El G-7, la ministra republicana y su Santidad
Ocho de los líderes más influyentes del mundo expresan su preocupación por el cambio climático, pero hace falta pasar a los hechos
La ministra gala de Ecología, Segolène Royal, acaba de levantar una enorme polvareda en Francia al calificar la negociación sobre cambio climático de Naciones Unidas como una gran pérdida de tiempo. Teniendo en cuenta que es ministra del país que acogerá la próxima Cumbre del Clima su comentario resulta de oportunidad dudosa pero, con mayor o menor fortuna, pone voz a quienes piensan que se necesita algo más que un acuerdo internacional para transformar nuestro modelo de desarrollo.
¿Se ha acabado el tiempo para que la política convencional resuelva con firmeza el reto del cambio climático? No, pero ciertamente va a necesitar unos cuantos revulsivos fuera del contexto habitual, una gran dosis de coherencia y mucha inversión en capital político por parte de quienes tienen capacidad para hacer la diferencia.
Es un asunto de paz y justicia para los católicos, a tenor de lo que el papa Francisco anuncia; de valores republicanos -libertad, igualdad y fraternidad-, a tenor del comunicado final de la reciente cumbre del G7. En menos de 15 días ocho de los líderes más influyentes del planeta habrán expresado públicamente su preocupación por el cambio climático y sus consecuencias, comprometiéndose con firmeza a luchar para frenarlo y pidiéndonos a los demás que reaccionemos con rapidez.
El Papa subraya que el cambio climático no es un asunto científico o tecnológico sino una amenaza para la justicia y la paz, una vergüenza para la gran familia humana a quien corresponde gestionar temporalmente los recursos de la creación con vocación solidaria y de justicia. ¿Quiere esto decir que la Iglesia mantiene su capacidad para seguir pensando y que su máxima autoridad afirma su voluntad de conectar con los problemas de la gente y la injusticia en el mundo? Eso parece.
El G7 es más prosaico y fija su atención allí donde su actuación debería tener más incidencia en la realidad mundana: la energía y las finanzas. En el comunicado final de Elmau, sus líderes invocan el desarrollo sostenible y la seguridad alimentaria como argumentos centrales para la reacción colectiva. Sus conclusiones no incorporan nuevos objetivos climáticos pero constituyen desarrollos prácticos imprescindibles para abordar con éxito esta crisis: un perfil energético sin carbono, alineamiento coherente de las medidas y políticas para conseguir economías bajas en emisiones y referencias claras a la financiación climática más allá del cumplimiento del compromiso de movilizar 100.000 millones de dólares año a partir de 2020. Todavía les falta un paso: no se trata sólo de asegurar la disponibilidad de una cantidad abultada de recursos sino de conseguir que cualquier decisión de inversión, cualquier valoración financiera incorpore un nuevo entendimiento de los riesgos y las oportunidades basados en la intensidad de carbono que lleva aparejada y la resiliencia a los impactos de un clima distinto. Un aviso para navegantes: ¡ojo con sobrevalorar sus inversiones en combustibles fósiles porque podrían llevarle a la ruina!
Ahora bien, ¿cómo conseguir que las decisiones de corto plazo sean coherentes con las necesidades de largo plazo? El G7 invita a elaborar trayectorias de descarbonización a largo plazo. Sin duda, contar con este tipo de escenarios fortalecería la solvencia de nuestras políticas. Y es que el cambio climático no va a resolverse con aportaciones puntuales pensadas con mentalidad renuente o acomodaticia, sino que requieren una transformación profunda del modelo económico para alcanzar el resultado al que colectivamente nos hemos comprometido: que el incremento promedio de la temperatura no supere 2ºC. La Agencia Internacional de la Energía, en esta misma semana, insiste en lo obvio aunque a muchos les cueste todavía entenderlo: con emisiones no hay desarrollo ni crecimiento económico, pero es posible conciliar energía y clima.
Sentido de la justicia, necesidad de seguridad, solidaridad y cobertura de riesgos climáticos para los más vulnerables, energía y finanzas… Son todos ellos asuntos que van más allá del espacio negociador de clima en Naciones Unidas. Es importantísimo alinear mensajes y políticas más allá de las negociaciones, pero ahora queda descender del comunicado y la encíclica a la realidad: a la instrucción concreta para resolver problemas y alinear de forma congruente las políticas en el caso de unos; para que la moral y el sentido de la solidaridad y la justicia se impongan sobre el prejuicio interesado o ideológico en el caso de otros. Corresponde a esos mismos líderes ahora pasar del dicho al hecho… Esperemos, eso sí, que lo hagan acortando rápidamente el trecho.
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