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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

New York, New York

Los neoyorquinos han despejado las candidaturas de los partidos a la Casa Blanca

Francisco G. Basterra
El aspirante republicado Donald Trump este jueves.en Harrisburg.
El aspirante republicado Donald Trump este jueves.en Harrisburg.Julio Cortez (AP)

Las primarias de Nueva York han servido para despejar, casi por completo en el bando demócrata, y bastante pero no definitivamente, en el republicano, la carrera a la Casa Blanca. Hillary Clinton y Donald Trump arrasaron cumpliendo el sueño de la formidable New York, New York de Frank Sinatra: “Quiero despertar en la ciudad que nunca duerme / y darme cuenta de que soy el rey sobre la colina, por encima de todos los demás / si puedo conseguirlo allí / lo conseguiré en todas partes”. La Gran Manzana se lo concedió.

Clinton consiguió por fin la victoria clara que necesitaba tras varias derrotas a manos de Bernie Sanders, el candidato moral que arrastra a los jóvenes dibujando sueños que la atmósfera política de Estados Unidos no permite. Trump repara una campaña averiada por sus continuos despropósitos: tiene a su alcance la nominación. El Partido Republicano, al que acusa de quererle robar la nominación en una convención abierta, va a tener muy difícil detenerle mediante cabildeos de la vieja política. También en EE UU, los dos candidatos populistas, Trump y Sanders, perforan en los pozos del desencanto y la irritación con la casta de mayorías ciudadanas que se quedan atrás.

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Estados Unidos vive tiempos interesantes, pero enfadados. Una mayoría cree, según los sondeos, que Trump no está capacitado para dirigir el país. Los candidatos con mayores posibilidades no acaban de convencer al electorado. El 68% no puede imaginar votar por Trump, un 58% es alérgico a Clinton. La polarización, que ha encallado la presidencia de Obama, conduce la campaña, lo que no presagia el desatasco futuro de un sistema político gripado.

El arcano de las primarias permite que menos de 10 millones de votantes designen al candidato demócrata o republicano a presidente. Los aspirantes se dirigen a los activistas más comprometidos y no tienen que ocuparse del 40% de los ciudadanos que se declaran independientes, o del 60% que estima necesario un tercer partido. Sanders, sin opción de ser nominado, continúa en la batalla para disgusto de Clinton. La presencia de este senador socialista demócrata, de 74 años, tiene un valor importante. Mucho más que Clinton o Trump, entusiasma a los jóvenes que quizá voten por primera vez. Su promesa de universidad gratuita es clave en este empeño. Sanders ha planteado el debate de la riqueza y la desigualdad hablando de la lacra de la pobreza extrema, no solo del aplastamiento de las clases medias. Y plantea el peaje a pagar por el libre comercio y la globalización, que es también eje de la campaña de Trump.

El camino de Clinton a la Casa Blanca no será fácil. Es la más preparada pero está demasiado vista. Soporta una mochila negativa de falta de empatía con los ciudadanos, dudosa honestidad y una imagen mercenaria de Wall Street. Pero tiene la coalición demográfica de la que carece Trump: los negros, los hispanos y las mujeres. Trump apagará el lanzallamas de su discurso para reconciliarse con su partido y obtener la nominación. Más allá lo tiene francamente difícil. Sólo un 15% de los ciudadanos lo ve en la Casa Blanca.

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