¿Merece la Unesco otra oportunidad?
El organismo fundado tras la II Guerra Mundial para promover la paz a través de la cultura se enfrenta a una crisis económica, por la retirada de fondos, y de credibilidad en un mundo cada vez más polarizado
Tras la elección el mes pasado de la francesa Audrey Azoulay como nueva directora general de la Organización para la Educación, la Cultura y la Ciencia de Naciones Unidas, la Unesco, se oyó un suspiro de alivio en la sede parisiense del organismo fundado en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial con el revolucionario objetivo de “construir la paz en la mente de los hombres y las mujeres”. Sobre su máximo rival, el alto diplomático catarí Hamad bin Abdulaziz al Kawari, pesaban acusaciones de antisemitismo, uno de los males que han ido haciendo de la Unesco un organismo cada vez más desacreditado.
Apenas 24 horas antes de la selección de la exministra de Cultura francesa, Estados Unidos cumplía finalmente su amenaza y se retiraba del organismo por segunda vez en su historia. Washington ha denunciado un sesgo antiisraelí en la organización, que en 2011 reconoció a Palestina como Estado miembro, en 2013 firmó un acuerdo de colaboración con la Universidad Islámica de Gaza, acusada de tener vínculos con Hamás, y que este año incluyó la Ciudad Vieja de Hebrón en la Lista de Patrimonio en Peligro. Israel no tardó en seguir los pasos de Estados Unidos.
Japón, uno de los países que han invertido fuertemente en la Unesco para reforzar su imagen internacional, congeló en 2016 sus aportaciones. Un año antes, la matanza perpetrada por el Ejército japonés en la ciudad china de Nankín en 1937 quedó inscrita en el programa Memoria del Mundo (donde también se incluyeron los manuscritos del Che Guevara).
La crisis política y económica —Estados Unidos es el primer contribuyente, aportaba una cuarta parte del presupuesto, Japón el segundo— en que lleva sumida la Unesco desde hace años se profundiza. ¿Podrá Azoulay sacarla de ella y devolverle prominencia a una organización que sigue reivindicando, en palabras de su nueva jefa, que la educación y la cultura “son el mejor antídoto contra las ideologías letales” que se extienden por todo un mundo muy polarizado?
“El ideal sigue siendo válido, son principios aún necesarios. El problema es cómo aplicarlos”, reflexiona Lola Poggi, antigua alta funcionaria de la Unesco. Algunos de sus colegas aseguran que la crisis que atraviesa la organización es el resultado de una progresiva toma de poder de los Estados —y por tanto sus intereses— en un organismo que se diferenciaba de otras instituciones multilaterales por la libertad intelectual y de acción de sus integrantes.
Sin embargo, el uso político de la Unesco había quedado ya patente durante la Guerra Fría. A mediados de los años 80, Estados Unidos y Reino Unido, uno de sus fundadores, abandonaron la organización escandalizados por la “dañina politización” y el despilfarro de sus recursos. El descontento se extendió a varios países europeos, sobre todo Dinamarca y Holanda. Al frente de la institución estaba, desde los años setenta, el senegalés Amadou-Mahtar M’Bow, acusado de seguir el dictado de la órbita soviética. Una de las grandes controversias fue el apoyo de la Unesco al Nuevo Orden Mundial de la Información, iniciativa de los Países No Alineados que pretendía “redistribuir los flujos de información entre países ricos y subdesarrollados”, y que para sus críticos camuflaba la pretensión de institucionalizar la censura y el control de la prensa por parte de los Estados.
En los años 90, con el fin de la Guerra Fría y el hundimiento de la URSS, se dio un nuevo giro. Japón propuso una enmienda para “mejorar la eficiencia del trabajo del Consejo Ejecutivo”, el organismo compuesto por 58 miembros que actúa como consejo de administración de la Unesco. La idea era que, en lugar de estar compuesto por intelectuales, artistas o científicos como hasta entonces, pasara a estar integrado por funcionarios y diplomáticos de carrera.
Esta enmienda fue presentada durante el mandato del español Federico Mayor Zaragoza, que hasta la llegada de Azoulay fue el último director general no procedente del mundo de la diplomacia (aunque sí de la política). “Ese fue el momento en que la Unesco cambió, hubo un empobrecimiento intelectual. Se rompió la idea de una Unesco como un think tank intelectual y donde regía el principio de solidaridad”, sostiene Georges Dupont, que como Poggi trabajó durante décadas en la Unesco. Ambos siguen vinculados a la organización a través del Consejo Internacional del Cine, la Televisión y la Comunicación Audiovisual (CICT).
Desde que se cambió el mecanismo de selección de este organismo, “en vez de individuos, se elige a países”, advertía ya en el año 2000 en un artículo el exministro de Cultura neozelandés y hasta entonces embajador ante la Unesco Russell Marshall. “Una de las consecuencias es que, por primera vez, la decisión de quién sería director general fue tomada realmente en las capitales”. Así sucedió con el japonés Koichiro Matsuura (1999-2009) y la búlgara Irina Bokova, que acaba de terminar su mandato. Los dos últimos jefes de la Unesco hasta Azoulay —cuya candidatura también contaba con el apoyo del Gobierno francés— eran diplomáticos de carrera.
No han sido años vacíos. Los de Matsuura, apuntan desde la Unesco, fueron tiempos de “consolidación de una arquitectura de convenciones” que estructuran la labor de la Unesco. Y Bokova “se dedicó a implementarlas y hacerlas realidad”.
Aunque en general prevaleció, admiten, una política de “compromisos mínimos”. Porque con Matsuura, agrega otro alto funcionario que pide no revelar su nombre para hablar con más libertad, se pasa de una Unesco que, bajo el mandato de Mayor Zaragoza, “no estaba amarrada a ningún continente ni a ningún bloque” a una institución “más de debate y dominio políticos, donde los grupos ideológicos-geográficos se empiezan a marcar más”.
Una situación que se agrava, afirma, con la filosofía implantada por Bokova de llevarse bien con todo el mundo dejando que cada uno hiciera lo que quisiera. “Ella decía que esto es un organismo de Estados, así que dejen que los Estados decidan”. Y se tomaron decisiones, como los temas palestinos, que, aunque no eran necesariamente equivocadas, podrían haberse gestionado y sobre todo negociado de otra manera, considera. Al dejar actuar como quisieran a los países, Bokova “neutralizó su mandato, porque una secretaría tiene que poder llamarle la atención a un Estado. Mató el espíritu de la Unesco”.
¿Podrá Audrey Azoulay recomponer ese espíritu y dotar de credibilidad a la Unesco? Hay quienes depositan muchas esperanzas en la capacidad de reconstruir los puentes rotos de esta mujer que, en sí misma, encarna la diversidad que promueve la Unesco: es mujer, francesa y marroquí, judía, progresista, joven, viene del mundo del cine aunque se formó en la ENA, la escuela de las élites políticas francesas. Fue ministra de Cultura en el Gobierno de Manuel Valls.
Pero mucho dependerá, subraya el alto funcionario, de su “audacia” y capacidad de hacer frente a las presiones de los Gobiernos. “Si no reivindica el mandato fuerte de la institución será rehén de los intereses de los Estados”.
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