Una sanción inteligente en la batalla por Venezuela
La peor de las opciones para los venezolanos es que el sistema internacional no haga nada contra Maduro, lo que equivaldría a tolerar el régimen de forma complaciente
Imponer sanciones a un país tal como lo puede hacer el Consejo de Seguridad de la ONU, o unilateralmente, como las de Estados Unidos a Irán y Rusia, es un proceso difícil. No siempre garantiza que se obtengan los fines perseguidos. Así sucedió en el caso de Irak después de la primera Guerra del Golfo cuando se tuvo que crear un fondo petrolero para asegurar que sus ingresos fueran invertidos por el régimen de Sadam Hussein en alimentos, medicinas, equipos hospitalarios , etc. Conocí las deficiencias de ese proceso cuando estuve en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Otro argumento en contrario es que las sanciones económicas no distinguen entre inocentes y culpables y que estos últimos, que controlan las finanzas del régimen, no sufren igual que el resto del país. Ese razonable argumento es esgrimido, entre otros, por Moisés Naím uno de los analistas políticos más prestigiosos, de quien tengo la fortuna de contarlo entre mis más queridos amigos. Lo hace en EL PAÍS de Madrid en su columna, con un titular de fina ironía Así podría salvar Trump a Maduro.
Naím concentra su argumento en que el presidente Donald Trump estaría considerando un bloqueo petrolero a Venezuela, lo cual en su criterio sería no solo una mala idea sino, también, "una maravillosa y oportuna tabla de salvación política para Maduro de presentar a Trump como el responsable del hambre de los venezolanos. Y concluye: "No lo haga presidente Trump".
Me siento obligado a terciar en este tema porque nuestro país libra hoy una verdadera batalla, y todo aquello que pueda debilitarnos o fortalecernos debe ser contemplado. Por esto creo indispensable citar la declaración del secretario general de la OEA, Luis Almagro, el 19 de julio ante un comité del Senado de Estados Unidos cuando el senador Marco Rubio le pidió su opinión sobre las consecuencias que podrían tener para el pueblo venezolano la aplicación de sanciones económicas.
Así respondió Almagro: "Con frecuencia me preguntan sobre este tema y yo quiero ser muy claro en afirmar que las sanciones que puedan imponerse no empeorarían para nada el sufrimiento actual de los venezolanos, porque los recursos que le pertenecen al pueblo son utilizados por el régimen para asesinar y torturarlos, y no son invertidos en su bienestar como lo demuestran las trágicas estadísticas de mortalidad infantil y desnutrición que superan a las de Siria".
Los únicos ingresos en divisas que Venezuela recibe hoy son de la venta a Estados Unidos de aproximadamente 700.000 barriles de petróleo diarios. Sin embargo, el régimen de Maduro tiene años acusando a Estados Unidos de hacerle una guerra económica. Acusación absurda porque, en todo caso, para ser coherente, la narcotiranía militarizada no debería venderle a las empresas norteamericanas.
Concluyendo: aplicar sanciones siempre es un tema controvertido. Pero Venezuela está hoy bajo el control de las fuerzas armadas que con extraordinaria rapacidad adquieren medicinas y alimentos a cuatro o cinco veces su precio real, que en adición utilizan para chantajear a la gente jugando con la desesperación de su miseria.
La línea correcta de confiscar bienes de jerarcas, adelantada por la Administración de Obama, probó que tiene sus límites. Los indiciados han salido fortalecidos políticamente pues pasaron a no tener opciones, y hoy controlan el ala dura del régimen. Por más nombres que añadan a las listas del Departamento del Tesoro, no pareciera que pase nada radicalmente distinto de lo ya visto, pero en todo caso deben seguirse aplicando estas sanciones individuales. Esta realidad explica por qué el consenso de los expertos del Norte se inclina como último recurso por la toma de medidas sobre el flujo de fondos generados por las exportaciones de petróleo a EE UU.
¿Qué sugiero? Que las empresas de Estados Unidos no dejen de comprar nuestro petróleo, pero que en lugar de pagarlo en divisas realicen operaciones de trueque de alimentos, medicinas y equipos hospitalarios. Y no estoy inventando nada. Hay precedente en la ideología chavista sobre el tema del trueque como puede leerse en la edición de EL PAÍS de 23 de septiembre de 2008 en un reportaje titulado Chávez resucita el trueque. "Esto lo hace el Gobierno revolucionario y el presidente Chávez con el mega trueque, que es darle petróleo a nuestros países hermanos para recibir a cambio maquinarias que fortalezcan la soberanía alimentaria". Previamente, en el diario Página 12 de Buenos Aires del 7 de marzo de 2008, Hugo Chávez declaró: "Daremos toda la energía que Argentina necesita para el siglo XXI, y Argentina exportará alimentos a Venezuela".
El mismo Naím, en su columna en EL PAÍS, del 17 de octubre de 2010, definió así las llamadas "sanciones inteligentes": "A pesar de su impopularidad, y de sus obvios defectos, las sanciones son un instrumento cada vez más utilizado en la política internacional. Y esto es una buena noticia. ¿Cómo puede serlo? Pues porque la alternativa a las sanciones es la Guerra". Mi punto precisamente.
El dilema es cruel. Pero, al final del día, no hacer nada no es una opción aceptable que equivaldría a tolerar y a subsidiar al régimen de manera complaciente. Esta sería para mí, la peor de las opciones e inconcebible para los venezolanos que dan hasta la vida en una noble y valiente pelea cívica por el rescate de nuestra libertad.
Diego Arria es un político venezolano, exgobernador de Caracas.
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