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Tribuna
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Lo siento, Su Santidad (Despacho papal, Vaticano)

Es como si Colombia se hubiera estado portando desde el principio, desde 1819 más o menos

Ricardo Silva Romero

Es una foto que nació meme. Es una foto del pasado viernes que no sólo pone todo en su lugar, sino que de paso es su propia parodia. El papa Francisco ha llamado a su austero despacho con bordes de oro a los dos líderes colombianos que han estado peleando por la paz: el redimido presidente Santos y el extraviado expresidente Uribe. Y ellos miran a alias Su Santidad, que algo de sentido común le ha traído a la Iglesia, como un par de niños carialegres e iluminados a punto de darse la mano. Y es como si estuviera llamándolos al orden un adulto, un rector: “dense la mano…”. Y es como si Colombia se hubiera estado portando desde el principio –1819 más o menos– como una sociedad hechiza de niños huérfanos e ilegítimos que hace lo que hace esta especie cuando nadie la vigila. Y es como si todo pudiera arreglarse.

Sucedió de jueves a viernes. El presidente Santos andaba en su gira europea después de ganarse bien ganado, en el nombre de millones de víctimas, el Nobel de la Paz: seguía en su camino un encuentro con el Papa y la recepción del premio de la comunidad franciscana de Asís. El expresidente Uribe pastoreaba a sus discípulos en el Congreso –en donde un par de días antes había votado a favor del infame referendo contra la adopción gay– cuando recibió la llamada inesperada del Secretario del Vaticano: “si no alcanzo a llegar a Roma no es mala voluntad”, declaró a la plenaria del Senado. Al día siguiente estaban en la foto que sabemos: el meme. El Papa acababa de bendecir el acuerdo de paz a ver si la Iglesia colombiana, ambigua durante el plebiscito, más firme contra la homosexualidad que contra la guerra, por fin se comprometía con librarnos de esta violencia. Y ellos dos lo miraban con la misma alegría.

A la salida de la reunión de 50 minutos, Santos, que incorporó ideas de su opositor en el nuevo acuerdo con las Farc, ofreció llegar a nuevos entendimientos durante la implementación, pero Uribe se portó como se porta Uribe: repitió “impunidad total”, “elegibilidad para los cabecillas”, “no nos pueden imponer todo, Su Santidad” como repitiendo una letanía, como confundiéndoles a sus fieles “acuerdo de paz” con “apaciguamiento”, como recordándoles a sus electores que en el viejo mundo que comparten –el mundo de la campaña presidencial de 2018: en la realidad Uribe está de acuerdo con Santos– no se repara a las víctimas si no se humilla a los victimarios. Y el diario El Tiempo tituló “La pelea entre Santos y Uribe que ni el Papa logró terminar”. Y aquí en Colombia quedó la sensación de que la foto sólo había servido para meme.

Quizás no. Quizás la foto sea una manera de recordar que democracia significa también “cuidar las formas”. Tal vez resuma lo liberales que hemos pretendido ser y lo conservadores que en verdad somos. Tal vez nos obligue a preguntarnos quiénes siguen creyendo en las instituciones de siempre: la clase dirigente, el bipartidismo, la Iglesia. Acaso deje en claro de una buena vez que el uribismo repetirá “paz sí pero no así” –o sea “guerra mientras tanto”– en el camino de su probable regreso al poder. De pronto nos demuestre que los antagonistas de nuestra política están de acuerdo al menos en el respeto por una misma imagen: el crucifijo. Pero de pronto también pruebe que ni los políticos ni los curas han conseguido que el punto de partida de los colombianos –lo mínimo– sea “nadie mate a nadie”: no ha sido ese su oficio.

Habría que pensar a qué se han estado dedicando los líderes colombianos si no ha sido a detener la violencia. Habría que encontrarle un título que no fuera el de “político” a un hombre que es capaz de viajar desde Bogotá hasta Roma de un día para otro para darse el gusto de negarle la piedad al Papa.

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