Cuando el rumor se materializa y aparece Obama en un museo
Entusiasmo ante la fugaz visita del expresidente a una exposición en Washington
Ha sido entrar en el atrio del museo e inmediatamente ha quedado claro que allí pasaba algo raro. Las balconadas estaban llenas de gente asomada, mirando hacia abajo. Los de abajo, bien quietos, buscaban algo con la mirada. Todo estaban expectantes pero allí no había nada, no se veía nada anormal. “Psss, dicen que está Obama”, ha susurrado alguien cerca. El guardia de seguridad no decía ni que sí ni que no mientras levantaba el cordón de seguridad con el que durante unos minutos había clausurado una escalera que volvía a quedar abierta al paso.
Poco antes de las cuatro de la tarde del domingo, el ala de la Galería Nacional de Arte de Washington que alberga el arte contemporáneo se ha paralizado ante el rumor. La mera idea de que el presidente hasta hace mes y medio pudiera estar allí mismo, al alcance de la vista, en alguna de aquellas salas rebosante del mejor arte del XX y el XXI ha desatado el entusiasmo. Entusiasmo contenido, nada de estridencias. La mayoría de los guardias respondía ni sí ni no, que no podía decir nada. Salvo uno que lo negaba insistentemente: sí, había un VIP; pero no, no era Obama.
El rumor seguía corriendo de boca en boca. “Que sí, que es Obama… dicen que está en la torre, en la exposición de Theaster Gates”, decía uno. “La acaban de inaugurar, y él (el artista) es de Chicago”, añadía otro. “Tiene sentido”, replicaba el primero.
Dos fotógrafos con cámaras profesionales apostados estratégicamente en un ventanal sobre una salida lateral del museo eran la pista clave. Ellos, y los tres todoterreno negros con cristales tintados parados en la puerta. Junto a los fotógrafos se han apostado los que querían asegurarse de, que si estaba allí, verían al anterior presidente. La espera ha sido breve aunque ha bastado para que quedara claro que en Washington su sucesor gusta poco o muy poco. La capital es una de las ciudades donde menos electores le votaron. Hillary sacó más del 90%, “el 96%”, corregía una señora horrorizada por “los escándalos diarios de Trump en los últimos 30 días tras ocho años en los que no ha habido ni uno”
De repente, se han oído unas carreras hacía el atrio. “¡Ahí está!, ¡ahí esta!”, se ha oído.
Los que esperaban en el ventanal han comprobado sus móviles y los han acercado al cristal. Y sí, allí estaban los Obama. No era un rumor. Primero ha salido ella, Michelle, de negro, y paso firme. Después, él, Barack, con vaqueros, chaqueta de cuero, dos guardaespaldas muy, muy cerca, y una bolsa de colores llamativos en la mano izquierda. Con la derecha, saludaba.
En el ventanal sonaban los clicks de las cámaras. A Obama solo se le ha visto de espaldas. Aunque algunos lamentaran que no se hubiera dado la vuelta para saludarles, todos estaban entusiasmados. Lo habían visto. Los que no han llegado a tiempo, intentaban recrear el instante con las fotos y vídeos de los que lo vieron fugazmente un domingo por la tarde en un museo.
Rápidamente, cada visitante ha retomado sus planes. Aprovechar la tarde del domingo para deambular por el museo (gratuito como todos los del Smithonian), para ver los móviles de Calder, los Rothko o a Marina Abramovich fotografiada en un convento de España.
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