Lula convierte su declaración ante el juez en un despliegue de poderío político
El expresidente, que planea ser candidato en las elecciones presidenciales de 2018, reúne a miles de seguidores ante el juzgado
El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva negó el miércoles las acusaciones de corrupción que le situarían dentro del entramado del caso Petrobras, en un interrogatorio de cinco horas de duración ante el juez que investiga la trama, Sérgio Moro, en la ciudad de Curitiba, en el Estado de Paraná. Tras el encuentro, que en Brasil había generado la misma expectación que una final deportiva, el expresidente se dirigió a la plaza en la que cinco mil simpatizantes -datos de la policía- se manifestaban en su apoyo. Henchido sobre un escenario, micrófono en mano, Lula aseguró, en referencia a sí mismo: “Si la élite de este país no sabe arreglarlo, a lo mejor va a tener que hacerlo un metalúrgico con estudios de primaria".
Es el tono triunfal que Lula ha decidido imprimir sobre un momento que debería ser todo lo contrario. Esta era la primera vez que declara por cualquiera de las tres imputaciones relacionadas con el caso Petrobras, el entramado de corrupción en la élite política que la inmensa mayoría de los brasileños considera una vergüenza nacional. En concreto, ha tenido que afrontar las acusaciones de que en 2009 aceptó un piso de tres plantas propiedad de una constructora privada que a cambio supuestamente recibió contratos públicos. Una y otra vez en la deposición, que la Justicia ha publicado en vídeo en Internet, Lula niega todos los cargos, siempre fiel al estilo que le han convertido en el político más popular del país a lo largo de los últimos 15 años. Cuando se recuerda que el piso está en Guarujá, una zona costera de São Paulo, brama: “¡Si a mi mujer no le gusta la playa!”.
Pero la declaración era solo parte de lo planeado por el expresidente. En los últimos días, las calles de Curitiba, una ciudad famosa por su odio a Lula y a su Partido de los Trabajadores, comenzaron a recibir simpatizantes de todo el país, provenientes de sindicatos y movimientos de sociales, según informa Felipe Betim. Para cuando llegó él, el miércoles al mediodía, se contaban por miles. La expectación por su llegada era tal que el trayecto en coche desde el aeropuerto se retransmitió íntegro en televisión. Antes de llegar a los juzgados, se bajó del vehículo y se dio un baño de masas, ondeando una bandera de Brasil. Al acabar la declaración, los miles de partidarios estaban esperándole en una manifestación. Sus críticos se habían reunido en otra, en otro punto de la ciudad. Según la policía, era de 100 personas.
Muchos observadores han insistido a lo largo de la semana que esta no era una declaración normal, sino un pulso de popularidad entre Lula y Moro. Uno que, a meros meses de las elecciones presidenciales de 2018, puede tener consecuencias incalculables. Si Lula es declarado culpable, no podrá presentarse candidato como ha anunciado que es su intención. Pero si se presenta y las encuestas de los últimos meses no mienten, tiene todas las de ganar. Moro mandó un mensaje por Facebook a sus militantes pidiendo que se alejaran de las calles para no crear un circo. Lula, sin embargo, el animal político más inagotable de Brasil, ha decidido jugar a otro juego, el que nunca le ha fallado: el de reunir masas, ponerse delante de un foco, y mostrar lo alargada que es su sombra.
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