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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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Democracia secuestrada

La corrupción y la violencia ahogan la representación popular como nunca antes

La historia es clara y nos hace saber que, desde la Gran Depresión, no presenciábamos un espectáculo tan denigrante en la organización social, la estructura política y la validez de la representación popular como ahora.

Una doble trampa ahoga a las democracias actuales.

Por una parte, la corrupción y sus consecuencias —de las que nadie escapa— que se reflejan en una erosión permanente de los cuerpos de representación social, es decir, los gobernantes, los legisladores y todos aquellos a los que elegimos con un rosario de bellas promesas, pero que después no resisten la tentación y hacen de la política una Sodoma y Gomorra del robo, del abuso y de la deshonestidad histórica.

Por otra, la violencia que comenzó una hermosa mañana de septiembre de 2001 en Nueva York —la catedral de la tolerancia mundial— que al convertir en blanco sus Torres Gemelas —símbolo del triunfo del capitalismo— atentó contra los pilares de la Constitución y los sueños de los padres fundadores.

Cada vez que un joven afgano se sube a un tren en Alemania y agrede con un hacha a los viajeros, gana Trump

La Ley Patriótica —consecuencia del 11-S— es un error que sacude los cimientos de la democracia estadounidense, que se ha descubierto mortal. Ni Dios ni los océanos pudieron proteger a Estados Unidos de un atentado, lo que terminó vulnerando los principios éticos de su poder basados en un modelo de funcionamiento y el triunfo de la libertad y la democracia.

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Ahora los gritos contra el primer ministro de Francia, Manuel Valls, en Niza, la desesperación de las sociedades y la falta de comprensión de un fenómeno en el que los atacantes no vienen de fuera, sino que están incrustados en las entrañas de las sociedades y en la violencia están destruyendo y secuestrando el modelo democrático.

En ese contexto, no es necesario caminar mucho para descubrir que a Donald Trump diariamente le hacen la campaña. Cada vez que un loco —con o sin ISIS— se sube a un camión para arrollar a una multitud en el Paseo de los Ingleses en Niza en la noche de un 14 de julio, gana Trump. Cada vez que un joven afgano de 17 años se sube a un tren en Alemania y agrede con un hacha a los viajeros, gana Trump. Cada vez que un muchacho de origen iraní mata a los clientes de un centro comercial en Múnich, Trump gana. Y ganan todos los que han olvidado aquella ocasión en la que la sinrazón y la ausencia de valores éticos y democráticos tuvieron un enorme impacto y acabamos con más de 50 millones de muertos durante la Segunda Guerra Mundial.

Cada vez que un político decide robar, le da un tiro de gracia al sistema democrático al que pertenece. Cada vez que un gobernante cambia una ley y anuncia que esta vez sí funcionará, arroja un puñado de tierra sobre la credibilidad pública. Cada vez que no hacemos justicia, creamos las condiciones para que lo peor de cada pueblo salga a flote.

La corrupción está matando las democracias. Y la violencia y las malas respuestas para contrarrestarla, la ausencia de autocrítica y el hecho de no entender que, después de la sangre derramada por Martin Luther King y el movimiento para la defensa de los derechos civiles, es imposible regresar a un vintage histórico de blancos contra negros y negros contra blancos, muestran la repetición del fracaso histórico.

Los años de lo políticamente correcto están siendo enterrados rápidamente y su lugar en la discusión pública lo ocupan la sinrazón, los antisistema y el grito primario de la violencia. Pero los gobernantes deben saber que ellos son tan responsables como todos los que roban bajo su mandato. Y los responsables deben saber que la violencia no tiene fin porque cuando llegue el día en el que se caiga en la tentación de matar a todos los migrantes o prohibir la entrada a los musulmanes, estaremos regresando al comienzo de los tiempos y ni las dos guerras mundiales ni las grandes crisis habrán servido.

Ese escenario mostrará que la gran responsabilidad histórica de toda esta generación de gobernantes fue sepultar y secuestrar la ilusión popular, sin hacer pagar a aquellos que crearon la crisis de 2008 por la especulación, el asesinato colectivo y el robo sin límite, la mayor de las corrupciones que ha terminado por desencadenar la violencia mundial.

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