Volver a empezar
Veinticinco años después del triunfo del capitalismo, la izquierda resuena de nuevo en Europa
A menudo, me acuerdo de aquellos dos jóvenes búlgaros, melenudos y algo beodos, que una noche de 1990 me dijeron:
--¡Qué suerte tuvisteis los españoles! ¡Ganó Franco!
--¿Suerte? Él empezó una guerra –objeté-- que costó medio millón de muertos. Y luego vinieron cuarenta años de dictadura.
Se excitaron mucho:
--¡Nuestra dictadura ha sido más larga y peor! ¡Y en cuanto a los muertos, si quieres, contamos a ver quién gana!
Ah, pero no, no quiero hacer esa clase de cuentas.
El 9 de noviembre del 2014 se cumple el 25 aniversario del momento en que la televisión de Berlín Este transmitió una rueda de prensa en la que un portavoz del Partido (Socialista Unificado Alemán) anunció, para estupor de la audiencia, que las fronteras con Occidente se abrirían "ab sofort", "de inmediato". Un huracán de euforia recorrió la Alemania "Democrática", la Alemania Federal, y Europa entera. Acudieron a Berlín cursis de todas partes, a por su piedrecita del muro. (Del muro no quedó nada, de manera que ahora ha habido que reconstruir un tramo, una posmoderna falsa ruina). A partir de entonces en un brevísimo periodo de tiempo los regímenes de partido único fueron cayendo uno tras otro y quedó declarado el fin de la guerra civil europea que venía librándose desde 1914, cuando, aprovechando la desesperación causada en Rusia por un millón de bajas en los primeros meses de la Guerra europea, el grupúsculo comunista de los bolcheviques tomó el poder y empezó su transvaloración de todos los valores –económicos y morales-- hasta entonces establecidos.
En las siguientes décadas, la guerra victoriosamente librada en China por los comunistas de Mao Ze Dong contra el invasor japonés y luego contra los nacionalistas; y en Europa la del ejército rojo contra los alemanes en la "Gran Guerra patriótica", arrojaron como resultado una fabulosa expansión del imperio comunista, que integró en su ámbito a media Europa. En la otra media, la vida intelectual también se desarrolló en buena parte bajo su signo. Amparado en anhelos seculares de justicia y en un discurso teórico dogmático de una coherencia aparentemente sin fisuras, seductora, el comunismo se constituía en la religión laica del siglo XX.
A partir de la caída del Muro, los ciudadanos empezaron a disfrutar de la posibilidad de viajar, de votar, de expresar sus opiniones
Dicen los analistas que su fracaso y colapso respondió, en primer lugar, a la falta de libertad y el reiterado recurso a la represión en su propio campo: imposición de la ortodoxia a base de tanques a la RDA en 1953, a Hungría en el 56, a Checoslovaquia en el 68; y en China, la clamorosa barbarie de la "Revolución Cultural"; a la incompetencia de un sistema económico que no ofrecía estímulos a la iniciativa privada y al deseo consustancial al ser humano de "ser más" y progresar; a la aparición de una "nueva clase" dominante corrupta; y –quizá no el defecto menos corrosivo—a la repugnancia que causaba en las poblaciones la mentira pública sistemática, demasiado evidente en tiempos en que la información ya traspasaba con relativa facilidad fronteras y telones de acero...
"De inmediato". A partir de entonces cientos de millones de ciudadanos empezaron a disfrutar de la posibilidad de viajar, del derecho de votar a sus representantes políticos, de expresar libremente sus opiniones, de comerciar y enriquecerse (¡y empobrecerse!) y de acceder a muchos bienes y servicios que hasta entonces le estaban severamente restringidos.
El historiador Francis Fukuyama proclamó en un libro polémico que con la victoria del capitalismo por KO no solo habíamos llegado al fin de la guerra fría, sino al "fin de la historia". Queriendo decir que empezaba una nueva era, el siglo XXI, en que la democracia liberal ha derrotado al autoritarismo y el mundo se iba a volver inevitablemente más libre.
Luego, la libre circulación del capital, que tanto ha dinamizado las economías del tercer mundo --arrancando de la miseria a masas campesinas en China e India-- y "corregido" severamente a la baja los salarios del primero, y la reaparición de la crisis económica, periódica y consustancial al sistema, han sembrado la sensación de que, como en la canción de Leonard Cohen, "everybody knows the deal is rotten: the poor stay poor, the rich get rich". ("todo el mundo sabe que el pacto tiene truco, el pobre sigue pobre y el rico se enriquece".)
Desactivada la amenaza del comunismo, siquiera como fantasma, el capitalismo anglosajón, que postula la libertad y autorregulación absoluta del mercado, ha barrido al modelo renano, socialdemócrata o escandinavo, más proclive a los elementos de corrección, los pactos interclasistas, las garantías sociales...
Parece que más que llegar al final de la historia hayamos vuelto a la casilla de salida, a los días de 1913, con la importante salvedad de que, aunque empiezan a verse erosionados, quedan aún "cojines" de seguridad social, de servicios, de pensiones, del "Estado del bienestar" que antes estaba garantizado por el malestar de nuestros vecinos del Este.
Parece que más que llegar al final de la historia hayamos vuelto a la casilla de salida
Veinticinco años después de que aquella ola de euforia recorriese los mismos escenarios europeos por donde antes ululaba el fantasma del comunismo según la famosa expresión del Manifiesto, vuelven por todo el continente los nacionalismos y los populismos de extrema derecha y de extrema izquierda. "Socialismo para los bancos, capitalismo para los pobres, se ha convertido en el modus vivendi del siglo XXI", sentenció el filósofo Slavoj Zizek en el seminario The idea of communism del Birbeck Institute en el año 2009. A cada mala noticia se difunde la inquietante sospecha de que las libertades democráticas tan costosamente conquistadas ("¡en cuanto a los muertos, si quieres, contamos a ver quién gana!") han derivado en una representación donde actúan mayormente actorzuelos que repiten discursos huecos sin convicción. Y la idea, difusa pero invertebrada, de que las cosas tienen que cambiar, de que así no podemos seguir.
Resuena la invitación de Zizek con un acento de lucidez y otro de provocación (el muy... exhibe, colgada en su casa, la foto de Dzerzhinsky): "¡No te asustes, únete a nosotros, vuelve! Ya has disfrutado de tu cuarto de hora de juerga anticomunista, y no te lo tenemos en cuenta. ¡Pero ya es hora de volver a hablar en serio!"
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.