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Rusia frustrada por la falta de acceso a Trump

Los escándalos por las conexiones del equipo del presidente con Moscú dificultan el acercamiento

Pilar Bonet
Putin conversa por teléfono con el presidente de Turkmenistan, este martes
Putin conversa por teléfono con el presidente de Turkmenistan, este martesEFE

Rusia considera “objetivamente difícil encontrar la veta” y entender “cómo colaborar” con la administración de Donald Trump, según confesó el viceministro de Exteriores, Serguéi Riabkov, esta semana en un debate sobre política exterior organizado por el comité correspondiente de la Duma Estatal (cámara baja del parlamento). La búsqueda de la veta, de significado minero en origen, es apropiada en sentido figurado para describir cómo perciben los círculos de la política exterior rusa al nuevo presidencial norteamericano. Diplomáticos, periodistas y comentaristas rusos se ufanan en establecer conexión con la Casa Blanca. Se les vio correr en los pasillos de la conferencia de Múnich para trabar relación con el nuevo secretario de Estado norteamericano y se les ve en otros seminarios, acribillando a preguntas a políticos y politólogos norteamericanos.

Moscú da muestras de frustración cada vez que alguno de los miembros del equipo de Trump dimite o es acosado por haber tenido tratos con los diplomáticos mineros. Le sucedió a Mike Flynn, el asesor de Seguridad de Trump, y le ha sucedido ahora al fiscal general Jeff Sessions, acusado de entrevistarse con el embajador ruso Serguéi Kislyak. Cualquiera que sea el camino que llevó a esta situación, la profesión de diplomático consiste en tener contactos. Así lo ha proclamado el jueves la portavoz de Exteriores, María Zajárova, y así lo ha dicho Dmitri Peskov, el portavoz del presidente Vladímir Putin, según el cual el trabajo de un embajador es “tanto más efectivo cuanto más encuentros” tiene con los representantes del poder Ejecutivo y Legislativo del país donde está destinado.

La relación entre Rusia y EEUU está tan condicionada por las tensiones internas norteamericanas que, hoy por hoy, conversar con los representantes rusos en Washington parece resultar peligroso para la carrera política de quien lo haga. Zajárova acusa vehementemente a los medios de comunicación estadounidenses y, por extensión occidentales, de “fabricar información falsa” y se queja de que incluso la muerte de Vitali Churkin, el representante de Rusia en el consejo de Seguridad, ha sido tratada desde el punto de vista de la “conspiración”. En esta aseveración no encaja la carta abierta firmada por Samantha Power, la representante de Washington en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la que rendía tributo al diálogo con el “buen amigo” Churkin, sin, por ello, dejar de considerarlo como representante de un régimen hostil.

En los últimos años, y especialmente en los acontecimientos en Ucrania, Rusia recurrió con intensidad a las “realidades virtuales”, pero ahora se queja de su peso e influencia. “El mundo moderno es de carne, sangre, tierra y minerales”, decía Riabkov en la Duma. El viceministro se quejaba de que los “diplomáticos necesitan muchas veces un local con puertas cerradas”, porque “si se enseña todo, ya no es diplomacia, sino exhibicionismo y no a todos les gusta ir desnudos por la playa”.

Las relaciones entre Rusia y EEUU son un tema clave, señaló Riabkov, según el cual el “problema de la normalización entre Moscú y Washington consiste en que nos cuesta mucho formular una agenda constructiva coincidente”. Se “ha perdido la confianza”, las relaciones bilaterales están “por debajo de cero” y en el “nivel más bajo desde que concluyó la Guerra Fría” y ya “nos resulta objetivamente difícil encontrar la veta y entender dónde vamos a colaborar”. Como temas en la superficie, el ministro mencionó la colaboración contra el terrorismo y también posiblemente el control de armamento.

En Moscú están desorientados e impacientes. Se notaba esta semana en un foro dedicado a oriente próximo organizado por el club internacional de discusión Valdai. Los rusos querían saber de los interlocutores norteamericanos cuál es el papel que otorgan a Irán en Oriente Próximo y preguntaban sobre ello al general Paul Vallely, que, para desencanto de muchos, resultó ser un miembro del equipo de Flynn, y por lo tanto ya no representativo. Irán es uno de los temas más sensibles en la relación con Washington, pues Moscú no quiere arriesgar el acuerdo tan trabajosamente firmado en 2015 en Ginebra que pone las instalaciones iraníes bajo control internacional y que, como mínimo, demora la posibilidad de que Teherán construya su propia bomba atómica. Una vuelta atrás en el “deshielo” conseguido en época de Obama podría afectar negativamente cualquier proceso de liberalización interna en Irán, al obligar a la oposición modernizadora a cerrar filas con los conservadores en nombre de los intereses nacionales, señalaba un experto en Irán. Rusia colabora con Turquía e Irán para la pacificación de Siria, pero esta colaboración es vista de forma negativa desde Arabia Saudí,contraria a que Irán participe de los eventuales arreglos de paz. “No hay unidad frente al Estado Islámico porque no hay voluntad política”, manifestó Viacheslav Trubnikov, del instituto de Economía Mundial y relaciones Internacinales de la Academia de Ciencias. Trump, opinaba Trubnikov, acabará siendo integrado en el sistema norteamericano, porque en la lucha entre el individuo y el sistema, en Norteamérica vence el sistema, aseguraba. 

Un rearme problemático

La intención de Donald Trump de incrementar drásticamente el presupuesto militar norteamericano preocupa en Rusia, que, pese a su retórica y por razones económicas, no está interesada en una nueva carrera de armamentos con EEUU para mantener la paridad nuclear en la que se ha basado el equilibrio estratégico entre los dos países.

En peligro está el proceso de desarme negociado en los años ochenta por el líder de la URSS, Mijaíl Gorbachov, y el presidente norteamericano Ronald Reagan. En concreto, el Tratado de Misiles de Corto y Medio alcance firmado en diciembre de 1987. También peligra el tratado conocido como el nuevo Start, que reduce las cabezas nucleares estratégicas a 1550 unidades por cada parte, y que entró en vigor en 2011 durante la época de Barack Obama.
Washington y Moscú se acusan hoy de actuaciones que infringen o podrían infringir los pactos del pasado. En un clima de mayor confianza sus reproches podrían dirimirse en los órganos de vigilancia del cumplimiento de los acuerdos. Sin embargo, el enfriamiento de las relaciones políticas se refleja en la colaboración entre los expertos responsables de mantener el sistema de restricciones a la carrera de armamentos. Los estadounidenses acusan a Rusia de estar en disposición de lanzar misiles de crucero de más de 500 kilómetros de radio (por encima de lo permitido en el acuerdo de armamento de corto y medio alcance) con ayuda de los equipos lanzamisiles Iskander. Por su parte Rusia teme que los silos ubicados en Rumanía para colocar elementos del escudo de defensa antimisiles norteamericano puedan ser utilizados en el futuro para colocar misiles de crucero de largo alcance tipo Tomahawk. El presidente Trump ha criticado el Nuevo tratado Start y ha considerado que supone “otro mal acuerdo” realizado por su antecesor. “Si Washington aspira a la superioridad en el campo nuclear, la carrera de armamento se empeorará de forma inevitable y el mundo volverá a la Guerra Fría, manifestó Leonid Slutski, el jefe del comité de internacional de la Duma.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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