Mina Al-Oraibi, uno de los rostros de otra crisis de refugiados
La periodista y su familia huyeron de Irak en los años 90 y encontraron cobijo en Reino Unido
La crisis de los refugiados en Europa no es nueva y los motivos que empujan a millones de civiles a abandonar sus hogares y buscar asilo en un país de la Unión Europea (UE), menos aún. Mina Al-Oraibi, una reputada periodista experta en el mundo árabe y exalumna del programa de líderes mundiales de la Universidad de Yale (Estados Unidos), llegó como refugiada a Reino Unido desde Irak en los años noventa del siglo pasado. Su familia era parte de la oposicion al régimen que tuvo que huir del país. "Fui refugiada", cuenta.
De melena negra, mediana estatura y con una fuerza y entereza que impresiona, Mina recuerda desde una sala de la ciudad financiera del Banco Santander (Madrid) —entidad organizadora de un debate sobre migración junto al Yale World Fellow que se celebró la semana pasada— cómo fueron los años en los que escondía su condición de refugiada en Londres, donde llegó cuando tan solo tenía tres años. "Quieres entender lo que pasa pero lo primero es aceptar que no te quieren en ese país", cuenta. Ni ella ni su familia hablaban en público de su huida de Mosul (Irak), donde su padre, Aboul Muhaimen Al-Oraibi, era un ferviente opositor al régimen de Sadam Husein. Sólo reveló su secreto a sus mejores amigas: "Muy, muy poca gente lo sabía", insiste.
Explica que en muchas ocasiones, el mero hecho de ser refugiado e intentar crear un sentimiento de pertenencia a un país ajeno es complicado. "Lo peor es la incertidumbre. Te ves aislado". Y pocos tienen en cuenta la perspectiva de género de la realidad de quienes se ven obligados a dejar sus hogares por la violencia, por la persecución política, sexual o religiosa. Mina explica que las dificultades que sufren las refugiadas de hoy nada tienen que ver con la experiencia que ella vivió.
Repite constantemente que su familia tuvo suerte. Quere dejar claro que "cada persona tiene una historia" y que no conviene "generalizar". Pero señala que los desafíos a los que se enfrentan las mujeres cuando se convierten en refugiadas es enorme. "Recuerdo cómo las demás madres iraquíes en Londres se organizaron para cocinar y vender comida y platos preparados a los vecinos. Mi madre se convirtió en una de sus clientas", dice.
En aquellos años eso es lo que supuso el cambio. Las mujeres comenzaron a recibir un salario por su trabajo fuera de casa: "Las mujeres emprendieron un negocio que, de haberse quedado en Irak, nunca habrían puesto en marcha". A esto se le suma la dificultad de los hombres, con formación o sin ella, para encontrar un puesto de trabajo que pueda significar el sustento económico familiar.
La situación actual en los campos de refugiados es diferente: escasean los productos de higiene personal específicos de las mujeres, las ginecólogas no dan abasto intentando identificar embarazos que las propias mujeres esconden hasta que su avanzado estado de gestación las delata. "Tienen miedo a las represalias de sus maridos, han sido violadas, desconocían su estado o tienen miedo de que de esta forma no le vayan a dar el asilo político", explicaba hace semanas Maite Leblond, de la ONG francesa Ginecólogos Sin Fronteras que trabaja desde hace más de un lustro en el norte de Francia.
Ni todo ni nada
Al-Oraibi sigue con atención la sucesión de acontecimientos en la crisis de refugiados que ha generado el conflicto en Oriente Próximo. Cuando ella salió de su país, Irak, en la UE no existían los campos de solicitantes de asilo. "Eso sólo pasaba fuera", explica. Los considera necesarios, aunque reconoce que no se puede meter a millones de personas a vivir como refugiado en un campo/ciudad con el que nadie se siente identificado. "No puede ser o todo o nada", apunta tras señalar que en el campo jordano de Zaatari —el segundo más poblado del mundo después del de Daadab, en Kenia— han nacido 500.000 niños.
Mina Al-Oraibi cuenta que hoy, tras 21 años de lucha interna, ha conseguido desarrollar un sentimiento de pertenencia a un lugar en el mundo: Londres. "Aunque en el fondo sabes que no eres de ninguna parte", cierra.
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