La ciudad rebelde de Faluya tiende puentes al nuevo Gobierno de Irak
Los clérigos y líderes tribales buscan una salida pacífica tras meses de insumisión
Faluya es una ciudad fantasma. Las tiendas están cerradas y ni siquiera se oyen los gritos de la chiquillería, tan abundante en un país donde la familia media tiene siete hijos. Las calles de Al Qadisiya, Hay al Askari, Hay al Shurta y el resto de los barrios del este están desiertas. Fue la zona más afectada por las tres semanas de combates contra los marines norteamericanos el pasado abril. Hoy, dos meses después, la población aún se siente sitiada. "Queremos que los americanos se vayan de nuestro país", resume el imán Abdel Hamid. Los líderes religiosos y tribales, las caras moderadas de esta ciudad insurgente, han empezado a negociar con el nuevo Gobierno iraquí.
Este bastión suní y tribal se ha convertido en el símbolo de la resistencia a la ocupación estadounidense; en un escondrijo de terroristas para los marines responsables de su control. "Preferimos la muerte que rendirnos", proclama Abu Abdalá, que no esconde sus simpatías hacia los insurgentes. Pero más allá de los desafíos y las declaraciones altisonantes, los líderes religiosos y tribales buscan estos días una salida digna al callejón a que les ha conducido la revuelta.
"No hay trabajo, y los hombres no pueden buscarlo fuera porque nos cierran la carretera"
Faluya es una ciudad fantasma. Ni siquiera los niños corren por las calles
"Vivimos una situación muy difícil", admite el propio Abu Abdalá, "los hombres están preocupados por sus familias; aquí no hay trabajo y no se pueden arriesgar a buscarlo fuera porque cada dos por tres nos cierran la carretera". Hay muchos padres de familia que prefieren pasar hambre que correr el riesgo de quedarse aislados. Quienes pudieron llevarse a los suyos fuera lo hicieron al principio, pero el dinero no dura para siempre. Hoy tratan de agarrarse a la posibilidad de un entendimiento con el Gobierno transitorio.
Ése es al menos el mensaje que transmiten las palabras del jeque Abdel Hamid, portavoz de la sección provincial del Comité de Ulemas, la más alta instancia suní. El Comité es la cara amable de la resistencia. Sus clérigos han actuado como mediadores en la liberación de varios rehenes extranjeros y tratan de mantener abierta una vía de diálogo entre los combatientes y las autoridades. "Ayer mismo [por el miércoles] enviamos una delegación a Bagdad para discutir con Ayad Alaui las violaciones estadounidenses y nos dijo que Faluya es su Faluya, pero por la noche la aviación americana volvió a atacarnos", denuncia contrariado.
Para el clérigo, lo sucedido es una prueba más de que el Gobierno de Alaui "no es completamente soberano, que sólo tiene una autoridad parcial". Quienes animan la insurgencia van más allá. "Son meros agentes de Estados Unidos", desestiman convencidos de la necesidad de continuar la lucha. Resulta difícil saber lo que opinan los habitantes de a pie, ya que la visita como huésped del Comité de Ulemas no deja espacio para conversaciones independientes y la población permanece atrincherada en sus casas. Desde la revuelta de abril, Faluya está fuera del alcance de los informadores.
Aun así, los clérigos y otros notables de esta ciudad de 400.000 habitantes insisten en tender puentes hacia las nuevas autoridades. "Queremos ser parte del nuevo Irak porque Faluya no es ajena a Irak", manifiesta uno de los mediadores para la visita que se muestra convencido de la capacidad de los iraquíes para resolver sus problemas sin interferencias extranjeras. "Si se van los tanques americanos, nosotros arreglaremos nuestros asuntos", asegura.
Un gesto en ese sentido ha sido desmarcarse de Al Zarqaui. "Al Zarqaui no existe; es un mero pretexto para atacar Faluya", defiende el imán Abdel Hamid. "Le mataron hace ocho meses cuando destruyeron sus campos de entrenamiento en la frontera con Siria", apunta, por su parte, una fuente cercana a la resistencia que también recela de sus seguidores. "Esos extranjeros que son tan valientes debieran ir a atacar a los americanos a sus cuarteles, que todos sabemos dónde están, en vez de disparar sus lanzagranadas y sus morteros desde las callejuelas de Faluya, atrayendo el castigo para la población".
"Rechazamos a los combatientes extranjeros; no les necesitamos para defender nuestra ciudad", señala el clérigo en lo que empieza a convertirse en una pauta. "Tenemos la capacidad suficiente para defender nuestra ciudad. La gente de Faluya desea la paz con dignidad, no la paz con humillación. Se han destruido muchas casas, se han perdido muchas vidas, nuestras familias viven en tiendas de campaña...", apunta dando a entender que esperan un gesto.
Abu Abdalá es más directo para los asuntos materiales. "Cuando terminaron los combates, los americanos nos prometieron ayuda, pero apenas ha llegado el 5%", explica mientras muestra las casas destruidas, las huellas de los tanques, los boquetes causados por la artillería... Al llegar a la vía del tren, el paisaje urbano se transforma en una verdadera línea de frente. "Aquí se libraron los combates más sangrientos", recuerda tratando de transmitir el horror del pasado abril. Fuentes hospitalarias locales cifraron las víctimas en varios centenares. Ningún observador independiente pudo contar los cadáveres. La ciudad estuvo sitiada durante tres semanas.
Desde entonces la presión se ha rebajado. Los marines cedieron el control de la ciudad a una recién creada Brigada Faluya del Ejército, compuesta básicamente por militares del régimen anterior vecinos de la ciudad. Abu Abdalá saluda a varios oficiales al pasar junto al puesto de mando, una tienda de campaña blanca con la bandera iraquí. "Como puede ver, hay buenas relaciones y ejercen su trabajo sin ningún problema", asegura. Ésa es la impresión. Ni los soldados ni los policías de la esquina van especialmente pertrechados. De todas maneras, el teniente coronel al mando rechaza hacer declaraciones. "No soy un portavoz autorizado", se disculpa. La calle sigue vacía.
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