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CRISIS BRASILEÑA

“Nosotros no sobornamos. Si es lo que quiere, no nos llame”

Dos hermanos de Río de Janeiro anuncian su empresa de mantenimiento de edificios con un mensaje contra la corrupción

María Martín
Stanley y Ricardo Barbosa con el anuncio de su empresa contra la corrupción.
Stanley y Ricardo Barbosa con el anuncio de su empresa contra la corrupción.MAURO PIMENTEL
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Los hermanos Barbosa no se saltan una cola y se irritan cuando ven a un amigo deslizar un par de billetes en el bolsillo del camarero para conseguir un servicio VIP. También se sorprenden cuando saben de un conocido que encontró un móvil y se lo quedó y relatan avergonzados cómo un invitado en una de sus fiestas pagó al servicio para que le sirviese más gambas. “En Brasil hay corrupción en todos los estamentos, de la panadería a la carnicería”, lamentan los Barbosa. El empeño de estos hermanos para no tomar atajos viene de familia y se ha convertido en máxima del negocio que tienen juntos en Río de Janeiro, una conocida empresa dedicada al mantenimiento de edificios. Los carteles que cuelgan de cada una de las fachadas en las que trabajan alertan: “Stanley no soborna. Si es lo que quiere, no nos llame”.

Cuando lo que debería ser normal se convierte en excepción destacada en un anuncio, se sabe a qué punto ha llegado Brasil, envuelto en un gigantesco escándalo de corrupción política y empresarial que traspasa sus fronteras. Pero la corrupción no es de ahora, advierten los Barbosa: sus carteles se imprimen hace más de 20 años, mucho antes de que los brasileños viesen a sus principales banqueros y constructores entre rejas. Sí hay mucho del Brasil de hoy en los relatos de Stanley y Ricardo sobre el mundo de la construcción, en el que conviven ingenieros, vecinos y presidentes de la comunidad, los villanos de esta historia: los sobornos y los cárteles de empresas del sector son comunes, provocan sobreprecios de las obras y acaban beneficiando a los de siempre.

Stanley, de 62 años, recuerda el día que decidió acabar con las llamadas y propuestas indecentes, hace dos décadas. “Fue la última gota que colmó el vaso”, dice. El ingeniero había recibido a un representante de un gran edificio quien anunció que los vecinos habían elegido a la empresa para adjudicarle una obra, pero tras una hora de conversación aparentemente profesional, el visitante reveló su verdadera intención: “Bueno, y entonces ¿cuánto vais a dejar para mí?”. El ingeniero Barbosa no entendió la indirecta, pero en el momento en el que el potencial cliente fue más explícito, decidió decir “basta” e institucionalizar las buenas prácticas. Su hermano Ricardo, de 67 años, había pasado por una situación parecida. “Fui hasta otra ciudad con un ingeniero para presupuestar una obra y cuando estaba allí, haciendo las cuentas, el tipo me pidió que añadiese un 10% para él. Fue una decepción”, recuerda.

La lucha contra la corrupción les cuesta muchos impuestos y les ha hecho perder clientes, aseguran los hermanos Barbosa, como una obra de un millón de reales en un edificio de un barrio rico, un jugoso contrato para cualquier empresa del sector, pero que estaba condicionado a un 10% de “reserva técnica”, uno de los eufemismos del soborno, para el presidente de la comunidad. Los hermanos defienden que, por lo menos, se ahorran el tiempo que perdían en hacer visitas y presupuestos para después tener que negarse a trabajar con corruptos. “Al principios notamos un malestar con el anuncio, pero creo que venía precisamente de las personas que se identificaban con las malas prácticas. Antes, de 10 obras, nos pedían sobornos en cuatro y ahora apenas en una de cada 10”, explica Stanley, el más hablador de los hermanos. “¿Si aún nos llaman pidiendo dinero a pesar del anuncio? Siempre hay alguien que no lee”, ríe.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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