Carta de un policía griego a un niño iraquí muerto: “Pagaste muy caro el sueño de tus padres”
Un agente publica en Facebook una conmovedora despedida a un menor que perdió la vida en un incendio en el campo de refugiados de Lesbos
Jueves, 24 de noviembre. Última hora de la tarde. El infiernillo de gas en el que una familia de refugiados kurdos iraquíes prepara la cena revienta y la deflagración incendia la tienda de campaña en la que viven en el campamento de Moria (isla de Lesbos). Las llamas acaban con la vida de la abuela, de 60 años, y de su nieto de seis; la madre y otro hermano sufren quemaduras de primer grado y son evacuados a Atenas. El accidente acaba de inflamar los ánimos de los internos de Moria, atizando una protesta espontánea, rabiosa, contra los guardias del campamento. No es la primera manifestación de desespero, puede que tampoco la última.
En el otro extremo de Grecia, en la hermosa ciudad de Ioaninna (noroeste del país), el policía Konstantinos Vaggelis no presta mucha atención al siniestro, que durante unas horas acapara los titulares de los informativos. Sin embargo, conoce bien las condiciones del hotspot (centro de detención): estuvo trabajando en él dos meses, en comisión de servicios para reforzar el destacamento habitual, sobrepasado por la continua afluencia de nuevos internos y la desesperación creciente de éstos. Pero Vaggelis va atando cabos de los datos que proporcionan las televisiones y las redes sociales y, tres días después, una llamada telefónica de sus colegas desde Moria confirma sus peores sospechas. El crío muerto es Bares, un pequeño iraquí sociable, inquieto y de ojos como chispas que, el segundo día de la estancia del policía en Moria, se le echó en brazos y no le abandonó ni un segundo, hasta el regreso del agente a Ioaninna a finales de octubre. Vaggelis también desarrolló una franca relación con la familia del crío, encantada al ver el mimo que mostraba con el menor.
Sobreponiéndose al dolor, y aunque creía estar curado de espantos, blindado emocionalmente, o ser cuando menos inmutable, Vaggelis publicó ese mismo día en su cuenta de Facebook una carta a Bares: “Dos palabras para Bares, un pequeño ángel de Irak que no alcanzó a vivir… Llegaste un día y me echaste los brazos al cuello en mi segundo día de servicio en la isla, y desde entonces te tuve a mi lado en cada guardia. Me hiciste, nos hicimos, compañía durante dos meses, tú me esperabas, tuviera yo o no algo que llevarte, te me echabas en brazos y te quedabas allí, rondándome… Y hoy me llaman mis colegas y me dicen que tú eres la almita que se quemó anteayer en el incendio de Moria, niño de mi alma….
Pagaste muy caro el sueño europeo de tus padres, la guerra, el exilio… Te has convertido en una víctima, pero ¿dónde están los verdugos? Buen viaje, angelito mío, ojalá pudiera volver a verte correr, ojalá volvieras a llamarme “policía, policía” o, como tú decías, “pulizia”.
Konstantinos Vaggelis ronda los cuarenta y tiene cara de buena persona. En la triste historia de Bares, pone nombre a lo que para muchos son sólo estadísticas, y ese nombre propio sirve para convertir el dolor en un recordatorio de la injusticia. Pero Vaggelis no es el único que se conduele del destino de los refugiados (62.000 varados en el país, casi 15.000 en las islas del Egeo). Pese a las frecuentes críticas de algunos activistas y organizaciones humanitarias al Gobierno griego por las deficiencias de la atención a los migrantes, el pesar de Vaggelis es el mismo que el de los guardacostas griegos que, por sueldos de 800 euros, si llegan, están cansados de sacar cadáveres de niños del agua, o el de los agentes que, en los peores días de Idomeni, en marzo pasado, cuando el cierre de las fronteras balcánicas dio a miles de refugiados con las puertas de Europa en las narices, admitían ver en los chavales o los críos que imploraban su ayuda (para pasar la frontera, para comer, para sobrevivir) a seres muy parecidos a sus hijos.
Eso que en castellano siempre se ha llamado conmiseración, y que es, siempre ha sido, anterior a toda solidaridad de oficio.
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