Trump interviene para frenar el primer encontronazo entre Elon Musk y Marco Rubio
El multimillonario y el secretario de Estado se enzarzaron en una bronca en la Casa Blanca que el presidente trató de resolver de forma salomónica


Entre las numerosas apuestas que corren por los círculos del poder en Washington sobre quién podría ser la primera baja de la Administración de Donald Trump, muchos nombraban hasta hace unos días a Elon Musk. Argumentaban que el tamaño de su ego ocupa tanto espacio como el del presidente, y que lo lógico sería que en algún momento chocaran. Una agitada reunión celebrada el jueves de esta semana en la Casa Blanca ratificó a algunos analistas en esta tesis, aunque otros consideran que su desenlace pone sobre la mesa el nombre de otra posible víctima: Marco Rubio, secretario de Estado. Musk, el hombre más rico del mundo y responsable a su vez del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, la maquinaria de recortes de la nueva Administración), atacó duramente a Rubio en ese encuentro por no haber despedido todavía a nadie de su ministerio, y arremetió igualmente contra otros miembros del Ejecutivo. Finalmente, Trump zanjó la disputa con un salomónico “todos tienen que trabajar juntos”.
La primera anomalía de la presencia de Musk en el Gobierno de Trump es que teóricamente no pertenece al Gobierno, pero hace y deshace, no solo como si fuera uno de sus miembros sino por encima del resto. En la reunión del jueves, tras echar en cara a Rubio su inacción para recortar gastos, también discutió con otros dos ministros, mientras los restantes, alguno de los cuales se ha quejado a Trump en privado, guardaban silencio para evitar ser humillados por el empresario, según han relatado diversas fuentes a medios estadounidenses como The New York Times.
Rubio se mostró molesto por el desmantelamiento de USAID, la agencia estadounidense para el desarrollo, que durante décadas ha sido la punta de lanza de intereses geoestratégicos de la superpotencia en buena parte del mundo. El titular de Exteriores de Trump se permitió ironizar sobre las medidas efectistas de Elon Musk: despidos masivos de empleados federales que a veces, frenados por la justicia, quedan en nada, como pólvora en salvas. Trump, callado durante casi toda la reunión, acabó interviniendo para defender “el gran trabajo” de Rubio. Pero añadió, con un tono salomónico: “Todos tienen que trabajar juntos”.
Algunos analistas interpretan esa frase de Trump como un punto de inflexión para delimitar las competencias del dueño de Tesla y SpaceX, que ya se ha ganado la animadversión de algunos legisladores republicanos, y de muchos demócratas, desde que el pasado diciembre tumbó, a golpe de mensajes en la red social X, el plan bipartidista para evitar el llamado cierre del Gobierno. Otros, sin embargo, consideran que el que peor parado sale es Marco Rubio.
De la tensa reunión se infiere, en todo caso, un intento de remediar el aparente desgobierno en Washington. Consciente de las crecientes quejas a su mano derecha, Trump defendió la labor de los secretarios (ministros) y aseguró que el equipo del DOGE —una maquinaria de recortes simbolizada en la motosierra que, a imitación del argentino Javier Milei, Musk enarbola entre bromas y veras— se limitaría a asesorar en sus decisiones a los titulares de los departamentos.
Pero los analistas discrepan en la interpretación de ese mensaje de Trump: un pequeño revés para Musk o quién sabe si una sibilina manera de poner en primera línea de fuego a los ministros y preservar al magnate. Un post del presidente en su red social, Truth Social, tras la reunión, compartido luego por Musk, parece abundar en la primera opción, al asegurar que la próxima fase de su plan para reducir la plantilla de empleados federales se llevará a cabo con “bisturí” y no con “hacha”, la que blande a todas horas el empresario. Según fuentes citadas por el semanario Politico, Musk reconoció que el DOGE había cometido algunos errores.
Pese a la supuesta limitación de su papel, Musk goza de dos bazas esenciales que le sitúan por encima del Gabinete: el hecho de ser el mayor donante de la campaña de Trump —esta misma semana emitió anuncios por valor de un millón de dólares que decían “Gracias, presidente Trump”— y la actividad de su red social, X, convertida en la práctica en una especie de boletín oficial del Estado: basta un post suyo para determinar el futuro, o el final, de alguien.
En la famosa reunión en la Casa Blanca, Musk no solo chocó con Rubio: también con el secretario de Transporte, Sean Duffy, sobre los sistemas de control aéreo, que el magnate y el presidente consideran rehenes de las cuotas DEI (diversidad, equidad e inclusión, una de las bestias negras del trumpismo). Duffy lamentó que la suerte de miles de controladores aéreos estuviera en manos del bisoño equipo de Musk, un grupo de jovencitos dispuesto a trabajar 36 horas al día y dormir en la oficina, como su jefe. El rifirrafe entre Duffy y Musk fue aún más crispado si cabe que el mantenido con Rubio.
Al memorial de agravios contra Musk se suman sus diferencias con el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y con Doug Collins, titular del importante Departamento de Veteranos, un granero de votos para el republicano. Trump dio la razón a Collins cuando este pidió tino a la hora de ejecutar los recortes.
Sin embargo, según la secretaria de prensa de la Casa Blanca, la reunión del jueves fue “una gran y productiva reunión” entre los miembros del equipo gubernamental. “Todos están trabajando como un solo equipo para ayudar al presidente Trump a cumplir su promesa de hacer que nuestro Gobierno sea más eficiente”, dijo Karoline Leavitt a The New York Times. En comunicados similares, los titulares de los Departamentos implicados en la bronca cerraron filas con Trump y elogiaron de pasada la labor de Musk. El hombre más rico del mundo, que en X calificó la reunión de “muy productiva”, pareció el menos entusiasmado de todos.
Según testimonios recogidos por el Times, Musk se defendió enérgicamente de las críticas jactándose de su trayectoria como empresario y de sus dotes e instinto para contratar a los mejores, que supuestamente le facultarían para, por ejemplo, reunirse en pie de igualdad, como si fuera un estadista, con el primer ministro indio, Narendra Modi, como demostró su encuentro del pasado 13 de febrero.
El tiempo dirá si la sentencia salomónica de Trump ha puesto fin al conato de rebelión de su Gabinete o, al contrario, es solo un cierre en falso de la crisis. En una de sus habituales disonancias, el presidente calificó a Musk de “jefe” del DOGE —así lo hizo en el discurso del estado de la Unión el pasado martes— después de que la Casa Blanca afirmara que no tenía autoridad para tomar decisiones políticas unilateralmente.
Los jueces tendrán que decidir qué pinta exactamente Musk en la Administración. La semana pasada, un juez federal ordenó el testimonio jurado de algunos funcionarios y personal de DOGE, mientras dos demandas presentadas en Washington y Maryland alegan que ejerce un grado de poder inconstitucional para un cargo del Gobierno que no ha sido confirmado por el Senado. Mientras, la ira de una parte de la ciudadanía contra el magnate —en redes sociales proliferan los post de gente deshaciéndose de sus vehículos Tesla— prende fuego, literalmente, a concesionarios de la marca, estaciones de carga y coches, como una metáfora inflamada del poder a la que el aprendiz de demiurgo no deja de arrojar petróleo.
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