Divorcio en Argenzuela
La crisis política y de derechos humanos venezolana es un ojo morado en la historia e identidad democráticas de América Latina
En 2005, el barril de petróleo estaba en 60 dólares y en alza. Argentina se encontraba en proceso de reestructuración de deuda, todavía con restricciones crediticias. Una buena parte de la cartera en default había ido a parar a Venezuela. Chávez, además, adquirió bonos frescos; según se calcula, por 5.600 millones de dólares entre esa fecha y 2008. En el arbitraje de esos instrumentos en los mercados oficial y paralelo se construyeron varias fortunas venezolanas, los renombrados boliburgueses.
La petro diplomacia era la base material de Argenzuela, y téngase en cuenta que el petróleo llegaría a 140 en julio de 2008, bajando con la crisis de 2009 pero para volver a aumentar y cruzar 100 en febrero de 2011. A la economía le siguió la superestructura ideológica: la racionalización discursiva de una estrategia de perpetuación y su representación escénica. Una muestra de ello se vio el lunes último en la cumbre de Mercosur, solo que como farsa, un espectáculo tardío, triste y vetusto. El barril está en 36 dólares.
Ese día le tocó a Mauricio Macri sentir en carne propia una dosis de chavismo. Pidió en Asunción lo que piden todos: la liberación de los presos políticos venezolanos, rechazando la persecución política y la privación de la libertad por pensar distinto. No solo dejó planteado el derecho a disentir, sino que también mostró coherencia entre lo que decía como candidato y lo que dijo como presidente. Convéngase, esa coherencia también es un bien escaso.
Ausente el presidente Maduro, replicó la canciller, Delcy Rodríguez. Primero acusó a Macri de “injerencismo”, a continuación le incriminó por liberar a los responsables de las torturas, desapariciones y asesinatos durante la dictadura en Argentina—lo cual no es cierto—y terminó sermoneándolo sobre el doble standard y la doble moral. También acusó a Leopoldo López de cometer actos de violencia política y terrorismo, para concluir contándole al mundo que Venezuela es un modelo de derechos humanos.
Ofensas y falsedades para un verdadero bautismo de fuego de Macri en la escena internacional; alcanzaba con verle el disgusto en la cara. Es que para la canciller Rodríguez los hechos no importan, solo cuenta la pura subjetividad. No califican como “injerencismo” la maleta de Antonini Wilson y la contribución monetaria de PDVSA para la campaña de Cristina Kirchner, ni el acuerdo ilegítimo para suspender a Paraguay de Mercosur y hacerle lugar a Venezuela, ni el acto de Maduro en la cancha de All Boys, en Buenos Aires, ni tampoco la extraordinaria influencia de la embajadora argentina entre 2006 y 2011.
La crisis venezolana podría —debería— tratarse en la OEA, donde hay quienes proponen invocar el artículo 20 de la Carta Democrática
Tampoco explicó la Canciller porqué, si cometió actos de violencia, se usó evidencia falsa para condenar a Leopoldo López, según admisión del propio fiscal del caso, ni porqué, siendo modelo de derechos humanos, se tortura a los presos en la cárcel conocida como “La Tumba”. Es la historia escrita y re-escrita a voluntad, tantas veces como sean necesarias.
Mientras la audiencia de divorcio de Argenzuela tenía lugar, el gobierno de Caracas planeaba la manera de alterar el resultado de la elección del 6 de diciembre último, en la cual la oposición obtuvo una mayoría propia de 112 diputados. Primero fue la idea de una “Asamblea Comunal” paralela. Luego el rumor de impugnación de 22 diputados recientemente electos. Finalmente se designaron 13 nuevos jueces titulares y 22 suplentes en el Tribunal Supremo de Justicia.
En lo que ha sido llamado “golpe judicial”, Diosdado Cabello, alguna vez poderoso en el ejército y hasta ahora a cargo del legislativo, termina en un virtual bunker judicial, abroquelado por jueces adeptos. Algunos ya le han puesto fecha al inminente conflicto de poderes: 5 de enero, día que la oposición toma control del parlamento.
La crisis política y de derechos humanos venezolana es un ojo morado en la historia y la identidad democrática de América Latina. Súmese a ello el riesgo de una crisis humanitaria, con escasez de alimentos en los mercados, medicinas en los hospitales y ley en las calles. Las denuncias de narcotráfico contra las familias del poder son, además, una bomba de tiempo, una seria amenaza a la seguridad hemisférica. Mal que le pese a la canciller Rodríguez, todo ello demanda "injerencismo”, para eso existe la comunidad internacional.
En tan solo una mañana, la Argentina de Macri ha experimentado las limitaciones del lenguaje diplomático y el tono mesurado. Tampoco alcanzará con el Mercosur, según se vio en Asunción. La crisis venezolana podría—debería—tratarse en la OEA, donde hay quienes proponen invocar el artículo 20 de la Carta Democrática. El mismo prevé la potestad del Secretario General para convocar al Consejo Permanente en caso de alteración del orden constitucional en un Estado Miembro, reservándose el Consejo el derecho a adoptar decisiones.
Es la hora del multilateralismo. Solo habrá que recordar la crisis de los refugiados en la frontera entre Venezuela y Colombia de agosto pasado. Allí, Colombia no obtuvo los votos necesarios siquiera para tratar—es decir, para analizar—dicha crisis en reunión de Cancilleres. El gobierno de Caracas ganó por un voto. Varios de esos votos, por supuesto, de países beneficiados por la petro diplomacia venezolana, o sea, aquellos que aún hoy gozan de contratos de suministro de petróleo a 25 dólares.
Tal fue el precio cobrado por ignorar aquellos abusos. Que no se repita. Ese es el otro ojo morado en la historia y la identidad democrática de la región.
Twitter @hectorschamis
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