Marcha de las flores (Carrera 7ª, Bogotá)
No hay democracia ni hay poder cuando no se escucha a los electores
Quién es Claudia López: esta senadora contundente e infatigable que ha salido a la Carrera 7ª, en plena “Marcha de las flores”, a decirles a las víctimas de la guerra “ustedes no están solos”. Es la tarde despejada del miércoles 12 de octubre. Las víctimas van camino a la Plaza de Bolívar, a pedirle a Bogotá que no las deje solas con su guerra ahora que se ha perdido el plebiscito que iba a ser su alivio –y cantan sus canciones y gritan “queremos paz”–, por un callejón de miles de bogotanos que empuñan flores blancas. Y la corajuda senadora López, que representa a una ciudadanía progresista comprometida con la Constitución de 1991, se ha parado ahí como una más porque no hay democracia ni hay poder cuando no se escucha a los electores. Y les da ánimo a los que han sido sitiados por el conflicto.
López, de 46, hizo parte del movimiento estudiantil que consiguió ese acuerdo de paz que es la Constitución del 91, estudió durante años la administración pública e investigó por dentro los asuntos de gobierno. Trabajó en la alcaldía de Bogotá. Denunció en sus trabajos de investigación el plan refundador de miles de políticos cruzados con paramilitares. Fue observadora electoral, analista política, columnista, y en todos sus oficios persiguió poner en evidencia los abusos del poder. Pudo seguir siendo esa voz que destapaba las conspiraciones de los violentos, pero hace dos años, luego de entrar a la Alianza Verde a devolverle el color, fue elegida senadora por 81.045 colombianos que le pidieron que siguiera siendo ella, pero en el Congreso.
“Los políticos” –dichos así: en abstracto– tienden a ser chivos expiatorios: sobre ellos se emiten sentencias semejantes a “es que está haciendo todo esto por pura vanidad”, “es un abusador”, “es un torcido”, “es un inepto”, “es un vago” como si no fueran funcionarios, sino fusibles; como si en la empresa privada o en la academia no hubiera violentos, ni soberbios, ni tramposos, ni esclavistas. López, acostumbrada a ponerles apellidos a “los corruptos”, decidió entrar al Congreso de la República para encarar todos los vicios de la política colombiana, para enfrentar a los mismos líderes a los que denunció alguna vez. Sí, “los políticos” serán infames, pero quién quiere hacer su trabajo, quién se atreve a entrar en ese nido a probar que no todos son ratas.
López ha representado en estos tiempos a los ciudadanos que quieren librar a la democracia colombiana de sus crueles señores feudales, a los ciudadanos que, luego de años de echarles la culpa a tantos villanos, quieren asumir a Colombia como un problema propio. El pasado martes 11 de octubre su temple recordó ante la plenaria del Congreso que hay que reconocer con lealtad democrática la victoria del “no” en el plebiscito; pero también les dijo en la cara a los líderes del Centro Democrático del expresidente Uribe Vélez –y ellos le gritaban– que, como se vio en la mendaz campaña uribista por el “no”, todavía hay en Colombia un bando de mitómanos profesionales que no sólo no creen en la paz, sino que además combinan formas de lucha.
Esa ha sido la tarea de López desde que empezó: articular la indignación por un par de generaciones que se niegan a recibir el relevo de la violencia.
Se le critica por “gritona”, y sí, a veces su contrariedad se deja ir. Pero este miércoles 12 Claudia López recibe con flores, como una más porque lo es –y ese es todo el punto de su carrera política–, a las víctimas que acaban de llegar a Bogotá a preguntar por qué los de acá siguen decidiendo la tragedia de los de allá. López les da las “gracias por su ejemplo” porque lo suyo es también dar esperanza. Y el uribismo, mientras tanto, ve la nueva marcha como ve la guerra: por televisión.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.