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Irak se asoma al optimismo

Concluida la lucha contra el ISIS, la población espera que empiece la reconstrucción del país

Ángeles Espinosa
Tres iraquíes junto a un restaurante callejero de Bagdad.
Tres iraquíes junto a un restaurante callejero de Bagdad.KHALID AL-MOUSILY (REUTERS)

La derrota del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) en Mosul y la recuperación de Kirkuk del control kurdo han supuesto una inyección de moral para el maltrecho orgullo de Irak. El éxito político y militar se ha visto reflejado también en una mejora de las relaciones con sus vecinos, más allá del Irán chií. Casi 15 años después del derribo de Sadam Husein, los iraquíes quieren dejar atrás el sectarismo y esperan que, por fin, el Gobierno se centre en reconstruir el país y dotarlo de las infraestructuras que precisa. Las necesidades son enormes; las dificultades, también.

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Irak intenta mejorar su imagen. Resulta complicado porque el país arrastra mala fama. Tras años de atentados, violencia sectaria y secuestros, pocos extranjeros se arriesgan no ya a visitar el país, sino siquiera a invertir. De momento, en Bagdad, ya resulta posible coger un taxi desde el aeropuerto, las aceras se han llenado de terrazas y, a pesar de las tensiones en el norte, los ataques terroristas se han reducido considerablemente. De los 65.000 incidentes que hubo entre 2005 y 2016, se ha pasado a 426 en lo que va de año, cuenta el abogado Jasim al Fawadi, que elabora sus propias estadísticas y asesora en seguridad al Parlamento iraquí.

“Aquí no va a venir la comunidad internacional con ayuda a la reconstrucción, tiene que ser el sector privado y los vecinos con petróleo”, apunta un diplomático occidental. Por eso la importancia de que a la actual Feria Internacional de Bagdad hayan acudido además de Irán, EE UU, Japón, Turquía y otros países europeos (entre ellos España), Arabia Saudí, que llevaba 25 años ausente de Irak y había ignorado el cambio de régimen que desató la intervención estadounidense en 2003. “Nuestra presencia es una apuesta por la normalización”, coinciden varios participantes.

Al ritmo del generador

El continuo sonido de los generadores recuerda que algo tan básico como la electricidad no está asegurado. La red estatal apenas proporciona ocho horas diarias. El 90 % de los hogares completa sus necesidades de energía enganchándose a un generador privado de los que han proliferado en todos los barrios, convirtiéndose en un negocio opaco al que muchos atribuyen que no se haya solucionado el problema.

“Cobran 15.000 dinares [unos 11 euros] por amperio. Nosotros contratamos cinco, lo que nos permite tener conectados un par de ventiladores y las luces, pero no el frigorífico”, cuenta Ammar, un mecánico de Ciudad Sadr. Recientemente se han dado concesiones a empresas privadas para que proporcionen electricidad 24 horas al día. El sistema no ha llegado a su barrio. “De todas formas, no podría permitírmelo”, lamenta resignado. La situación es especialmente grave en verano debido a las altas temperaturas.

También el deseo de entrar en un mercado de 38,5 millones de habitantes, que importa el 85% de la comida y los consumibles, y produce 4,5 millones de barriles de petróleo al día. Una vez concluida la guerra contra el ISIS, los iraquíes esperan que el Gobierno ponga coto a la corrupción rampante y que los ingresos del crudo se dirijan a la reconstrucción. No se trata sólo de Mosul o Faluya, reducidas a escombros por la lucha contra los yihadistas. En todo el país faltan viviendas, la red estatal de electricidad apenas genera 8.000 de los 15.000 megavatios requeridos, y la sanidad y la educación se encuentran en estado ruinoso.

La mirada al futuro se percibe en la media docena de nuevos centros comerciales que constituyen un imán para una población deseosa de signos de normalidad. El recién inaugurado Baghdad Mall, el mayor de todos, en el barrio acomodado de Mansur, es un oasis de calma y aire acondicionado que contrasta con el caos del tráfico, las aceras rotas y los edificios abandonados de los alrededores. Dentro, una vez superado el inevitable control de seguridad, la zona de comida rápida está abarrotada. En una mesa, cuatro estudiantes de derecho, dos chicos y dos chicas, tontean después de clase.

“Es la segunda vez que venimos, es agradable para pasar un rato tranquilos”, comenta una de las mujeres, que quiere especializarse en derecho civil. Sus tres compañeros se inclinan por criminal porque consideran que su país lo necesita. ¿El sectarismo? “Mírenos, él es de Faluya, ella, de Samarra y nosotros, de Bagdad, ella, del barrio de Ameriya y yo, de Shorja”, resume el más hablador, señalando puntos clave de una geografía confesional que un creciente número de iraquíes quiere dejar atrás. Es decir, de una ciudad suní, una que fue escenario del brutal pulso suní-chií, un barrio suní de la capital y uno chií. El grupo es, como Irak, un mosaico. Si tuvieran oportunidad, ¿emigrarían? “No”, responden al unísono.

Alta tasa de paro

Al otro lado del río Tigris, a las puertas de la Universidad de Bagdad, Ayah y Zahra, dos estudiantes de Políticas, de aspecto más modesto, coinciden. Los milennials iraquíes, que “abrieron los ojos durante la guerra” como describe Ayah, conocen los problemas, despotrican de sus políticos, a los que tachan de ladrones, pero a pesar de todo se muestran confiados en su porvenir.

La generación anterior, menos. Ya en la treintena, el matrimonio formado por Haya y Malek, profesora de árabe y especialista en educación, respectivamente, ha perdido la esperanza. “Nos graduamos hace ya una década y aún no hemos encontrado un trabajo en nuestro campo; tenemos dos hijos, así que no podemos esperar más”, cuenta Malek, que se gana la vida como taxista y acaba de presentar la documentación para la lotería con la que EE UU reparte anualmente permisos de inmigración.

“Cada año salen de la universidad de 150.000 titulados y no tenemos trabajo que ofrecerles”, señala Basem Antuan, vicepresidente de la Cámara de Empresarios y destacado activista de la sociedad civil. Aunque proporciona el 90% de los ingresos del Gobierno y el 65% del PIB, el petróleo sólo emplea a un 1% de la fuerza laboral. El 60% de quienes tienen un empleo a tiempo completo trabajan en la Administración. Con un 30% de paro y un tercio de la población por debajo del umbral de pobreza, Antuan también subraya la importancia de impulsar el sector privado.

Sin embargo, la mayoría de nuevos titulados sigue esperando un empleo público. “Sólo en el sector público tienes seguridad en el trabajo, vacaciones pagadas y una pensión al jubilarte”, justifica Taha, estudiante de ingeniería agrícola. Por eso, dice Antuan, es importante que se apruebe cuanto antes una ley de pensiones. Y que mejoren las infraestructuras, se combata la corrupción y los partidos políticos sectarios... la lista es interminable. Pero para este activista, como para los políticos consultados, la creación de empleo para la juventud es prioritaria.

“Si se quiere evitar una nueva oleada de terrorismo y criminalidad, hay que reconstruir las infraestructuras para que los [tres millones de] desplazados puedan volver a sus hogares y facilitar empleos para los jóvenes”, advierte Kadhim al Shamary, de Al Iraqiya, el único partido no confesional relevante.

Nada tan preocupante como la cantidad de muchachos desocupados que se ven en los pueblos y ciudades de todo el país. Casi la mitad de los iraquíes tiene menos de 21 años, lo que convierte a Irak en uno de los países de población más joven. Cuatro millones de ellos podrán votar por primera vez en las elecciones legislativas del próximo año.

La derrota militar del ISIS ha abierto una puerta a la esperanza. No obstante, Mustafa Saadoon, director del Observatorio Iraquí de Derechos Humanos, teme que, una vez eliminado el enemigo común, salgan a la superficie otros problemas “como la falta de confianza entre las poblaciones de las zonas liberadas y las fuerzas de seguridad o las detenciones aleatorias (sin orden judicial)”. También le preocupa que los comicios reaviven el sectarismo.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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