Los diez justos que no había en Sodoma y Gomorra
Al Brasil de los justos le queda una única salida: dejar atrás a los políticos corruptos y mirar hacia delante
Sérgio Machado, el hombre bomba que en sus confesiones a la justicia ha denunciado a la mitad de la clase política brasileña, avisó que quizás no existan hoy “ni cinco” no involucrados con la corrupción.
Su afirmación me ha recordado uno de los relatos bíblicos más famosos y enigmáticos: el de las ciudades de Sodoma y Gomorra. Dios había decidido destruirlas. Gozaban de una naturaleza rica y codiciada, pero pecaban, entre otras cosas, de falta de hospitalidad con los emigrantes.
Abraham, padre de los creyentes, intervino para que Yavé no acabara con ellas. Le hizo una propuesta: Si hubiese en ellas 50 hombres justos, ¿les evitaría el castigo? ¿Y si fuesen solo 40 o 30? Abrán fue bajando el tiro. ¿Y si hubiese por lo menos10 ?
Dios estaba dispuesto a perdonar incluso con solo 10 justos, pero no los encontraron, y Sodoma y Gomorra fueron destruidas por el fuego.
En el caso que vive hoy Brasil, no es que en el país no haya 10 justos. Los hay a millones. Lo que los brasileños están es asqueados con los pecados de la corrupción de quienes les representan y gobiernan.
La Sodoma y Gomorra brasileña son la clase política en la que cada día aparece más difícil encontrar entre los miles de diputados, senadores, ministros, alcaldes, etc. un puñado de justos que no haya mordido la fruta prohibida de la corrupción, sea para provecho personal o para asegurarse su permanencia en el poder.
La gran mayoría de los expertos confiesa que si hoy hubiera elecciones, les sería difícil a los brasileños encontrar no 10 políticos no corruptos, como en la historia de Sodoma y Gomorra, sino un solo candidato que, además de ser capaz de dirigir las suertes del país, fuera también honrado.
Hoy no hace falta un Dios que castigue, destruyéndola, a esa ciudad de la política. Se está destruyendo ella misma, al perder su credibilidad ante la sociedad.
¿Qué hacer? se pregunta, cada día más atónita, la gente de la calle.
En el relato bíblico, existe una figura emblemática: la mujer de Lot, a quién Yavé le pide que al dejar la ciudad antes de ser destruidaa, no mire atrás. Ella desobedece. No consigue separarse del pasado. Yavé la castiga convirtiéndola en estatua de sal.
Al Brasil de los justos, al que trabaja y es capaz de vivir solo con lo que le pertenece, le queda una única salida: dejar atrás a los políticos corruptos y mirar hacia delante. Buscar nuevos horizontes, nuevas promesas surgidas entre personas aún no contaminadas, dispuestas a ennoblecer a la política en vez de embrutecerla.
No existen soluciones milagrosas. Solo la democracia nos impide caer en la barbarie. Necesitamos de personas capaces de pensar en el país más que en ellas mismas. Capaces de hacer política y gobernar sin buscar prebendas y privilegios que ofenden a quienes viven de su propia fatiga.
Insistir, en las próximas elecciones, en seguir votando a los corruptos de siempre, significaría perpetuar el pecado de nostalgia del pasado de la mujer de Lot.
La esperanza, como está claro por todo lo que está surgiendo, no está en el ayer ni en el hoy, sino en el mañana.
¿No tendrá Brasil algunos hombres y mujeres justos capaces de pensar y de reconstruir el país que los brasileños honrados sueñan, y por el que trabajan y se sacrifican?
Las urnas son siempre el mejor confesionario y la mejor venganza contra la política de los sin escrúpulos.
Las urnas son la denuncia de la sociedad contra los corruptos del poder.
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