La profanación kirchnerista
En la transición de Cristina a Macri hay algo de venganza y manipulación basadas en dolorosas verdades
Río Gallegos es una ciudad áspera y ventosa que está ubicada en el extremo Sur de América. Su cementerio es un paraje un tanto descampado que alberga tumbas de ciudadanos comunes, cuyas lápidas llegan apenas arriba de las rodillas. Desde allí se divisa una construcción imponente, de 11 metros de altura, donde descansan los restos del expresidente Néstor Kirchner, el más célebre de los nacidos entre esos vientos. Albus Dumbledore, el profesor de Harry Potter, solía burlarse de las tonterías que hacemos los humanos para vencer la muerte. Pero las hacemos. Y de las muertes a veces nacen cultos, rituales, y templos. Se supone, además, que los templos donde se honra a los muertos son sagrados. Este no lo fue.
Uno de los rasgos dominantes de la Argentina poskirchnerista es la proliferación de causas judiciales que afectan a exfuncionarios de altísima jerarquía. Cada día uno de ellos es citado a declarar, o procesado, o allanado, o se encuentra un fajo de billetes en un placar, una filmación, el cadáver de un testigo. En ese contexto, no se destaca tanto la corrupción —un mal endémico, que trasciende a la Argentina y al kirchnerismo— sino la particularidad de que no frenaron siquiera ante los símbolos que ellos mismos erigían como sagrados.
La construcción del mausoleo Kirchner fue encargada a Lázaro Báez, un exempleado bancario que se hizo multimillonario gracias a la concesión de obra pública. Báez está hoy detenido como sospechoso de aquellas fechorías. Cada vez que Cristina Fernández, la viuda, concurrió a honrar los restos de su esposo, lo hizo acompañada por Lázaro, el multimillonario ahora preso. ¿Era necesario juntar así lo sagrado y lo profano? ¿Entregarle las llaves justo a él?
Pero no es un hecho aislado.
Otro de los iconos sagrados del kirchnerismo fueron los pañuelos blancos de las heroicas Madres de Plaza de Mayo. Los Kirchner le entregaron a las Madres 800 millones de pesos para que construyeran viviendas. Terminaron ensuciadas por otro escándalo de corrupción. En 2009, el Gobierno estatizó la empresa Aerolíneas Argentinas y la transformó en uno de los símbolos de la patria renacida. Mientras flameaban las banderas, la empresa derivó millones de dólares a hoteles de la familia Kirchner.
Uno de los últimos programas sociales que presentó Cristina Kirchner consistió en la distribución de cunitas para familias humildes. Un ministro y un jefe de Gabinete están procesados porque se pagaron con sobreprecios a empresas inexistentes. En 2009, el Gobierno transformó en gratuitas las transmisiones de fútbol. Le quitaban un negocio a la principal corporación mediática y le devolvían un derecho al pueblo. Gran parte de los fondos que le pagaron a los clubes por los derechos desaparecía en financieras vinculadas al poder.
En su libro La conspiración de la fortuna, el mexicano Héctor Aguilar Camín escribió: “Cada cierto tiempo, después de una revuelta fallida, de un motín o de un cambio de Gobierno, el país y sus gobernantes sentían la necesidad de quemar un puñado de infidentes en la hoguera de la indignación pública. Los dueños del poder daban así una prueba de rigor contra el abuso, con bajo costo para ellos y alto para sus rivales”. Es cierto que en la transición de Cristina a Macri hay algo de venganza y manipulación. Pero ambas se apoyan en dolorosas verdades.
Un prestigioso psicoanalista interpretó: “Si alguien profana lo sagrado, tal vez es porque no habrá sido tan sagrado. Es posible que lo único sagrado para ellos haya sido el dinero”.
Esta semana, desde la prisión, el constructor de la bóveda donde reposa Kirchner le envió las llaves del mausoleo a Cristina.
Están peleados.
No quería quedarse con algo ajeno.
Tal vez, en soledad, recordó lo elemental: lo sagrado no debería profanarse, el agua debe permanecer separada del aceite.
Tarde para lágrimas.
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