa del Este.
“Sé que estoy en el punto de mira. Estar allí es peligroso para mí”, explica Stoyanov en un inglés directo, parco en detalles. Desde que empezó a trabajar para Bivol, un portal que desenmascara las actividades de organizaciones criminales y las connivencias entre empresarios y políticos búlgaros, todo cambió. Las visitas de matones, un asalto a su vivienda y las intimidaciones a su expareja le obligaron a buscar una salida que encontró en un programa del European Centre for Press and Media Freedom (ECPMF). Esta institución le provee un hogar, un sueldo mensual de 1.000 euros y, sobre todo, un oasis de tranquilidad durante unos meses. “Aquí estoy feliz. Puedo seguir investigando”, dice Stoyanov, que sin embargo no quiere correr la misma suerte que su colega eslovaco Jan Kuciak, asesinado el pasado febrero mientras escribía sobre los vínculos entre políticos y la mafia italiana en Eslovaquia, en el último y trágico capítulo del progresivo deterioro que sufre la libertad de prensa en Europa del Este.
“Once años después de acceder a la UE, los periodistas búlgaros ven la situación con muy poca esperanza o con ninguna”, opina Ivan Radev, miembro de la Asociación de Periodistas Europeos búlgara (AEJ-Bulgaria). Radev asegura que los casos de violencia contra profesionales de la prensa son excepcionales en su tierra, pero no esconde que “las confabulaciones entre los medios, los políticos y los oligarcas están muy extendidas”.
“Cada vez es más y más duro ser reportero. Los políticos atacan sistemáticamente nuestra credibilidad. Ellos no entienden la libertad de los medios como parte básica de una democracia”, comenta el periodista Jaroslav Kmenta, autor de Boss Babiš, un libro sobre el multimillonario y actual primer ministro checo Adrej Babiš, donde explora las prácticas “propias de un padrino de la mafia” con las que el político ha amasado poder y dinero beneficiándose, según cuenta, de favores de la administración entre 1996 y 2003. Kmenta, que en abril denunció públicamente el hoistigamiento de la policía para que revelara sus fuentes, cree que la pluralidad y la independencia de los medios están seriamente amezadas en República Checa, donde el presidente actual, Milos Zeman, apareció en 2017 con un Kalashnikov de juguete con una inscripción que rezaba: “Para los periodistas”. “Después de 1989 vivimos unos años dulces de absoluta libertad. Pero a partir de 2012, millonarios locales empezaron a comprar medios de comunicación. Ellos no necesitan la libertad, pero sí influencia”.
Periodistas como Kmenta, que escribe en la revista Reportér, o Stoyanov, han abandonado su trabajo en grandes publicaciones. “Como yo, muchos nos dedicamos a proyectos pequeños. No tenemos tanta influencia como antes, pero tratamos de mantener vivo el pensamiento libre”, explica el reportero checo. El avance de las llamadas ‘democracias iliberales’ pone en jaque el rol de la prensa crítica, como se demostró en Hungría con el cierre del longevo periódico Magyar Nemzet tras la reelección de Viktor Orbán en abril para encadenar su tercer mandato consecutivo.
En Bulgaria escasean los medios independientes. "Solo hay cinco o seis. Son pocos, pero nuestro trabajo es efectivo”, dice Stoyanov, que no ve factible a corto plazo un avance en la libertad de prensa en su país. Como él, Christian Schult, coordinador del proyecto que sostiene al periodista búlgaro en el extranjero, piensa que Europa ha entrado en una era de debilitamiento de la libre expresión en los medios de comunicación y lanza un aviso que resuena más allá de los territorios orientales del continente: “Todos debemos estar alerta. El retroceso en la libertad de prensa también peligra en democracias consolidadas como Suecia, Francia, Alemania o España”.
EL PAÍS se une con este artículo a la celebración de la conferencia del Día Mundial de la Libertad de Prensa de la UNESCO.
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