Fidel Castro: Un legado económico de desproporciones
Cuba es una rara combinación de indicadores sociales de primer mundo con indicadores económicos de tercer mundo
Fidel Castro solía decir que la gran hazaña de la Revolución cubana era haber logrado tanto en material social, siendo Cuba un país pobre. Los avances de la revolución cubana en educación, salud pública, seguridad e igualdad son incuestionables. Tras la desaparición de la URSS en los años noventa, la calidad y efectividad de las políticas sociales se ha ido deteriorando, pero, así y todo, la mayoría de los indicadores sociales han exhibido una resiliencia sorprendente, tomando en cuenta el tamaño del choque económico que enfrentó el país. Por ejemplo, dentro del Índice de Desarrollo Humano que calcula el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Cuba todavía queda hoy en día como la primera de América Latina y el Caribe en la dimensión de educación, y la segunda en el índice de esperanza de vida al nacer.
Ahora bien, este mismo logro podría verse como un fracaso si se aprecia desde una perspectiva diferente, y nos preguntamos: ¿cómo un país con todos estos avances extraordinarios en materia social es un país tan pobre económicamente? Son precisamente estos logros sociales los más difíciles de alcanzar para las economías que quieren sobrepasar el umbral de la pobreza y encauzar su crecimiento hacia una senda de mejoras progresivas y sostenibles. Cuba lo consiguió y, sin embargo, mantuvo unas tasas de crecimiento muy bajas, además de rezagarse económicamente en relación con otras economías de la región.
Si comparamos a la isla con 10 países de similar tamaño en la región (con una población de entre dos y 16 millones de habitantes) en el período 1960-2014, vemos que el PIB cubano creció a una tasa promedio anual de 3,3%, mientras que el promedio de estas economías fue del 4%, destacando Panamá (5,8%), República Dominicana (5,3%), Costa Rica (4,8%) y Ecuador (4,5%).
Cuba era, junto con Uruguay, la de mayor PIB per cápita en los años cincuenta y hasta mediados de los años ochenta. Pero esta ventaja poco a poco se fue diluyendo y, hoy en día, estimando un PIB per cápita para Cuba a la tasa de Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) de alrededor de 6.000 dólares, Uruguay y Panamá duplican con creces el PIB per cápita cubano. Costa Rica supera a la isla en un 69%; República Dominicana, en un 46% y Ecuador, en un 18%.
¿Por qué los avances sociales cubanos no han sido suficientes para impulsar sus ingresos de una manera significativa? Primero, porque estos avances no han ido acompañados de una expansión proporcional del capital físico. Las tasas de inversión en la industria, la agricultura y en la infraestructura no han ido al mismo ritmo, ni han mostrado la misma resiliencia ante la crisis que los indicadores sociales. Cuando se compara con otras economías de la región, se aprecia una brecha significativa en las tasas de inversión durante décadas. La limitada apertura cubana a la inversión extranjera, y a la inversión privada nacional en microempresas desde los años noventa, no ha servido para detener una progresiva descapitalización de la economía de alrededor de un 40%. Este es un indicador que resulta impactantemente visible en las fachadas de los edificios en La Habana, en el parque automotriz, en la precariedad de las plantas industriales y en la obsolescencia de las telecomunicaciones.
Segundo, porque el marco regulatorio y las instituciones del modelo estatal centralizado —todavía vigentes—, no han logrado combinar eficientemente la educación con el resto de los factores de producción y transformar la inversión social en un notable aumento de la productividad. Este modelo no garantizó un crecimiento de la productividad ni en los momentos en que Cuba contaba con los acuerdos beneficiosos con la URSS en comercio y finanzas.
Tercero, porque la rara combinación de indicadores sociales de primer mundo junto con indicadores económicos de tercer mundo ha disparado unas tendencias demográficas anómalas que no favorecen el crecimiento económico por la vía del aumento de la fuerza de trabajo. Más bien, adelantan para Cuba unos desafíos como consecuencia del envejecimiento de la población para los cuales no cuenta con capacidad financiera. A nivel micro, estas desproporciones entre lo social y lo económico redundan, por ejemplo, en personas con una educación de muy alto estándar y un consumo de subsistencia. La emigración es en muchos casos el escape a nivel micro, pero es lo que menos se necesita a escala macro. El legado en lo micro es que podemos encontrar trabajando en un supermercado de Miami a un ingeniero o a un doctor cubano. El resultado en lo macro es una población residente que solo ha crecido a una tasa anual del 0,26% desde 1990, mientras las 10 economías de similar tamaño en la región han aumentado su población a una tasa promedio del 1,7%.
A partir de 2018, les tocará a los líderes que remplazarán a Raúl Castro darle coherencia y sacar el máximo de este legado, para convertir a Cuba en la potencia económica que podría llegar a ser en la región. Le tocará, por su parte, a la administración y al congreso de los EEUU eliminar un embargo económico, que ha sido, tal vez de manera casi proporcional, causa real y justificación imaginaria de estos fracasos.
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