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El sendero de la muerte que llega a Europa

Ventimiglia, frontera de Italia y Francia, vuelve a ser el cuello de botella del éxodo de miles de migrantes atrapados durante semanas que arriesgan la vida cruzando por la montaña

Dos inmigrantes africanos se preparan para cruzar a Francia desde Ventimiglia. Foto y vídeo: GIANLUCA BATTISTA
Daniel Verdú

En el camino de tierra hay ropa, restos de comida y documentos que ya no servirán al otro lado. El sendero serpentea montaña arriba y atraviesa un puente de la autopista donde un cartel con la bandera de la Unión Europea da la bienvenida a Francia. Algunos saltan desde ahí y corren por el arcén en plena noche. Pero desde hace dos años, Francia controla todos los accesos desde Ventimiglia (Italia) y solo en 2016 devolvió en caliente a 18.000 personas: lo llaman el ping pong. Por eso, muchos deciden seguir este estrecho camino de tierra hasta lo alto de una roca rojiza donde una valla oxidada separa los dos países. Una vez ahí, es importante no equivocarse. Abderazake Jahyea, un guineano de 17 años, vio como las luces de Montecarlo bailaban a lo lejos y quiso seguirlas, pero cayó por un barranco a principios de marzo. Por eso, alguien lo bautizó como Sendero de la muerte.

Francia devolvió en 2016 pasado a unos 18.000 migrantes que cruzaron por la frontera de Ventimiglia

Ventimiglia, un pueblo de 20.000 habitantes en Liguria, justo a los pies de los Alpes Marítimos, es hoy el cuello de botella de uno de los mayores fenómenos migratorios que ha vivido Italia en las últimas décadas. La mayoría de los 180.000 inmigrantes que desembarcaron procedentes de Libia en 2016 —este año el Gobierno espera que lo hagan 250.000— quiere seguir su camino hasta el norte y muchos intentan cruzar desesperadamente por esta frontera —10 han muerto en los últimos meses— o por la suiza desde Como. El goteo es diario, pero desde junio de 2015 la policía francesa controla el paso y ha cerrado la frontera a los migrantes: les pide la documentación y los devuelve una y otra vez, en el mismo tren o andando. A veces, incluso falseando la fecha de nacimiento de los menores, denuncian las ONG de la zona.

Tramo de la autopista entre Francia e Italia donde saltan algunos inmigrantes.
Tramo de la autopista entre Francia e Italia donde saltan algunos inmigrantes.G. B.

La puesta en escena empieza a recordar a la de Pas de Calais (Francia), donde terminó formándose un campamento de 5.000 personas conocido como La Jungla. En Ventimiglia ya hay gente durmiendo debajo de los puentes, familias africanas lavando la ropa en el río, chicos esperando en la vía del tren o decenas de hombres pasando el día en los barracones de un gran campamento de la Cruz Roja al que solo pueden entrar hombres adultos con el registro de la huella dactilar. Ahora mismo hay unas 300 personas varadas en el pueblo. Pero con la llegada del buen tiempo, comenzarán los desembarcos masivos y organizaciones como Médicos sin Fronteras, crucial en su apoyo médico y psicológico, temen que este año la situación todavía pueda ser peor que el anterior.

Desde el año pasado, han muerto 10 migrantes intentando cruzar por la autopista, la montaña o las vías del tren

Don Rito, sacerdote colombiano y titular de la pequeña parroquia de San Antonio, lo recuerda perfectamente. La iglesia alojó a 1.000 personas durante semanas. Dormían y comían como podían, pero a nadie le faltó lo mínimo. “Todo este patio estaba lleno”, dice señalando la cancha de fútbol donde ahora juega un grupo de menores. Desde entonces, este lugar se ha convertido en un refugio para jóvenes, familias y mujeres en tránsito. Pueden dormir, comer y recibir asistencia médica. Un milagro con más gastos que recursos. Pero a muchos feligreses locales no les gusta nada y han cambiado de iglesia. “Les parecía una herejía tener a centenares de musulmanes correteando por ahí. Pero sabe, no es un problema de la inmigración. El problema es que ellos no son verdaderos cristianos”, concluye Don Rito mientras los voluntarios preparan la comida del día.

Dos menores que esperan para cruzar a Francia en la parroquia de Ventimiglia.
Dos menores que esperan para cruzar a Francia en la parroquia de Ventimiglia.G. B.

Los chicos aparecen solos en mitad de la noche con el último tren procedente de Milán. A veces duermen en la estación esperando al primero de la mañana hacia Niza. Otras caminan hasta la Iglesia con los pies ensangrentados o llenos de ampollas. El año pasado llegaron 28.500 menores no acompañados a Italia. En Ventimiglia, cada vez hay más y los passeurs, normalmente hombres magrebíes que intentan hacer negocio con ellos, les cobran hasta 300 euros por llevarlos al otro lado de la frontera.

The New Arrivals

Cuatro millones de inmigrantes han llegado a España en dos décadas en avión, en patera o saltando la valla. Más de un millón de personas pidieron asilo en Europa en 2016. EL PAÍS cuenta, en un proyecto de 500 días con los diarios The Guardian, Der Spiegel y Le Monde, cómo se adaptan estos nuevos europeos y cómo Europa se adapta a ellos. Una mirada a un fenómeno que está transformando España y el continente

Ibrahim tiene 16 años, la cara de niño y los dedos, con los que juega con su teléfono, de hombre. Salió de Guinea Conarky hace un año y pasó por Malí, Burkina Faso, Níger y Libia, donde todos cuentan que han matado, violado o atacado a compañeros. Ahí subió a una barcaza de goma, muerto de miedo, con otras 150 personas y se encomendó a Dios. “Es que sé nadar”, desliza en francés. Nadie murió ese día. Pero tras algún centro de internamiento y un viaje a través de Italia, terminó atrapado en Ventimiglia, donde ha intentado varias veces pasar a Francia. Lo mismo que su amigo Otmene, un sudanés de solo 15 años que huyó de Darfur con 10 y terminó sin motivo en una cárcel libia. “Tuve que pagar 1.500 euros para que me dejaran salir. Me los mandó un amigo, pero luego estuve trabajando. Me estafaron y me robaron. Y al final conseguí otros 700 euros más para subir a una patera”. Le rescató una ONG y le llevaron a Cerdeña, donde terminó marchándose de la casa de acogida.

La parroquia de Don Rito ha llegado a acoger a 1.000 migrantes que no tenían donde dormir

En el pueblo hay gente de Sudán, Chad, Guinea, Eritrea, Sierra Leona… Por la parroquia han pasado ya 82 nacionalidades distintas. Y entre los vecinos hay un incipiente rechazo, orquestado por la xenófoba Liga Norte, que hace pocos días montó una protesta encadenándose en un paso a nivel. Pero hay otros lugares, como el bar de Delia Buonomo, que se han convertido en centros de reunión. Un local que ha reformado su negocio y buscado productos a precios justos. Aquí, las mujeres y los niños no pagan. Detrás del mostrador, se presta el servicio más preciado: una enorme plataforma para cargar decenas de móviles a la vez. En la puerta del local, donde a menudo acude la policía para pedir la documentación, ha pegado varios artículos de la Constitución. “Es para recordarle a la gente que en Italia es ilegal ser racista”, dice Buonomo.

Un inmigrante africano lava su ropa en el río Roja de Ventimiglia mientras espera el día oportuno para cruzar a Francia.
Un inmigrante africano lava su ropa en el río Roja de Ventimiglia mientras espera el día oportuno para cruzar a Francia.G. B.

Pero en Ventimiglia también es ilegal dar de comer a los inmigrantes. O, al menos, hacerlo en la calle. El joven alcalde del pueblo (32 años), Enrico Ioculano (Partido Democrático, PD) quiso poner fin a los campamentos espontáneos de ayuda a los inmigrantes regulando la posibilidad de darles comida por la calle. Generaban suciedad, caos y rechazo vecinal, cuenta. Desmantelados aquellos lugares e instalados ya el campo de la Cruz Roja y el servicio de Don Rito, sin embargo, la ordenanza sigue vigente y acaban de ser multadas varias personas. Él se defiende, y mantiene que hay que regular el equilibrio entre la inmigración y la gente del pueblo.

A las 23.00 se cierran las puertas de la parroquia. También las del campamento de la Cruz Roja. Muchos duermen fuera y otros, simplemente, no regresan a su camastro e intentan cruzar a Francia. La mayoría vuelve por la mañana, casi siempre un poco más desmoralizada. Alguna vez se les ha escapado pensarlo y se lo han dicho a Alessandra, una de las voluntarias que se ha dejado la vida en los últimos dos años en la parroquia de Don Rito. De haber sabido que esto era Europa, suspiran, quizá se hubieran quedado en casa.

EL CASO SIMÉTRICO DE COMO Y SUIZA
  • El caso de la ciudad de Como es muy parecido al de Ventimiglia. Se trata de una frontera formalmente cerrada, pero los inmigrantes intentan pasar por ahí para llegar a Suiza y después seguir su camino hasta el norte de Europa.

    En Como el sistema de acogida es justo al revés. El campo de la Cruz Roja es para mujeres y menores, y la parroquia de Rebbio acoge a hombres adultos. Sin embargo, ellos solo pueden quedarse una noche, lo que complica sobremanera las cosas. Además, las temperaturas de aquella zona son muy bajas y es casi imposible dormir en la calle.

    Los menores también se encuentran en un limbo jurídico. "Deberían dejarles pasar o asignarles una tutela de algún tipo", señala Andrea Anselmi, coordinador del programa Migrantes en Movimiento de Médicos sin Fronteras. "Pero la realidad es otra muy distinta", insiste en relación al hecho de que sean devueltos por el mismo camino por donde llegaron.

El proyecto The New Arrivals está financiado por el European Journalism Centre con el apoyo de la Fundación Bill & Melinda Gates.

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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